Capítulo 13

Andreas conducía su Jaguar XF por las calles húmedas de Londres, el humo de su cigarrillo formando remolinos en el aire mientras su mente daba vueltas en torno a la cuestión de Ashley. La ciudad pasaba borrosa por la ventana, un reflejo adecuado de su tumultuoso estado mental.

Constantinos, sentado a su lado, observaba a su padre con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—Papá, ¿por qué estás tan nervioso? Has estado así desde que esa mujer llegó a la empresa —preguntó, su voz mostrando una inocencia juvenil mezclada con percepción.

Andreas volvió la cabeza para mirar a su hijo, y por un momento, la semejanza de Constantinos con Anabel lo golpeó con una claridad desarmante. Sacudiendo la cabeza para liberarse de ese pensamiento, se concentró en la carretera, pero la comparación ya se había afianzado en su mente.

—Es solo trabajo, Constantinos. Algunas cosas no salen como uno espera —respondió Andreas, su voz un velo sobre sus verdaderos sentimientos.

Constantinos miró hacia adelante, sus ojos reflejando una complejidad emocional que contrastaba con su juventud.

—Pero esa mujer, Ashley, parece que te perturba mucho. ¿Es realmente solo por el trabajo?

Andreas exhaló el humo lentamente, sus pensamientos girando alrededor de Ashley y los remanentes de su pasado compartido.

—Ella trae… complicaciones —admitió finalmente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Hay historias antiguas que preferiría dejar atrás.

En el rostro de Constantinos no había rastro de la pasión ardiente y la rebeldía que habían caracterizado a Anabel. En cambio, sus ojos reflejaban una inocencia, una curiosidad y una tranquilidad que, en ese momento, Andreas encontraba tanto refrescante como dolorosamente aguda.

Su hijo mayor era un recordatorio de lo que había perdido y de las decisiones que había tomado, un espejo de un pasado que seguía acechándolo en formas que no podía anticipar completamente.

La conversación en el coche se tornó un silencio reflexivo, cada uno perdido en sus pensamientos mientras el Jaguar se deslizaba por las calles de Londres, llevándolos hacia un futuro incierto donde el legado del pasado y las decisiones del presente estaban destinados a colisionar.

●●●

Andreas y Constantinos llegaron al imponente edificio donde se ubicaba el penthouse de Andreas, una estructura moderna que se alzaba con autoridad sobre el paisaje urbano de Londres. Al entrar al departamento, se encontraron con un espacio que reflejaba lujo y sofisticación en cada detalle.

El penthouse estaba diseñado con una estética contemporánea, dominada por líneas limpias y una paleta de colores neutros que acentuaban la sensación de espacio y luz. Grandes ventanales ofrecían vistas panorámicas de la ciudad. El diseño interior combinaba líneas limpias y modernas con toques de opulencia, como el arte contemporáneo que adornaba las paredes y los muebles de diseñador que ocupaban cada habitación. El espacio principal era un área de estar abierta, con una zona de comedor formal y una cocina de vanguardia, todo dispuesto en un flujo que favorecía tanto la funcionalidad como el estilo.

Al adentrarse en el salón principal, vieron a Elena Dimitriou Papadopoulos, la esposa de Andreas, que se acercó a ellos con una sonrisa acogedora. Sus cabellos castaños estaban recogidos en un moño elegante, y su atuendo, impecable y chic, reflejaba su estatus y buen gusto.

—Andreas, Constantinos, qué bueno que están en casa —dijo Elena, besando a Andreas en la mejilla y luego a Constantinos.

A su lado, los tres hijos menores de Andreas se agrupaban, observando la escena con curiosidad y timidez. Dimitris, el más extrovertido de los tres, dio un paso adelante.

—Papá, hemos estado practicando para el recital de piano —declaró, con un brillo de orgullo en sus ojos.

Andreas, su expresión suavizándose al ver a sus hijos, asintió con aprobación.

—Estoy deseando escucharlo, Dimitris. Sé que has trabajado duro —respondió, su atención brevemente alejada de las preocupaciones anteriores.

Sophia y Nikos, los dos hijos menores, se acercaron lentamente, buscando atención y cariño. Andreas se agachó para abrazarlos, cada gesto demostrando una faceta más cálida y paternal que rara vez mostraba fuera de este entorno familiar.

Constantinos, por su parte, se mostraba algo distante, aún reflexionando sobre la conversación en el coche. Se sentó en uno de los sofás lujosos, observando la interacción familiar.

Elena observó la escena, una mezcla de contento y reflexión en su rostro.

—Andreas, ¿podemos hablar un momento en privado? —preguntó, su tono sugiriendo que había asuntos pendientes que necesitaban discutir.

Andreas asintió, excusándose con una sonrisa ante sus hijos.

—Claro, Elena. Constantinos, ¿por qué no muestras a tus hermanos lo que has estado aprendiendo en la guitarra?

Con esa distracción familiar, Andreas y Elena se dirigieron a una parte más reservada del penthouse, dejando a los niños en un ambiente de juego y música. Mientras tanto, la mente de Andreas seguía dividida entre su familia presente y los fantasmas de su pasado que amenazaban con irrumpir en su mundo controlado.

Andreas y Elena se retiraron a su habitación, un santuario de privacidad y lujo dentro del penthouse. La estancia estaba decorada con una elegancia discreta, predominando tonos suaves de crema y marrón que creaban un ambiente tranquilo y sofisticado. Un gran ventanal ofrecía vistas impresionantes de Londres, mientras que una cama amplia y opulenta dominaba el centro de la habitación, flanqueada por mesitas de noche con lámparas de diseño minimalista.

Elena se quitó los aretes lentamente, colocándolos con cuidado en la superficie pulida de una cómoda de madera oscura, antes de dirigirse a Andreas con una pregunta que llevaba implícita una preocupación más profunda.

—¿Cómo van las cosas en la empresa, Andreas? —preguntó, su tono casual pero con un matiz de seriedad subyacente.

Andreas, mientras se servía un whisky en un pequeño mueble-bar integrado en la habitación, respondió sin mirarla inicialmente.

—Todo va bien, en general —dijo, dando a entender un control superficial sobre los asuntos—. Ha llegado alguien nuevo, una mujer. Parece que quiere poner todo patas arriba, pero no te preocupes, resolveré el asunto.

Se sentó en la cama, vaciando el vaso de un trago, la serenidad de la habitación contrastando con la turbulencia de sus pensamientos.

Elena, sentándose a su lado, tocó otro tema delicado, buscando entender mejor las preocupaciones que notaba en Andreas.

Elena, sentándose a su lado con una suavidad pensativa, cambió el tema hacia algo más personal.

—¿Y cómo viste a Constantinos en la empresa? —inquirió, su voz revelando una mezcla de preocupación materna y curiosidad.

Andreas se levantó de nuevo, su necesidad de movimiento reflejando su inquietud interna, y se sirvió otro whisky.

—Está yendo bien con él, es fuerte —afirmó, tratando de proyectar tranquilidad—. No te preocupes, Elena.

Ella lo miró fijamente, su conexión con Constantinos evidente en sus palabras.

—Aunque Constantinos no sea mi hijo biológico, lo quiero como si lo fuera —dijo Elena, su voz suave pero firme—. Y he notado que parece algo nervioso últimamente. ¿Estás seguro de que puedes resolver lo de esa mujer en la empresa?

Andreas, parado junto al mueble del licor, sostuvo el vaso con fuerza antes de responder.

—Sí, Elena, puedo manejarlo. Constantinos estará bien, y lo de esa mujer… no será un problema por mucho tiempo —aseguró, su tono dejando entrever una determinación sombría.

Elena asintió, aunque la sombra de la duda y la preocupación permanecía en sus ojos, reflejando la complejidad de los retos que enfrentaba su familia y la empresa bajo la superficie calmada que Andreas intentaba presentar.

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