Capítulo 10

Ashley conducía su Audi Q5 el auto deslizándose por la Autopista Attiki Odos, que rodeaba Atenas, rumbo a la villa en las afueras de la ciudad. El sol del atardecer teñía el cielo de tonos de rosa y naranja, creando un espectáculo de luz y sombra en el paisaje que pasaba velozmente.

. El vehículo, con su interior lujoso y suave ronroneo del motor, ofrecía un confort que contrastaba agudamente con la turbulencia de sus pensamientos.

Mientras avanzaba, su mente vagaba entre Andreas, Constantinos, y la emoción de su nuevo embarazo. Estaba envuelta en sueños de un futuro feliz, una familia perfecta que estaba empezando a construir con Andreas. Sin embargo, un recuerdo abrupto de Anabel se filtró en su felicidad, una sombra pasajera que oscureció su alegría momentáneamente.

Mientras reflexionaba sobre su hermana, Ashley sintió un espasmo leve, una punzada de dolor que la hizo fruncir el ceño. Lo desechó como un malestar pasajero, atribuyéndolo al estrés y a la emoción del momento. Pero entonces, otro espasmo, más intenso, la sacudió, una señal de advertencia que no podía ignorar tan fácilmente.

Intentando calmarse, Ashley se concentró en los recuerdos felices con Andreas, en su reciente viaje al Caribe, donde el amor y la pasión habían definido cada momento. Recordó cómo Andreas la había tocado, cómo se habían amado, tratando de usar estos pensamientos para mitigar el creciente malestar.

Sin embargo, un dolor más agudo la golpeó, un tormento que arremetía contra su cuerpo con una intensidad aterradora. Ashley luchó por mantener el control del coche, su respiración entrecortada, su frente perlada de sudor. El vehículo comenzó a zigzaguear, cada movimiento reflejando la batalla que se libraba en su interior.

En un instante fatal, el dolor se volvió insoportable, y Ashley perdió el dominio sobre el volante. El Audi se desvió bruscamente, saliendo de la carretera en un remolino de polvo y grava, la tragedia resonando en un eco siniestro del pasado.

El coche se estrelló, el impacto brutal interrumpió abruptamente la secuencia de sus pensamientos y el dolor. Ashley quedó atrapada en los restos retorcidos del vehículo, la oscuridad cerniéndose sobre ella mientras la conciencia la abandonaba.

●●●

Ashley despertó a un mundo de luces blancas y sombras borrosas, el sonido de los monitores hospitalarios perforando el silencio. Confusión y dolor se entrelazaban en su mente mientras intentaba recordar cómo había llegado allí. Un médico se acercó, su rostro serio y sus ojos llenos de una compasión profesional.

—Señora Papadopoulos, ha estado en un accidente —comenzó el médico, su voz suave intentando amortiguar el impacto de sus palabras—. Lamento informarle que hemos tenido que amputar una de sus piernas para salvar su vida.

Ashley parpadeó, las palabras del médico resonando en su cabeza como un mal eco. Intentó hablar, pero solo un murmullo incoherente salió de sus labios.

—Y… y el bebé… —logró articular, un temor inmenso creciendo dentro de ella.

El médico suspiró, bajando la mirada antes de responder.

—Lo siento mucho, pero perdió al bebé debido a las complicaciones del accidente —dijo con una gentileza forzada, la práctica no hacía más fácil dar tales noticias.

El mundo de Ashley se desmoronó con esas palabras. El dolor, tanto físico como emocional, la abrumó, una marea de desesperación que borró todo lo demás.

—¡No! ¡Eso no puede ser cierto! —gritó, su voz quebrándose mientras la realidad de su pérdida la golpeaba con una fuerza brutal.

El médico, viendo su angustia, hizo una señal a una enfermera que se acercó rápidamente con un sedante. Ashley luchó, su corazón lleno de negación y dolor, pero la medicación tomó efecto rápidamente, sumergiéndola en un mar de oscuridad.

El tiempo se convirtió en un concepto abstracto para Ashley, los días se mezclaban con las noches en una bruma continua de medicamentos y sueños febriles.

No podía discernir si habían pasado días, semanas o solo minutos desde el accidente. Los momentos de lucidez eran pocos y pasajeros, fragmentos de realidad que se deslizaban entre las largas horas de somnolencia inducida.

En esos raros momentos de claridad, intentaba juntar las piezas de lo sucedido, pero cada intento de entender o recordar se desvanecía rápidamente, arrastrada de nuevo al olvido por las olas de la medicación.

La pérdida de su pierna y su bebé se convirtió en un mantra doloroso que reverberaba en su mente cada vez que emergía a la superficie de su conciencia drogada, un recordatorio cruel de todo lo que había cambiado irrevocablemente.

Un día, durante uno de sus breves momentos de lucidez, Ashley vio una figura familiar parada al pie de su cama. Era William Harrison, con una sonrisa triste adornando sus labios, una expresión de pesar y compasión en su rostro.

—¿William? —murmuró Ashley, su voz ronca por la falta de uso—. ¿Dónde está Andreas? ¿Sabe lo que pasó?

William se acercó, sus movimientos cuidadosos y medidos, y le extendió un conjunto de documentos.

—Ashley, lo siento mucho —empezó, su voz teñida de tristeza—. Estos son los papeles del divorcio. Tú y Andreas ya no están casados.

Ashley parpadeó, la confusión y el shock dibujándose en su rostro.

—¿Divorcio? ¿De qué hablas, William? —preguntó, su mente luchando por procesar la información.

—Andreas inició los procedimientos de divorcio poco después de tu accidente —explicó William, su tono de voz esforzándose por mantenerse neutral, a pesar de la gravedad de la noticia.

Luego le entregó un sobre delgado, el cual parecía ridículamente insuficiente dada la situación.

—Y esto es lo que te corresponde según el acuerdo, dos mil euros —continuó, su mirada desviándose, incómodo con la entrega.

Ashley, aún intentando asimilar la noticia, tomó el sobre con manos temblorosas. La realidad de su nueva situación se cernía sobre ella como una nube oscura, cada palabra de William como una gota de lluvia fría en su ya herida psique.

—Pero… ¿por qué? ¿Por qué haría Andreas algo así? —las palabras salían entrecortadas, mientras el dolor y la traición se entrelazaban en su corazón.

William se sentó al borde de la cama, mirando a Ashley con una mezcla de pena y simpatía.

—No lo sé, Ashley. No tengo todas las respuestas. Pero sé que esto no es justo para ti, ni remotamente justo —dijo, su voz baja.

La habitación se llenó de un silencio pesado, roto solo por el sonido de la respiración entrecortada de Ashley. La traición de Andreas, el dolor de su pérdida física y emocional, y la soledad de su situación actual convergían en un punto de angustia casi insoportable.

En ese momento, la vida de Ashley se sentía fragmentada, como si cada pieza de su antigua existencia hubiera sido arrancada de ella, dejando un vacío lleno de dolor y preguntas sin respuesta.

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