Las lecciones de Aurora habían concluido, y el anticipado baile de presentación se aproximaba con la promesa de un nuevo comienzo. Tras la inquietante noche de sueños reveladores, comenzó a experimentar destellos de memoria, fragmentos de la vida de la verdadera Aurora que se entrelazaban con su realidad.
Su padre, al notar su progreso, le concedió la libertad de explorar la mansión por su cuenta. En una tarde serena, Aurora se aventuró por los jardines, dejándose guiar por la brisa en su búsqueda de recuerdos perdidos.
De repente, el silencio se rompió con ruidos que emanaban del bosque circundante. Ante ella, emergió una criatura de leyenda: un fenril menor, una bestia mágica de mirada penetrante y pelaje que brillaba con destellos de lo desconocido.
El corazón de Aurora latía con fuerza, su primer encuentro con una criatura mágica la llenaba de temor.
El fenril, con la agilidad de la sombra misma, se lanzó hacia Aurora. Su cuerpo, paralizado por el miedo y la maravilla, rehusaba obedecer su instinto de huir. Imágenes de su vida danzaban ante sus ojos, un torbellino de recuerdos. No estaba lista para enfrentar la muerte una vez más. Un calor abrasador comenzó a fluir por sus venas, infundiéndole un valor desesperado. Intentó correr, pero el tiempo parecía haberse detenido, y el fenril ya estaba sobre ella.
Con un grito desgarrador, Aurora extendió sus manos en un gesto instintivo de defensa, como si pudiera detener la embestida de la bestia con su voluntad. De sus palmas surgió una luz cegadora, una fuerza desconocida que se desató en un destello fulminante, impactando al fenril y sellando su destino. La criatura cayó derrotada, y Aurora, exhausta por el esfuerzo mágico, se desplomó en la hierba, sumida en la oscuridad del inconsciente.
El eco del grito de Aurora y el destello que rasgó el cielo alertaron a los guardias, quienes se apresuraron hacia el origen de la conmoción. Al llegar, encontraron a Aurora desmayada sobre el manto verde del jardín, con un pequeño animal a su lado. El fenril, en su derrota, había adoptado una forma diminuta, casi inofensiva.
Con cuidado, los guardias levantaron a Aurora en brazos y recogieron al pequeño fenril, llevándolos a la seguridad de los aposentos.
Aurora despertó en la seguridad de sus aposentos, con la luz del día filtrándose suavemente a través de las cortinas. A su lado, su padre, el señor Thorne, la observaba con una mezcla de alivio y preocupación apenas disimulada. “¿Cómo te sientes, hija?” preguntó, su voz revelando la tensión de su inquietud mientras ayudaba a Aurora a sentarse en la cama.
Con voz aún temblorosa, Aurora narró los eventos que la habían llevado hasta allí. Su padre escuchaba, incrédulo, incapaz de comprender cómo su hija, que nunca había mostrado aptitud para la magia, había podido invocar tal poder. “¿Estás segura de que fue magia?” preguntó, la duda teñida de esperanza.
“Buscaré a un hechicero para que te examine”, anunció finalmente el señor Thorne, instándola a descansar antes de dirigirse hacia la puerta.
“Pero, padre, espera”, lo detuvo Aurora. “¿Qué ha pasado con la bestia mágica?” Su padre se detuvo en el umbral, “Está seguro en el establo”, respondió antes de salir de la habitación.
Sin perder un momento, Aurora llamó a Lilit, para que la ayudara a vestirse. Una necesidad imperiosa la impulsaba; tenía que ver al fenril por sí misma.
En la penumbra del establo, Aurora encontró al fenril, ahora reducido a una criatura diminuta, confinado dentro de una jaula sellada con un hechizo que suprime su magia y le impedía escapar.
Observó al fenril con una mezcla de asombro y compasión. Era difícil reconciliar la imagen del ser majestuoso y temible que había enfrentado en el jardín con la criatura vulnerable que yacía ante ella, despojada de su poder.
El fenril, por su parte, se acurrucaba en un rincón de la jaula, sus ojos reflejaban cautela y un atisbo de miedo. Parecía reconocer en Aurora la fuente del poder que lo había vencido, aunque ella misma apenas comprendía lo que pasó.
El hechicero, un maestro de renombre en el arte arcano, ya había llegado a la mansión Thorne. Su fama como uno de los más sabios del reino precedía su presencia.
“Señorita Thorne, su padre me ha contado sobre su reciente hazaña mágica. ¿Sería posible que me mostrara cómo lo hizo?” solicitó el hechicero con una mezcla de curiosidad y respeto profesional.
Aurora repasó los acontecimientos, pero concluyó con una nota de desconcierto: “No sé exactamente cómo sucedió, simplemente… ocurrió.”
El hechicero, con un gesto sereno, extrajo una esfera de cristal de su bolsa de componentes. “Esta esfera se iluminará con un color que revelará la afinidad mágica que posee,” explicó. “Por favor, coloque sus manos sobre ella y reviva mentalmente el encuentro con el fenril.”
Aurora obedeció, sus manos temblorosas sobre la superficie fría del cristal, mientras su mente se sumergía en el recuerdo.
La esfera de cristal, al contacto con Aurora, se iluminó con un resplandor blanco y puro, tan intenso que parecía consumir toda la estancia. El hechicero, con años de sabiduría en su mirada, se quedó sin palabras ante el espectáculo.
“Señorita Aurora, esto es extraordinario. Usted posee afinidad con la magia de luz, un arte ancestral que muchos creían perdido en las brumas del tiempo. Su existencia es un milagro en sí mismo, un acontecimiento que va a reescribir la historia de la magia tal como la conocemos.”
El padre de Aurora, con una mezcla de asombro y desconcierto, apenas podía articular su sorpresa. “¿Cómo es posible?”, preguntó, intentando comprender cómo su hija, que nunca había mostrado la más mínima chispa mágica, ahora estaba vinculada a un poder tan raro y misterioso.
Aurora, abrumada por un torbellino de emociones, sentía cómo la realidad de su destino se desplegaba ante ella.
Ante la magnitud del descubrimiento, el padre de Aurora se volvió hacia el hechicero. “Por favor, le pido que guíe a mi hija en el uso de este don. Enséñale a controlar la magia que fluye en su interior.”
“En una semana daremos inicio a tu instrucción,” anunció el hechicero, extendiendo una colección de tomos antiguos hacia Aurora. “Estos volúmenes contienen hechizos elementales que serán la base de tu aprendizaje. Dedica tiempo a estudiarlos y, cuando nos encontremos de nuevo, Comenzaremos a dar vida a la magia que yace en tus manos.”
En el campo de entrenamiento, donde los guardias perfeccionan sus habilidades, Elliot se dedicaba a la práctica de su magia. La luz del día se reflejaba en su hoja, mientras él movía su espada al ritmo de antiguos encantamientos.
—Elliot —la voz de Aurora resonó con claridad en el aire vibrante—. ¿Podrías enseñarme cómo fusionas tu magia con la espada?
Elliot se detuvo, sorprendido por la inusual petición de su hermana. Era la primera vez que Aurora mostraba interés en sus artes marciales mágicas. Aunque intrigado, no pudo ocultar una sonrisa de complicidad.
—Claro, presta atención —respondió con un gesto de asentimiento. Con un susurro, comenzó a recitar un conjuro, y su espada se iluminó con un brillo etéreo—. Cada movimiento es un verso, cada golpe es una palabra. La magia es el poema que escribes con la espada.
La lección comenzó, y con cada palabra de Elliot, la magia fluía, entrelazándose con la destreza de la espada, ofreciendo a Aurora un espectáculo de luz y poder.
Elliot, con una mezcla de asombro y curiosidad, observó a Aurora tras su impresionante demostración. “¿Puedo preguntarte qué ha despertado tu repentina curiosidad por la magia?” inquirió, su voz teñida de un interés genuino.
Aurora, con una sonrisa que reflejaba su recién descubierta pasión, compartió experiencia. “He atravesado por aventuras que jamás hubiera imaginado y, en ese proceso, he descubierto que puedo ejercer magia, magia de luz.”
Elliot, aún incrédulo, asintió lentamente. “La magia de luz es un arte antiguo y misterioso,” dijo con seriedad. “No se sabe mucho al respecto, y el entrenamiento será riguroso.”
“Lo sé,” respondió Aurora, su voz serena pero firme. “Esa magia se perdió en las brumas del tiempo. Pero es precisamente por eso que deseo aprender y absorber el conocimiento de aquellos que dominan la magia.”
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Conjuro que uso Elliot:
Este conjuro otorga a la espada un poder ofensivo formidable, ideal para enfrentamientos donde la fuerza y la intimidación son clave.
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Comments
Mary Salazar
excelente historia
2025-02-06
0
Gladys Torres
Me encanta 🥰 🌹
2025-01-07
0
Maria Luisa Camargo Mejia
🤗🤗🤗🤗
2024-12-11
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