Capítulo 13. Trato Justo

—¿Puedes caminar? —preguntó el Duque Bertram con su voz profunda y penetrante.

Al no recibir respuesta inmediata, levantó a Lisel en brazos, provocando una reacción instantánea en ella.

—¡Bájame ahora mismo! No estoy herida, puedo caminar —protestó Lisel, golpeando inútilmente su pecho con pequeños puñetazos que él apenas percibía.

Con un movimiento ágil, el duque bajó sus brazos que la cargaban, pero justo cuando Lisel estaba a escasos centímetros del suelo, la soltó.

—¡Ouch! —exclamó ella, en una queja mezclada con indignación.

—Hice exactamente lo que pediste —respondió el duque, impidiendo que cualquier maldición escapara de los labios de Lisel.

Una chispa fugaz, casi traviesa, iluminó sus ojos, como si el acto de salvarla de unos bandidos y luego dejarla caer al suelo fuera parte de un juego bizarro.

Lisel se puso en pie rápidamente y empezó a caminar, sintiendo aún la presencia del duque detrás de ella.

—¡No me sigas más! —gritó con frustración y confusión mezcladas en su voz.

—Está bien, Lisel —dijo el duque, desvaneciéndose de su vista tan rápidamente como había aparecido.

Mientras caminaba hacia la yegua de Deysi, Estrella, Lisel no podía sacudirse la sensación de que el duque aún la observaba.

Su aparición oportuna no podía ser una coincidencia. Estaba claro que la estaba siguiendo, pero ¿por qué?

Perdida en sus pensamientos, solo volvió a la realidad al ver a Estrella, que estaba pacientemente rascándose contra el poste al que estaba atada.

Instintivamente introdujo su mano en el bolsillo interior de la capa, buscando unos pequeños trozos de zanahoria que había traído para Estrella, pero el bolsillo estaba vacío.

Al darse cuenta, su corazón se detuvo por un segundo, golpeada por la desesperación.

¡Esa no era su capa! Y lo más crucial, la hierba Lágrimas de Selene, ese ingrediente vital para su plan, estaba en su propia capa.

Con un suspiro de frustración, Lisel se secó una lágrima rebelde que se deslizaba por su mejilla.

Todo su esfuerzo para conseguir el ingrediente parecía haber sido en vano. Sabía que el otro mercader no dudaría en tomar represalias si la veía nuevamente tras el incidente.

Sin embargo, no era momento para dejarse llevar por el llanto; debía actuar con rapidez.

Determinada, pero con un temor creciente en su interior, se dispuso a regresar al peligroso Mercado Negro para recuperar la hierba Lágrimas de Selene de su propia capa.

La idea de volver a ese lugar le provocaba un temblor nervioso, pero sabía que no tenía otra opción.

Cuando volvía desolada sobre sus pasos, una voz habló.

"Otra vez esa maldita voz" pensó mientras apretaba los puños.

Pero tuvo que prestar atención a sus palabras cuando vio el pequeño frasco de Lágrimas de Selene en sus manos.

—Parece que has perdido algo —dijo Alaric, con un tono arrogante, sosteniendo el tarro de Lágrimas de Selene.

—Eso es mío —reclamó ella con indignación.

—Devuélvamelo, Duque.

—Ahora es mío, yo lo encontré —respondió él con una sonrisa burlona.

—¡Yo pagué por eso! —insistió Lisel.

—Casi con tu cuerpo —su tono era inquietantemente aterrador.

—¡Pagué con dinero! Eso fue solo porque son bandidos —aclaró ella, con voz firme.

—Eran —dijo él, disfrutando de referirse a esos rufianes en pasado.

Lisel se quedó en blanco, dándose cuenta de que Alaric no se lo iba a entregar fácilmente. Además estaba muy cansada por todo lo acontecido.

Había planeado su partida como una ida y vuelta rápida, pero todo se había complicado y el tiempo apremiaba. Debía estar de vuelta en la mansión antes del amanecer y Deysi estaría muy preocupada por su tardanza.

Frustrada, maldijo su suerte y se dirigió a la yegua, soltando las riendas y subiendo en ella. La mirada que lanzó al duque era desafiante, aunque no pronunció palabra.

—Te dije que ahora es mío —protestó él, visiblemente molesto.

Sin responder, Lisel se dispuso a marcharse.

—Pero puedo vendérselo —añadió Alaric, y ella se giró para mirarlo con indignación. Lisel casi pierde el equilibrio en la yegua por su brusco movimiento.

—¿Me pide que pague con mi cuerpo, Duque Bertram? —preguntó ella con sarcasmo.

—Alaric —corrigió él de inmediato.

—Llámeme Alaric y se lo daré.

Lisel se quedó atónita.

"¿Tan fácil?"

Aunque sí, era cierto que la hierba era suya inicialmente, nunca imaginó que recuperarla sería tan sencillo.

Lisel, luchando por reunir valor, separó sus labios temblorosos. A través de la oscuridad, los ojos de Alaric brillaban intensamente, clavados en su boca, como si cada palabra fuera una presa preciada.

—Alaric —logró susurrar finalmente, aunque su voz sonó más como una súplica que como una afirmación.

Se sonrojó, avergonzada por su falta de firmeza.

Alaric, aunque su rostro permanecía inexpresivo como siempre, destellaba un leve atisbo de satisfacción al escuchar su nombre de la boca de Lisel.

Con un movimiento fluido y controlado, lanzó el pequeño tarro de Lágrimas de Selene. Lisel soltó las riendas de Estrella con un gesto apresurado y atrapó el tarro en el último momento, casi por instinto.

—Gracias a dios—murmuró, más para sí misma que para él.

—No está mal, Lisel —dijo arrastrando las sílabas del nombre de ella, visiblemente satisfecho.

—No esperaba que accediera tan fácilmente —dijo ella, intentando recuperar su compostura y su voz firme, aunque por dentro seguía temblando.

Alaric la observó con esos ojos plateados, inescrutables como siempre.

—Ha sido un trato justo—replicó con un deje de diversión en su voz. Lisel no sabía si sentirse aliviada o aún más nerviosa.

—Debería irme —dijo ella, intentando retomar las riendas con una mano aún temblorosa.

Alaric asintió, pero antes de que Lisel pudiera girar a Estrella, él añadió:

—Espero no tener que rescatarte nuevamente de una situación peligrosa.

Lisel lo miró, su corazón latiendo aceleradamente. No sabía si agradecerle o regañarlo por su actitud.

—No se preocupe, Duque —dijo ella con un intento de tono desafiante.

—Nada de esto volverá a suceder.

Con esas palabras, espoleó a Estrella y salió galopando.

Esperando que él entendiera la sutil referencia de sus palabras: no volvería a ser una damisela en apuros necesitada de su rescate, ni volvería a pronunciar su nombre.

Sin embargo, mientras se alejaba, la mirada persistente de Alaric Bertram sugería que él tenía otras intenciones para ella.

Algo que ella no podía dejar de percibir incluso en su apresurada partida.

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