Cuando se presento el doctor, me explico que al llegar al hospital presentaba preeclampsia, lo cual explica la hinchazón de mis pies y la forma en la que me sentía.
Me explico que los análisis arrojaron que tenía diabetes gestacional, lo cual me hizo comprender mi peso. Me explico que debido a esto mi bebé había crecido mucho, por lo que nació muy grande y tenían que hacerle unos estudios para ver qué todo estuviera bien.
También durante la cirugía perdí el conocimiento porque comencé a perder mucha sangre, y mi matriz no se acomodaba; lo cual era peligroso porque si no pasaba esto podría perderla y no tener más hijos.
Mientras todo eso pasaba en el quirófano Alejandro se disponía a ir de hospital en hospital buscando un medicamento que me ayudaría a no perder la vida; ya que dónde me atendían no lo tenian disponible.
Cuando tuvieron todo bajo control en el quirófano, me pasaron a la sala de cuidados intensivos para cuidar mi progreso; ya que todavía me encontraba delicada.
Al retirarse el doctor comencé a llorar. No comprendía por qué me había pasado todo aquello, y deseaba mucho poder estar con mi pequeño bebé.
Por la tarde me trasladaron a un cuarto sin tantos cuidados, pero aún no me permitían ver a mi bebé porque aún no tenía ninguna autorización para levantarme.
Comencé a sentir mucho dolor en mi vientre debido a la operación, pero si quería ver a mi bebé tenía que actuar como si estuviera en las mejores condiciones.
Fue muy difícil para mí levantarme al día siguiente; sentía que las piernas me dolían y me temblaban. Pero con ayuda de Alejandro llegué al sanitario y tomé una ducha.
Al llegar el doctor a mi revisión, me vio mucho mejor. Y me autorizo ver a mi bebé. Inmediatamente, Alejandro y yo nos abrazamos de felicidad, yo quería caminar, pero el doctor dio la indicación de llegar hasta donde estaba el bebé en silla de ruedas. Esto no afectó mi estado de ánimo si tenía que ir incluso cargada lo haría.
Pasamos por varios pasillos hasta llegar a una sala donde había muchos bebés al cuidado de doctores y enfermeras. Inmediatamente, lo identifiqué, ahí estaba mi pequeño en un cunero unido a un suero.
Era como ver un angelito dormido. Al acercarnos y escucharnos saludarlo comenzó a moverse, yo de la emoción me levanté de la silla de ruedas y lo acaricié de su cabeza.
Una enfermera nos mencionó que el pequeño también se encontraba con medicamentos, pero que pronto lo darían de alta y la visita no podía ser duradera.
Esto no nos importó y aprovechamos cada minuto con él. Le hablábamos con cariño, le mencionábamos que pronto nos iríamos a casa los tres y podríamos descansar de todo lo que había pasado.
Cuando regrese a mi habitación estaba muy feliz, ya había terminado la tormenta y comencé a recibir visitas de mis familiares.
La última persona en visitarme fue mi suegra. Al entrar nos saludó muy cariñosamente lo cual fue extraño. Alejandro muy emocionado por esta acción de su madre decidió bajar a la cafetería por unos momentos para traer algo que pudiéramos beber.
Al salir Alejandro de la habitación; su madre, cambio inmediatamente su actitud, y con voz desdeñosa comenzó a decirme: "¿qué haces recostada? No te paso nada, deberías de estar levantada y caminando sin cesar; por cierto estuve en tu casa y que desastre tienes ahí. Cuando llegues a tu casa deberías hacer tus deberes como la buena esposa que debes de ser".
Ante estás palabras entendí que su actitud inicial solo era una actuación. Pero justo cuando le iba a contestar y decir tres verdades bien dichas, entro Alejandro.
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