Contemplaba absorto la insólita situación en la cual esa niña hermosa era la protagonista; sus ojos adornados de largas y rizadas pestañas se abrieron desmesuradamente y un atisbo de indignación sin justificable razón, oscureció su semblante.
-¿Qué clase de asqueroso y repulsivo vínculo puede existir entre estos dos mortales?- Pensó el joven bastante molesto.
Ahí estaba él, en primera fila, divisando a unos pocos metros y detrás de la blancuzca pared, como ese hombre le abría la puerta de la oficina a la linda señorita y la invitaba a pasar, lanzándole una sonrisa picaresca y una mirada lujuriosa, tan palmaria que lo asqueaba.
Después de cerrar la puerta, Alberto, se dispuso a dejar fluir sus más íntimos deseos, aquellos que trató de reprimir muy adentro de su ser, pero sin alcanzar a lograrlo, sugestivamente se arrimaba a su provocativa estudiante pues ansiaba tocarla, ese era su momento, obtendría la más dulce de las gratificaciones y nadie se lo impediría.
- Disculpe la tardanza profe, recojo el documento y me retiro.
No había terminado su frase, cuándo las enormes y atrevidas manos de él, abrazaron ávidas su estrecha cintura, Luna advertía como la respiración cerca de su cuello se iba acelerando y en medio de sus piernas una ostensible excitación ejercía presión contra su amedrentado cuerpo, la temperatura de aquel ruin maestro aumentaba exponencialmente, a la vez que el temor que ella experimentaba hacía lo mismo.
-¡No! ¡Suélteme!, le decía ella mientras trataba con todas sus fuerzas de liberarse de su abrazo.
-¡Quiero besarte! ¡Déjame besarte!
- ¡Aléjese!, gritó Luna exasperada. ¿No sabe acaso quien soy?, ¡voy a denunciarlo!
Dispuesto a marcharse para olvidar aquella nefasta escena, el joven escuchó un grito desesperado casi suplicante que provenía de aquel recinto, ante tal angustioso alarido, desvió su camino y regreso acuciado, para romper por la fuerza el picaporte que mantenía confinada a la dama.
- ¡Suéltela malnacido!. vociferó Alejandro encolerizado.
El odio corroía por entero su ser, enfurecido golpeaba con sus puños el repulsivo rostro del sujeto que tenía delante, mismo que le causaba un asaz nivel de alteración atípico en él.
-¿Quién eres?, refunfuñó el profesor. - Lárgate inmediatamente de mi oficina si no quieres que te acuse por agresión.
- ¿Qué demonios pensaba hacerle?, la estaba lastimando, le gritó el chico iracundo.
-.¡Tch!, No diga estupideces muchachito, ella vino sola a mi despacho a esta hora, nadie la obligó, además, es una chica mayor de edad, no he cometido falta alguna, no sé por qué se asombra tanto.
Luna demasiado asustada como para articular palabras, permanecía de pie, atónita y desconcertada, no musitaba sonido alguno, no obstante, la voz del chico que la defendía llegó a sus oídos y como si una descarga eléctrica se tratase activó sus reacciones.
- ¡Joven, saqueme de aquí por favor!, Le solicitó la trémula dama.
Ella estiró su delicados dedos para posarlos sobre la camisa de Alejandro, los suplicantes luceros azules inundados de lágrimas penetraron profundamente en los ojos verdes de aquel valiente chico; él la miró con infinita ternura, quería abrazarla, tal vez consolarla, pero se abstuvo de hacer algo que consideró inapropiado.
-¡Bien! ¡Salgamos señorita!, le dijo el jóven, no sin antes fulminar con la mirada al deplorable personaje que aún quedaba en el lugar.
- Se lo agradezco tanto... tanto, le expresó la inocente damita con voz átona y tartamuda, al tiempo que ocultaba con la palma de las manos aquellos cautivadores ojos, nublados y llorosos.
Los vigorosos brazos de Alejandro se situaron encima de los hombros de la mujercita y ella, gimoteando, levantó sus grandes fanales célicos para verlo. Extasiado, el joven admiró detalladamente a la fémina, su pequeña nariz sonrojada, sus labios carmín entreabiertos que exhibían la perfecta curvatura de su arco de cupido, la piel satinada sin ningún imperfecto, todo en esa chica era fascinante; por un segundo se quedó sin aliento, de cerca su hermosura se sobreponía a la observada cuándo la conoció.
- No quiero verla llorar señorita, le dijo Alejandro dulcemente, suavizando su expresión facial y sonriéndole tímidamente. - ¿Cuál es su nombre?
- Ángel de la Luna, le respondió, entre tanto, secaba las pocas lágrimas que aún le quedaban con la yema de sus finos y largos dedos.
Él ya lo sabía... lo sabía desde hacía mucho tiempo, conocía su nombre desde el primer día que asistió a clases, solo quería que ella pensara en algo más para que dejara de llorar.
- ¿Hacia dónde se dirige?, Permítame acompañarla.
- En la entrada de la universidad me esperan mis escoltas, si usted es tan amable puede llevarme hacía allá.
- Perfecto, también voy de salida.
Esos ojitos inocentes lo seguían, ella caminaba serena a su lado; una desconocida sensación se apoderaba del palpitante pecho de Alejandro, ¿qué era ese sentimiento? ¿Por qué su corazón estaba tan alterado? ¿Por qué sentía que le faltaba el aire?, le costaba respirar, concentrarse en aquella caminata nocturna, apacible y en silencio.
- Señorita Luna, la hemos estado buscando, ¿Está bien? ¿Dónde ha estado?, la interrogaban sus escoltas.
- Estoy bien.
- Señorita es tarde, debemos irnos.
- Joven, ¿podría buscarme en el restaurante que está al lado del campus a la 1:30 de la tarde?, me gustaría hablar con usted. Le expresaba Luna, subiéndose en el vehículo.
Ella no alcanzó a escuchar la respuesta del chico, el auto avanzaba perdiéndose en la distancia, dejando atrás el tortuoso día vívido que ya moría con la venida de la penumbra.
La noche se hacía eterna, la incapacidad para apaciguar los pensamientos que brotaban con tanta intensidad impedían el descanso de aquellas almas cuyos mundos habían tenido un breve acercamiento. Cada uno enfocado en interpretar subjetivamente los eventos suscitados, con perspectivas totalmente diferentes, que lo único que compartían era el innegable cúmulo de emociones.
Colocando cuidadosamente los codos sobre el escritorio estudiantil y sosteniendo con sus manos el rostro, María Fernanda, desde una de las ventanas del edificio, divisaba detenidamente al atractivo chico que se organizaba la sencilla e impoluta camisa blanca tres cuartos que lucía perfectamente en virtud de su tonificado cuerpo; el joven recogía su cabello y lo ataba en una media cola de la que sobresalían algunos mechones sobre su frente, dándole a él, un cautivante aspecto de niño rebelde.
- ¡Uf!, que niño más lindo, ¿no crees?
Maria Fernanda se sobresaltaba ante esas intrépidas palabras e inmediatamente apartaba los ojos de él. -¿Qué estupidez estás diciendo? ¿Acaso no sabes quién es?
- Claro que lo sé, es el estudiante becado, creo que se llama Alejandro.
- Es inaceptable que pienses de esa manera, él no está en nuestro mismo nivel social. ¡No seas absurda!
- Yo nunca dije que lo estuviese, solo aseguro lo que es innegable y él definitivamente es muy atractivo. Imagínate que ese chico fuese un heredero, tan guapo, tan inteligente, tan estudioso, tan simpático, de seguro muchas chicas querrían salir con él.
- Pero no es así, su mundo difiere mucho del nuestro, es demasiado el abismo que existe. No hablemos más de eso.
- Como tú digas Mafe, solo me dió la impresión de que estabas viéndolo desde la ventana.
- ¡Claro que no tonta!. Isabel, no vuelvas a decir eso.
- ¡Vale!... ¡No te enojes!
El foro matemático terminaba con excelencia, ovaciones y agasajos colmaron el auditorio, una excelente demostración de conocimientos aseguraron el éxito del evento; Nicolás agradecía sinceramente a los ponentes, asistentes y organizadores, en eso, Alejandro recogía presuroso los elementos utilizados en la actividad, ya era tarde y tenía una cita.
La 1 y 15, esa era la hora que se marcaba en su reloj, nervioso e ilusionado, el jovencito alisaba su camisa con los dedos, procurando eliminar cualquier rastro de arruga en la prenda, peinaba su cabello un tanto desordenado por el trajín de las tareas matinales, tratando de estar presentable para ella. A marcha lenta, ando aquella corta trayectoria, aún con las palabras de la muchachita resonado en su liosa cabeza, dudando si de verdad había escuchado correctamente su propuesta.
Unos cuantos pasos más y logró avistar a la señorita, sentada presuntuosa, cruzada de piernas, leyendo lo que parecía ser un libro de medicina, era la antítesis de la mujer vulnerable que había conocido ayer, lástima que no estuviese sola, Marcos Rangel, Daniel Palacios y otra chica, circundaban sus alrededores. Por un breve instante vaciló, no le apetecía acercarse a ella con esos odiosos sujetos ahí, pensó en devolverse, sin embargo, Luna desvió la mirada de su lectura y se percató de su presencia.
- ¡Oh!, Joven, es tan amable de acercarse. ¡Lo estaba esperando!
- ¿A quién está llamando, señorita Luna?, le preguntó Daniel intrigado.
- A ese chico que está allá, le dijo ella señalándolo.
-¿Alejandro Beltrán?... ¿Es enserio?
- ¿Lo conoces?, no sabía su nombre.
- Estudiamos en la misma facultad, pero eso no es lo importante, ¿si sabe que él es un estudiante becado, que proviene del proletariado?
Luna veía con algo de extrañeza a Daniel y fruncía el ceño confundia.
- Ignoraba ese hecho, afirmó.
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