CAPÍTULO 8

Celina y Máximo Jr. llegaron a su casa y el pequeño observaba a su madre fijamente. Mientras ella, con mucho esfuerzo, se bajaba del auto y se sentaba en la silla de ruedas que el doctor le prestaba cada vez que ella salía débil de la quimioterapia.

El pequeño tomó el bolso de su madre y lo puso en las piernas de ella, para desocupar sus manos y poder ayudarla a empujar la silla. Afortunadamente, no tenían escaleras y él podía meterla a la casa, Claro Celina movía la silla con la poca fuerza que tenían sus brazos.

—¿Te peleaste otra vez con mi padrino? —le preguntó Máximo y Celina fijó su mirada en su pequeño gigante y le sonrió, mientras le negaba lentamente con la cabeza.

—No, bebé. Ven, dame un beso.

El pequeño le correspondió la sonrisa y corrió a los brazos de su madre, para darle besos en sus frías y pálidas mejillas.

—Te amo mami. Yo estaré siempre a tu lado, pero no me dejes. No quiero estar sin ti —le dijo su pequeño, cuando se aferró a su delgado cuerpo su madre y dejó salir el llanto retenido en su pecho.

Celina no pudo evitar sentirse afectada y también comenzó a llorar, mientras le acariciaba el cabello a su pequeño.

—Perdóname mi vida, perdóname por ser tan débil y por estar enferma. Mi pequeño tesoro, he decidido que nos mudemos a Alemania. Estando allá con tu abuelo estaremos más seguros. Él puede cuidarte y yo estaré más tranquila.

El pequeño genio se sintió triste, porque su abuelo no era muy amable con él.

No lo maltrataba, ni nada parecido. Pero no era un abuelo como los que describen algunas personas.

Él era educado y amable con Máximo Jr. e incluso jugaba largas partidas de ajedrez con él. Pero no era cariñoso, ni consentidor. El hombre lo trataba como un adulto y el pequeño quería sentirse querido por el mayor.

Máximo amaba vivir solo con su madre, ellos eran muy felices juntos, pero jamás se atrevería a contradecirla. Él confiaba plenamente en su juicio.

Celina tenía aún la mirada fija en su hijo. Conocía a su pequeño gigante y sabía que su silencio era la señal de que estaba pensando y viendo los pros y los contra de esa decisión.

—Está bien. Mami, ¿cuándo nos vamos?

—Mañana mismo. Llamaré a papi para que vaya por nosotros al aeropuerto. Por ahora, voy a descansar un rato, para pararme a empacar todo.

—Claro que si mami. Duerme y yo te despertaré como una bella durmiente, con un beso.

—Sí, mi príncipe, ¡qué emoción! Tengo al príncipe más apuesto y caballeroso del mundo. Te amo.

Máximo Jr. le sonrió y abrazó a su madre antes de salir de la habitación y apagar la luz para que ella descansara.

Mientras tanto, Genoveva y su familia llegaron a la mansión Santoro y bajaron del auto.

Genoveva le dio un saludo rápido a sus hijos y caminó directo a su habitación. Ella tenía algo que confirmar. Algo que la llevaría al segundo paso en su investigación.

Cristiano siguió a su esposa, pero antes de entrar a su habitación, decidió salir a la terraza y fumar un cigarrillo. Se imaginaba que algo muy importante estaba ocurriendo y quería darle espacio para que ella se lo contara por sí misma.

Genoveva abrió su armario y busco su tesoro. Era un viejo álbum de fotografías. Que guardaba sus más hermosos recuerdos. Ella abrió el gran libro y comenzó a ojear página por página.

Genoveva no podía dejar de sonreír. Ver la imagen de sus pequeños en esas fotos la llenaba de nostalgia y alegría.

—¡Aquí está! —exclamó para sí misma. Levantando la mano, mientras sostenía la foto de Máximo cuando tenía dos años.

Genoveva observó la foto fijamente y detalló cada rasgo de su hijo en la imagen. Después cerró los ojos para recordar al niño de la clínica.

Todas sus dudas se disiparon. Ella no entendía ¿por qué? ni ¿cómo había ocurrido? Pero era imposible que no hubiese un lazo de sangre entre dos personas y puedan parecerse tanto.

Entonces el momento de la verdad había llegado. Máximo Ali Santibáñez, tenía mucho que explicar y lo haría, apenas llegara. No importaba si era Navidad o si era Año Nuevo. Ella vio mucha tristeza en los ojos de ese pequeño y necesita traerlo a casa.

Genoveva tenía lágrimas en sus ojos cuando su esposo al fin entró a la habitación. Cristiano se acercó a ella y al verla sollozar la abrazó sin decir ninguna palabra.

Él conocía perfectamente a su mujer y sabía que ella confiaría en él.

—Cristiano, amor. Mira esta foto.

Cristiano la obedeció y le sonrió al ver al pequeño Máximo en la foto.

—Si amor. Yo también lo extraño mucho. —le dijo él, inclinándose hacia la causa más lógica de la tristeza de su amada.

—Si amor, pero no es por eso. Cristiano, yo vi en la clínica a un niño idéntico a esta foto. Pero el pequeño tenía como cuatro años.

—Te entiendo amor. Tal vez extrañas tanto a Máximo que quisiste recordarlo así y tal vez, por eso encontraste similitud entre él y ese pequeño.

—No, no Cristiano. No me estás entendiendo y estoy comenzando a molestarme. Ese niño es mi nieto y si tú quieres volver a dormir a mi lado. Vas a encontrarlo. ¿Entendiste?

Cristiano se puso pálido. ¿De qué demonios está hablando su esposa? ¿De quién es el niño? De Máximo no. Él le aseguró que aún no había tenido relaciones sexuales con nadie. ¿Entonces? Santiago Jr. ese mujeriego irresponsable, iba a oírlo. Pero, primero debía contentar a su esposa.

—Pero, pero, pero mami. Ven mi amor hablemos. Ven, por favor, prometo escucharte y no volver a interrumpirte. —le dijo Cristiano acercarse a ella y tomándola por sus hombros para besarla en los labios y tratar de calmarla.

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