Era la primera vez que el profesor Alberto acariciaba el cabello de Luna, hacía ya varias semanas que asistía a su clase, siempre se mostraba muy entusiasmado e interesando en la bellísima señorita, pero nunca había tenido un acercamiento tan intenso como el de aquel día.
- ¿Cómo se encuentra esta mañana la más hermosa de mis estudiantes?, le preguntaba Alberto acercándosele al oído, a la vez que enredaba su dedo índice en aquel largo cabello ondulado.
Luna se sobresaltaba, un gélido escalofrío recorría su cuerpo, de inmediato se alejaba del impertinente hombre como si hubiese sido pinchada por una punzante aguja.
- ¡Bien profe!, aseguraba con sus palabras, pero su comportamiento nervioso, desmentía esa respuesta.- ¡Ya es hora de empezar con la clase, debo ir a sentarme!
Durante la hora predestinada a impartir fisiología humana, Alberto no desvío su mirada de la impresionante figura femenina, quien se hallaba sentada en los asientos traseros del salón; casi de forma involuntaria, sus escrutadores ojos se posaban en ella una y otra vez, insinuándole, quizás, algo más que sus enseñanzas académicas.
- Señorita Luna, la espero en mi oficina, quiero mostrarle los interesantes libros que he conseguido para usted, le decía Alberto antes de retirarse del aula.
- Profe, cuándo termine el último bloque de materias, paso por su despacho, ¿le parece bien?
- ¡Te espero!
Reclinado en el monumento de los fundadores, situado en la plazoleta principal, el joven Emiliano divagaba en su único amigo, para él, Alejandro era su protector, su guía y su consejero, una fresca brisa matinal que reconformaba su espíritu, permitiéndole avanzar en ese vasto y suntuoso lugar que parecía tan indiferente a sus padecimientos, un magnífico sitio repleto de crueles seres humanos para las cuáles él no tenía valor alguno. Anque estudiaban carreras diferentes, compartían algunas materias y en los recesos se encontraban para deshagorse de los conflictos que acibaraban sus días, eso sin duda, los fortalecía.
- Emiliano, ¿te gustaría participar de un foro educativo?, lo interrogaba Alejandro entusiasmado. - ¡Ey!, Emiliano... ¿Estás ahí? ¿Me escuchas?
- ¡Lo siento!, ¿qué me decías?
-El profesor Nicolás, está preparando el primer foro educativo del semestre, sobre cálculo integral, me ha pedido que le ayude a organizar el evento, ¿Quieres acompañarme?
- ¡Por supuesto!, también me interesa ese tema. Alejo, tu relación con el profe Nicolás es muy buena, ¿no?.
- Él es diferente a los demás, es una eminencia, muy humano, cálido e imparcial, no le importa mi procedencia, solo mis habilidades.
- ¡Vaya!...Él es genial. ¡Ojalá todos fuesen así!
El sabor del cigarrillo se intensificaba con cada sorbo de aquel amargo café; sentado en su silla, Alberto ojeaba un desgastado libro sobre relaciones humanas, se disponía a disfrutar de sus fantasías más profundas, la musa que incrementaba esa dosis de deseo era ella, desde que la vio por primera vez, las ansías de tenerla lo dominaron, quería romper la pureza de esos ojos de cielo, de su inmaculado cuerpo, verla llorar, perderse en aquella mirada inocente y arrancarle el más profundo de los suspiros.
-¡Rayos!, quizás estoy enfermo, de todas las veces en que he sido dominado por este sentimiento, esta ha sido la más intensa. ¡Sera la última vez, lo juro!. ¡Demonios!.. no se cuántas veces he dicho lo mismo, se decía a sí mismo, mientras colocaba sus redondeados lentes sobre el escritorio.
Apresurando el paso, Luna se dirigía a la oficina del profesor Alberto, era tarde, el anochecer ya empezaba a revestir de negro la ciudad y muy seguramente sus escoltas la esperaban impacientes en la entrada del plantel, no se demoraría, solo guardaría los libros que Alberto tenía para ella y se retiraría enseguida. Encontró la puerta de la oficina entreabierta y decidió adentrarse sin anunciarse primero, después de todo, el tiempo apremiaba.
- Siéntese señorita Luna, le sugería Alberto amablemente. - Permítame entregarle estos libros, contienen información relevante para el próximo examen académico.
- Profe, muchas gracias, le decía ella mientras recogía los libros de la mesa. - Ya me retiro, se hace tarde.
- Espere un momento, déjeme enseñarle algo más.
Ella se sentía observada, le intimidaba la mirada lasciva de aquel hombre que se acercaba cada vez más a su desazonado rostro, podía percatarse de su agitada respiración que por momentos se entrecortaba y eso le provocaba aprensión. Con gentileza, Alberto usó sus largos y robustos dedos para tocar el cabello de la jovencita, después de eso, los deslizó sugestivamente por sus rosáceos labios.
- ¡Eres tan hermosa!, ¿Me permitirías ayudarte a estudiar?, podrías ser la mejor alumna, si así lo deseases.
- Lo siento profe, es tarde, me voy, gracias por los libros.
- ¡Espera!
- ¡No puedo!
Reposando en el borde de la piscina, Luna contemplaba su reflejo entre el turquesa de sus aguas, la inundaban los recuerdos de las vivencias de la tarde, quería hablar con Katarina, o tal vez con mamá, lo meditó por un rato prolongado, suspiró profundamente y desistió. ¡Estoy exagerando, no ha pasado nada!.
- Señorita Luna, la cena está servida, le expresaba una de las mucamas, interrumpiendo así, las consideraciones de la joven. - Su padre ha salido de viaje y su abuela Aurora regresó a la villa, solo está la señora Angélica.
- Gracias Matilde, me visto y enseguida voy.
La ajetreada mañana los mantuvo ocupados, el foro académico se realizaría en pocos días y era perentorio organizar cada pormenor del evento, muchas personas asistirían a él y fallar no estaba dentro de sus planes.
- Todo ha salido excelente, se ha organizado el foro matemático y los ponentes que harán la presentación ya se han elegidos. Alejandro, eres muy eficiente y talentoso, me gustaría que algún día dictaras una clase conmigo para tus compañeros.
- ¿Cómo cree profe?, terminarán odiándolo de verdad, imagínese la humillación que sentirían mis compañeros al verme de pie en el pizarrón.
- Alejo, el conocimiento debe compartirse y demostrarse. ¡No lo olvides jovencito!.
- ¡Lo tendré en cuenta!.
El profesor Alberto entregaba los exámenes de la última prueba de rendimiento académico, sin embargo, en un descuido suyo había olvidado uno de ellos en su despacho y así se lo notificó a la persona dueña del documento, que incrédula, lo veía con descontento.
- Lo siento señorita Luna, olvidé su examen en mi oficina, ¿puede usted pasar por él en horas de la tarde?, después de las seis estaría bien, pues tengo varias actividades programadas antes.
- ¡Ah! ¡Hum!... ¡Esta bien!
Encontrábase ella fatigosa y abismada en la entrada de la universidad, se disponía a regresar a su morada, subió despreocupada al fastuoso vehículo y miró la hora en su reloj, se sorprendió, ya eran más de los seis de la tarde, se había olvidado por completo de ir a recoger su examen.
- ¡Cielos!, debo regresar, Lukas, serías tan amable de esperar por mi un momento, no me demoro.
- Señorita, permítame acompañarla, es tarde, es mi deber cuidar de usted.
- Oh, por favor no, puedo ir sola. ¡No te preocupes!
- ¿Esta segura?
- ¡Por supuesto!, le decía Luna a su escolta.
La preciosa fémina se alejaba presurosa caminando por el amplio jardín, desvaneciéndose entre un espléndido ocaso cárdeno, precursor del anochecer que pronto envolería completamente el minúsculo rayo de claridad que aún quedaba en la ciudad; no se tardaría, eso pensó ella, pero las imprevistas circunstancias de la vida le tendrían un plan diferente.
Extenuado, el joven Alejandro terminaba de ultimar los detalles del evento venidero, exiguos seres humanos rondaban aun por allí. A punto de marcharse, divisó no muy lejos de él, a la seráfica mujer de cabellos cobrizos, que se desplazaba con premura hacia la parte superior del plantel.
-¿Qué hace ella aun aquí?, se preguntaba Alejandro confundido.
Un impulso sobrehumano invadió el cuerpo de aquel hechizado joven, por inercia sus pies avanzaron casi de forma inconsciente detrás de la grácil figura femenina que se perdía entre la débil luz del anochecer.
-¿Qué demonios me pasa?, se cuestionaba Alejandro, sin dejar se seguir a la chica. - ¡Solo quiero hablarle!, ¿Será esta mi oportunidad?
Toc, toc, toc...Tocaban a la puerta, ¡Oh, vaya, has tardado!, pasa querida, te estaba esperando, le decía Alberto a la cándida señorita mientras cerraba nuevamente la puerta.
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