Capítulo 19. Marca de Tortura.

Corina Lotoblanco la estaba amenazando de muerte una vez más en el muelle a la vista impactada de todos, y Yara todavía no sabía como reaccionar.

Uriel y sus hombres aún no eran conscientes de la escena, por lo que no pudieron interferir a tiempo cuando la atacante atacó con su cuchillo a la rubia más de una vez mientras le gritaba maldiciones.

—¡Muérete! ¡Maldito! —Atacaba la mujer, a lo que Yara esquivaba a duras penas.

—¡Corina, basta ya!

En medio de aquel arrebato a Corina se le cayó el velo que cubría su rostro, dejando ver una horrible cicatriz que espantó a la muchacha.

—¿Te asusta lo que ves? —Preguntó Corina ante la mirada perpleja de Yara. —Todo es tu culpa, ¡Maldito príncipe de Platina!

La atacante se abalanzó sobre ella, el cuchillo casi atravesando su ojo. En un intento de bloquear un corte, Yara no tuvo otra opción más que atravesar su propia mano para apartarla, ocasionando que el cuchillo le hiciera un corte en la palma.

Corina permaneció anonadada por el bloqueo, pero de igual manera iba a volver a atacar, de no ser...

—¡Sobre ella, muchachos!

De repente todos los marineros se tiraron sobre la atacante quitandole el arma en un abrir y cerrar de ojos. Parecía que los marineros se habían aliado para defenderla.

Justo en ese momento los guardias de Uriel y Wilson llegaron al muelle para controlar a los marineros y liberar a Corina. Uriel corrió directo hacia Yara, mientras que Wilson lo primero que hizo fue darle un golpe en la cabeza a Corina.

—¡Eres una señorita muy imprudente! —Reprendió Wilson Napoleón a la mujer. —¿Cómo pretendes conseguir ayuda haciendo un escándalo?

—¡Usted sabe que yo nunca estuve de acuerdo con que este desgraciado quedara libre! —Corina señaló al príncipe con desprecio. —El rey de Platina le hizo esto a mi rostro, ¡Y alguien debe pagar!

Uriel miraba a la mujer con desaprobación, a la vez que sanaba la herida de Yara en la mano.

—No quiero que le hagas nada. —Le pidió el "príncipe".

—¿Disculpa? Quiso matarte...

—Dije que no.

La insistencia en los ojos de Yara no hicieron que Uriel se doblegara, aunque lo único que sentía era confusión.

El Rey de Sorin dejó la mano de su protegida y se dirigió hacia los visitantes con expresión seria.

—Hablemos en privado. —Dijo frivolamente.

Uriel se fue del muelle junto a sus guardias y ambos convocados no dudaron en seguirlo. Yara también quería saber de que irían a conversar, por lo que se tomó un pequeño descanso para seguirlos y escuchar.

—Dígame que es lo que quiere señorita Lotoblanco. —Exigió saber Uriel. —Y lo resolvemos de una vez.

—Cállese que usted también es un hipócrita de bastante cuidado. —Soltó Corina, molesta. —Me prometió mi reino, que después de hacer justicia con los Altaluna recuperaría al reino de Khall y aún no veo ningún avance.

—Pensé que la residencia que le di era suficiente para mantenerte hasta casarte. —Objetó el rey de Sorin.

—¿Perdón? —Dudó Corina desconcertada. —¿Cómo que "hasta casarme"?

—Es la única manera en la que te otorgaré mi apoyo para recuperar tu reino. —Dijo Uriel, cruzándose de brazos. —No lo harás sola.

Por obvias razones Corina se opuso a la idea, no tanto porque la simple idea de tener que conseguir un esposo para reclamar su herencia era ridículo, sino por el hecho de que ¿Quién amaría a una mujer con el rostro y la vida destrozados como ella? ¿Quién la amaría con esa marca de tortura imborrable?

Al otro lado, Yara escuchó toda la reunión, y no tomó la noción del tiempo cuando Uriel la descubrió, lo que despertó aún más el descontento del rey.

—Como siempre, entrometida. —Le recriminó.

—¿Y así quieres que revele mi secreto?

—¿A que te refieres? —Uriel no comprendió al principio, pero después de analizar las muecas de la chica supo a que se refería. —Entiendo, insinúas que no apoyo a Corina por ser mujer... te recuerdo que ella trató de matarte DOS VECES, eso demuestra que es una persona inestable para mantener un reino por sí sola.

—Mmm... —Murmuró Yara, inconforme. —No te creo.

—Cree lo que te dé la gana. —Uriel la evadió, retirándose del lugar.

—¿A dónde vas? —Preguntó Yara, siendo ignorada.

En efecto, Uriel se había ido y la abandonó sola en el muelle. Pensó que a lo mejor necesitaba estar solo, por lo que decidió seguir trabajando.

Los marineros actuaban como si nada hubiese pasado, como si no hubieran tratado de matarla hace media hora. Con el sol de mediodía pegándole en la piel y su herida en la mano ardiendo por las manchas de sal y escamas, Yara continuó en su humilde labor.

Sin embargo, los marineros que al inicio eran escépticos y se burlaban de ella, empezaron a incluirla, a entablar conversaciones e incluso a darle consejos sobre el oficio.

La tarde que llegó le anunció a los trabajadores el final de la jornada, por lo que se tomaron un descanso para comer. Yara se sentía cansada, pero satisfecha. Sus manos quedaron marcadas por callos y cicatrices que demostraban su esfuerzo.

En una mesa larga se compartió pan recién hecho, pescado asado y cerveza, mucha cerveza. Yara masticaba la comida con lentitud, observando a los marineros que reían a su alrededor.

—Bueno muchacho, tal vez no naciste para esto, pero demostraste que estás dispuesto a aprender y trabajar duro. —Le habló con aprobación un capitán mientras le daba palmadas en la espalda. —¡Sigue así muchacho!

—Y por favor, no vuelvas a meterte con mujeres problemáticas. —Le aconsejó un marinero.

Yara les sonrió tímidamente. Aunque sabía que su tiempo en el muelle sería limitado, había disfrutado trabajar en el. Entre esas personas humildes y trabajadoras, había encontrado un sentido de armonía que nunca había experimentado en los muros de su palacio.

Un carro llegó a buscarla en la noche, antes de irse Yara miró hacia el mar abierto, sintiendo una conexión profunda con el mundo del mar. Al otro lado, estaba su hogar...

Algún día iría por él.

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