El acuerdo

La madre de Aurora, con ojeras profundas que denuncian las noches en vela, pregunta con angustia: "¿Aún no saben nada?". Desde la desaparición de Aurora, Margareth no ha dejado de llorar.

El Duque Blackwood, con la mirada igualmente fatigada, niega. "Le recomiendo que descanse un poco, Señora Thorne. Debe estar en condiciones para el regreso de su hija", le aconseja. Antes de que la señora Thorne pueda responder, unos golpes en la puerta interrumpen la conversación. La señora se retira.

"Señor, ha recibido esta carta", dice Sebastián al entregarle el sobre.

El Duque Blackwood frunció el ceño al leer el contenido de la carta. "Es del Conde Sevint. Me invita a su residencia para tratar un asunto de suma importancia".

"¿Hay algún avance con lo que te pedí, Sebastián?" preguntó el duque. La respuesta fue negativa: "Aún no, mi señor. No he encontrado registros sobre ese sello".

"Entendido", asintió Blackwood. "Prepara el carruaje. Iremos a la casa del Conde Sevint. Es hora de poner fin a este asunto".

"Duque, sea bienvenido a mi humilde morada", dice el Conde Sevint, tratando de ser amable. "Vayamos directo al grano", le interrumpe rápidamente el Duque Blackwood. El Conde asiente y lo guía hacia su despacho.

"¿De qué quería hablar?" pregunta el Duque con seriedad. "Es sobre mi hija", responde el Conde Sevint. Al escuchar esto, el semblante del Duque cambia. "¿Qué le sucede a su hija?" inquiere el señor Blackwood.

"Mi pequeña niña vino llorando desde su mansión porque usted la rechazó", dice el Conde, su expresión endureciéndose mientras habla. "Me parece que usted ha olvidado el acuerdo que tenía con sus padres, los antiguos duques".

"Ese acuerdo nunca se llegó a concretar, señor Sevint. Ya le he explicado eso a su 'pequeña' hija", respondió el Duque Blackwood con cansancio. Estaba harto de la insistencia del Conde Sevint. Además, ni siquiera era un verdadero acuerdo; siempre había sido el conde quien deseaba que sus hijos se casaran, presionando a los padres del duque desde que eran niños.

El conde, sin embargo, no parecía entender. Sacó un mechón rubio y se lo entregó al Duque. "Si quiere que a esa niña no le pase nada, tendrá que casarse con mi hija", espetó con malicia. Su sonrisa era pura crueldad.

Furioso, el duque se levantó y comenzó a conjurar un hechizo. "¿Tiene el valor de amenazarme?", advirtió. "Descuide, no sufrirá... o eso creo".

El conde permaneció imperturbable. "Si algo me sucede, tienen la orden de acabar de inmediato con esa chiquilla", declaró con una tranquilidad inquietante. Estaba seguro de que el duque aceptaría casarse con su hija.

Gruñendo, el duque aceptó la propuesta. "No intente nada", le advirtió el conde. "Lo voy a tener vigilado. Si se atreve a hacer algo, despídete de esa niña Thorne".

El duque salió sin decir una palabra más, mientras la maliciosa carcajada del conde resonaba a sus espaldas. El conde estaba a punto de conseguir lo que quería.

Sebastián observó cómo su amo salía furioso de la residencia Sevint. Una vez en el carruaje, con suma cautela, el Duque le encomendó a los centinelas que siguieran y vigilaran al Conde y a su hija en todo momento.

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La noticia de la boda del Duque con Laura Sevint se propagó como un torrente por todo el reino, gracias al conde. Laura, en la residencia Blackwood, daba órdenes a los sirvientes con desdén. "¿Qué esperan para prepararme algo de comer?", exclamó. "Pronto seré la duquesa Blackwood, y aquel que desobedezca mis órdenes perderá la cabeza".

Sin embargo, la voz del duque Blackwood resonó detrás de ella: "Aunque seas la duquesa, no tienes el poder ni el derecho de cometer semejante barbaridad en mi dominio". Laura palideció al verlo. "Du... Duque", balbuceó, "mi padre me informo que usted aceptó su propuesta. He venido a elegir la fecha de la boda". Su sonrisa reflejaba la victoria que había esperado durante años.

El duque, con calma, preguntó: "¿El sábado, dices? Parece que tienen prisa. Muy bien, será como ustedes quieran. Pero te recomiendo que te retires a tu hogar, señorita Sevint. No es apropiado que una dama esté en la casa de su prometido a estas horas". Y así, el duque se marchó, dejando a Laura con su victoria palpable en el rostro.

Laura se retiraba de la residencia Blackwood, riendo malévolamente. Llevaba consigo un regalo para Aurora y no podía esperar para entregárselo.

Aurora, al borde de la debilidad, yacía en el suelo. Apenas podía mantener los ojos abiertos, y el eco de unos pasos cercanos la molestaba. Sus sentidos estaban tan agudos que escuchaba los latidos de su propio corazón como si estuvieran pegados a su oreja.

"Mi querida Aurora", se burló Laura al acercarse. "Te traigo una gran noticia. Aquí está, en este pequeño sobre. Léelo". Ordenó a Aurora, quien se incorporó con dificultad. Agarró la carta que había sido lanzada cerca de su cuerpo, casi sin fuerzas. Las lágrimas brotaron de sus ojos al leer la invitación a la boda del duque con la señorita Laura Sevint.

"Me encantaría verte en la boda", continuó Laura con una sonrisa espeluznante, "pero no verás la luz del día nunca más". Se rió a carcajadas, dejando a Aurora tumbada en el suelo. Sus párpados pesaban, y finalmente se dejó llevar por el agotamiento, quedando inconsciente.

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Laura saltó a los brazos de su padre, emocionada. "Gracias, papi. Tu plan resultó bien", exclamó.

El conde Sevint la abrazó y respondió con calma: "Aún es temprano para festejar, hija mía. Tengo un regalo de bodas que te encantará". Laura, intrigada, preguntó qué era.

"El duque espera que después de la boda liberemos a Aurora", explicó el conde. "Por eso, he contactado a los magos oscuros. El día de la boda, realizarán un conjuro en toda la iglesia para que olviden a Aurora. Ni su propia familia sabrá quién es. Desaparecerá de la existencia".

Laura, curiosa, inquirió: "¿Cómo lograste contratar a los magos oscuros, padre?". El conde sonrió. "No fue fácil, hija. Tuve que mover muchos hilos. Gracias a su apoyo, pude enfrentar al duque y hacer posible esta boda. He esperado años para elevar el estatus de nuestra familia. Creí que al deshacernos de los padres de August, los antiguos duques, la boda se concretaría antes. Quién hubiera pensado que ese chiquillo se negaría por tanto tiempo. Al final, tengo que agradecerle a Aurora Thorne. Sin ella, esta boda no habría sido posible". El conde finalizó su relato, sin sospechar que estaba siendo observado.

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