Un ultimátum inesperado

Desde el mismo momento en que Ana quedó internada en el hospital, Mía se sumergió en sus pensamientos, cada vez que salía del hospital y caminaba por las bulliciosas calles de la ciudad, pasando del ajetreo de su trabajo a la solemnidad del hospital, el pasar de los días le traían la incertidumbre de que faltaba poco para tener que levantar el primer pagaré que había firmado y a menos que consiguiera que Xavier le devolviera su dinero, la muchacha tendría que dejar casi todo su salario para no atrasarse.

Cuando había pasado casi un mes de la internación de su madre, en una de las tantas idas al hospital para visitarla , Mía se detuvo frente a las puertas de un acogedor café- bar. Sintió deseos de tomarse un latte, así que decidió entrar, y apenas cruzó la puerta, su corazón saltó un latido al reconocer a alguien familiar en una mesa cercana. Entre el bullicio del local, divisó a Xavier, su ex prometido, compartiendo una taza de café con una joven de belleza cautivadora.

El sorpresivo encuentro la dejó sin aliento por un momento. Observó a Xavier, con sus ojos oscuros y su característica sonrisa encantadora, sintiendo un torbellino de emociones revolverse en su interior. La joven que lo acompañaba parecía radiante, y Mía no pudo evitar preguntarse quién sería y qué papel jugaba en la vida de Xavier ahora, al notar que el joven tomó las manos de la chica por sobre la mesa llevándolas a sus labios pudo distinguir el anillo de compromiso que tiempo atrás él le había pedido de vuelta. Entonces cualquier tipo de nostalgia que pudiera haber tenido, se esfumó, un nudo se formó en su garganta al comprender la situación actual de su ex prometido y recordó que Xavier tenía una deuda pendiente con ella y como sea la iba a cobrar.

Un impulso la llevó a acercarse, aunque se sintió un poco nerviosa por el encuentro inesperado, lo hizo calmandose en su interior, Xavier la miró con sorpresa y luego con una mezcla de emociones que Mía no pudo descifrar, le habló.

-Hola, Mía- dijo Xavier con sequedad y lejanía en su voz.

--Xavier- dijo Mía sin ningún tipo de expresión en su rostro.

Con un leve titubeo, Mía encontró el coraje para recordarle a Xavier que aún le debía el dinero que le había prestado. Al escuchar esto, Xavier frunció el ceño y su expresión se volvió hosca. Con una nota de indignación en su voz, preguntó retóricamente por qué debería devolverle el dinero cuando ya le había regalado tantas cosas durante los preparativos de la boda.

Mía se sintió desconcertada por la reacción de Xavier, pero también se mantuvo firme en su posición. Intentando explicarle que el dinero prestado no fue un regalo, sino un préstamo que acordaron en su momento. Sin embargo, las palabras de Xavier la dejaron con un sabor amargo de injusticia, y se marchó del café con la sensación de que el pasado aún tenía cuentas pendientes por saldar.

Mientras caminaba el recuerdo de la sonrisa y el rostro de Matt, su esposo falso, la persiguió como una sombra, trayendo consigo una mezcla de emociones que iban desde la nostalgia hasta la frustración. Emociones con las que la joven no estaba dispuesta a lidiar.

Ese mismo día, como ya se le estaba haciendo costumbre, Mía llegó nuevamente tarde a trabajar.

Al llegar su amiga le sonrió.

-¿Cómo estás? ¿Cómo sigue tu mamá- preguntó la joven?

-Ella sigue igual, la primera parte de su tratamiento ya casi termina y para cuando eso, pase, debo saldar la cuenta del hospital. - respondió Mía.

-¿Conseguiste que Xavier te devuelva el dinero?- indagó la joven.

-No, de hecho acabo de verlo en un café acompañado por su nueva prometida- comentó la muchacha haciendo una mueca de fastidio.

-¿Qué? ¿Y, cómo sabes que era su nueva prometida?- pregunto Liz.

-Porque la niña llevaba en su mano el mismo anillo que yo le devolví- acotó Mía encogiéndose de hombros.

- Entiendo...¿Y has visto a tu esposo?- indagó la joven con curiosidad. Mía sonrió al recordarlo.

-No, desde ese día de la boda no lo he vuelto a ver.- respondió Mía.

-Ya aparecerá de nuevo.- le dijo la joven con una sonrisa llena de picardía.

En ese instante, la voz inconfundible de su jefa las sacó de su momento de relajación

-Miller- espetó la mujer-¿piensas seguir llegando tarde durante mucho más tiempo?- le increpó la mujer con desdén.

-Yo...de verdad lo lamento, pero mi madre- intentó explicar la muchacha, pero la mujer le interrumpió.

-Necesitamos una entrevista con el ceo de las empresas Stark- agregó, tirando sobre el escritorio una carpeta- Y si quieres conservar tu empleo, te sugiero que ya mismo te pongas a trabajar en eso.

- Pero, el ceo de esa empresa no otorga ningún tipo de entrevistas- comentó Liz.

-Ese no es mi problema y creo que tampoco es el tuyo- dijo la jefa del piso girándose para ver a la otra muchacha- Y en cuánto a ti, tienes dos semanas para conseguirla- agregó volteándose para ver a Mía- ¡Haz que suceda! O estás despedida- terminó diciendo la mujer y luego se marchó.

Mía bufó consternada, su amiga se levantó de su cubículo, arrastró una silla hasta el escritorio de la muchacha y se sentó.

-¿Qué sabes del ceo de empresas Stark?- preguntó Mía.

- Sé qué es ….joven, buen mozo, uno de los solteros más codiciados, pero sobre todo es prácticamente inaccesible, no da entrevistas de ningún tipo- respondió Liz, su amiga y compañera.

-¡Demonios! ¿Cómo voy a hacer para conseguir esa entrevista?- se lamentó Mía, mientras que la jefa de su departamento la miraba desde el ventanal de su oficina con una sonrisa de suficiencia y satisfacción.

Ese día y un par más pasaron, Mía seguía en su tarea por conseguir algún dato que la llevara a encontrarse en algún sitio " por casulaidad" con el ceo de empresas Stark. Entretanto que lo hacía, la muchacha también le dedicó tiempo a su madre, ella seguía en el hospital, su semblante iba mejorando poco a poco, su ánimo no era el mejor pero daba pelea y la muchacha sabía que Ana no se daría por vencida.

Cuando Ana llevaba más de treinta días de internación y tratamiento, Mía se dirigió al hospital, llevó consigo una caja con los dulces que a su madre le gustaban y apenas entró al recinto buscó a alguno de los médicos que se habían hecho cargo de la enfermedad de la mujer, para preguntar como iba su tratamiento.

-Buenas tardes- saludó la joven entrando al consultorio del doctor Martinez.

-Hola, Mía. Me alegra verte aquí hoy.- replicó él galeno, que resultó ser un hombre muy amable, alzando la vista de unos expedientes médicos que estaba revisando- ¿Qué te trae por aquí?

-Hola, doctor. ¿Cómo está? ¿Quería saber sobre la salud de mi madre?- respondió ella, mientras el galeno le hacía un gesto para que tomara asiento frente a él.

-Bueno, te diré que Ana está respondiendo bien al tratamiento. Hemos comenzado la primera etapa y todo parece ir según lo planeado.- le contó el médico.

-¿Significa eso que pronto podrá volver a casa?- indagó ella casi con alegría.

- Si todo sigue así, en un par de meses podrá continuar el tratamiento de forma ambulatoria desde su hogar.- respondió el galeno.

-¡Oh, eso es maravilloso! ¡Gracias por mantenerme informada, doctor!- le dijo Mía agradeciendo con sinceridad la atención del doctor Martinez.

-De nada, Mía. Estamos haciendo todo lo posible por su pronta recuperación. Si necesitas algo más, no dudes en decírmelo.- le dijo el galeno, y luego la muchacha regresó a la habitación de su madre.

Esa misma noche luego de regresar a la casa que compartía con su madre, la cual se sentía solitaria y un tanto fría. La muchacha fue a su habitación, puso música de esa que a ella le gustaba que era lo único que le levantaba el ánimo, se dio una ducha y luego se preparó una deliciosa cena. Cuando tuvo el estómago lleno, la muchacha suspiró recordando que se le estaba acabando el plazo para conseguir la entrevista, así que con resignación tomó la carpeta que estaba sobre la mesa de centro de la sala, la abrió y sus ojos no podían creer lo que veían, allí había una fotografía del ceo.

-¿Matt?- susurró con desconcierto.

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