Deseo Ser Y Hacerte Feliz

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Sueños sepultados

—¡Papá! ¡Papito! ¡No! ¡No me dejes, papi, por favor, no lo hagas! ¡No te vayas, papi! Y si lo haces, por favor, llévame contigo, ¡te lo suplico! No me dejes… —la voz de Emily era desgarradora por el llanto y el dolor de ver a su padre ser enterrado, porque el día anterior lo había encontrado muerto en su habitación.

Ella no entendía cómo un hombre tan fuerte y saludable pudo morir así, de la noche a la mañana. Por la mañana, antes de irse a la escuela rural del pueblo D, donde estaba cursando su último año a sus dieciocho años, habló con su padre, quien le dijo que ya faltaba poco para terminar de juntar el dinero para su universidad, pues ella soñaba con ser una reconocida arquitecta.

—Princesa, ya falta poco. Cuando venda el resto de las cosechas, tendremos el dinero suficiente para que hagas tu sueño realidad, mi niña bella —decía Jacinto con voz dulce, mientras le hablaba a la luz de sus ojos.

—Gracias, papi, eres el mejor. Ya verás que te sentirás muy orgulloso de mí. Seré la mejor arquitecta de este país y yo misma voy a diseñar y construir nuestra casa, para que vivamos los tres: tú, mamá y yo. Seremos muy felices, papá.

Ahora Emily, al ver a su padre ser sepultado, siente que todos sus sueños también están siendo enterrados. Jamás pensó vivir un dolor de tal magnitud. Su papá era su héroe, su pilar, su ejemplo a seguir.

Él era su persona favorita.

---

—¡Deja de llorar ya! —gritaba Lucrecia—. Han pasado tres días, ¡supéralo ya, carajos! Mejor ponte a hacer algo de provecho. Hay mucho por hacer: ropa sucia, tengo hambre, haz algo de comer, Emily.

—Mamá, se murió mi papá, tu esposo. ¿Es que acaso no te duele? —preguntó Emily con dolor.

—Claro que me duele, pero la vida sigue. Así que hazme el favor y te levantas de esa cama, y te pones a hacer oficio.

A Lucrecia no le dolía en lo absoluto la muerte de su esposo. Es más, por dentro estaba celebrando su muerte.

A Emily le dolía el desinterés de su madre; a leguas se notaba que no le afectaba la muerte de Jacinto. Mientras ella sentía que se desgarraba por dentro, su papá había sido como un rey para ella: el que siempre le sacaba una sonrisa por nada, el que le daba un beso antes de dormir y otro al despertar, el que le tenía el desayuno listo para que se fuera a la escuela. Y ahora solo le quedaban sus recuerdos.

Emily se limpió las lágrimas y comenzó a asear la casa, hacer la comida y luego lavar la ropa. Por la tarde fue a darle una vuelta a las cosechas de su padre y luego fue al cementerio a llevarle una flor blanca, las favoritas de Jacinto.

Había pasado un mes y Emily no había podido ir a la escuela porque su madre no la dejaba. Tenía que hacer todos los quehaceres del hogar sola, porque Lucrecia solo quería salir, regresar tarde, comer y dormir. Emily era quien supervisaba las cosechas de Jacinto tal cual él le había enseñado. Todo iba bien, hasta esa tarde cuando fue a ver: todo estaba completamente envuelto en llamas. Todo el esfuerzo de su padre estaba siendo consumido por el fuego.

—¡No! —gritó Emily con amargura y dolor—. ¡Todo el trabajo de mi papá se fue al carajo! ¿Quién hizo esto? ¿¡Quién!? Nos han dejado en la ruina total.

—Señorita Emily, tratamos de hacer todo por apagar el fuego, pero nos fue imposible —le decía Omar, uno de los tres trabajadores que tenían.

—¿Cómo pasó? ¿Quién fue? —preguntó la chica entre lágrimas.

—No lo sabemos, señorita. Cuando nos dimos cuenta, ya todo estaba envuelto en llamas —respondió Omar.

...

—¿Qué qué? ¡Pero si eres estúpida! ¿Cómo dejas que se queme todo? ¿Qué hacías tú mientras todo se quemaba? —despotricaba Lucrecia mientras sujetaba a Emily de la muñeca. La culpaba de todo lo sucedido.

—Yo no tuve la culpa, mamá. No sé cómo pasó todo esto —lloraba Emily.

—Ahora busca qué vas a hacer para sustentar esta casa y nuestros gastos, porque yo no pienso trabajar. Por el momento, tomaré los ahorros que hay en el banco, disque para tus dichosos estudios. Ahora servirán para comer y aguantarnos mientras consigues qué hacer.

—¡No! Los ahorros no, esos son para mi universidad. Mi papá ahorró todo lo que pudo por mi futuro, por nuestro futuro. Si yo estudio podré ser alguien en la vida y verás que ya no pasaremos necesidades. Yo voy a trabajar muy duro, mamá.

—Ja, pues lo siento, cariño, pero ya me gasté la mitad de esos ahorros —dijo Lucrecia, lanzando a Emily al sofá de un empujón.

Emily sintió que algo por dentro se le quebraba. Sus sueños de estudiar se estaban yendo, así como se había ido su padre.

Los días seguían pasando y Emily aún no había vuelto a la escuela porque su madre no se lo permitía. Pero lo que sí hacía era ponerla a trabajar en las casas vecinas y a lavar ropa ajena. También le tocaban todos los quehaceres del hogar, mientras Lucrecia salía a divertirse con su nuevo amante. Era arrogante y prepotente; solo le gustaba gastar lo poco que tenían. Siempre quería verse bien, y lo lograba: a sus cuarenta años, parecía de treinta.

Emily miraba a través de la ventana de su habitación, recordando su niñez junto a su padre: cómo corrían por el campo lleno de cosechas, cómo reían y disfrutaban cosechar los frutos.

El celular de Emily sonó, sacándola de sus pensamientos. Era Guillermo, su novio desde hacía un año, quien trabajaba como vendedor en un almacén de calzado en el pueblo vecino. Llevaban más de dos semanas sin verse.

—¿Has pensado lo que te propuse? —escribió Guillermo.

—Sí, pero aún tengo varias dudas —respondió ella.

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Comments

Lucila Islas

Lucila Islas

pobre de Emili esa Lucrecia no es madre ojalá pueda seguir estudiando Emili

2025-08-25

1

Maru

Maru

Pero que madre tan desnaturalizada e insufrible, debería motivar aún más las metas de Emily

2025-01-22

1

Carmen Cañongo

Carmen Cañongo

qué les cueste dejarla estudiar zorra malvada

2025-01-27

1

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