Capítulo siete.

Mientras cruzaba el océano acompañado de su esposa, Maximus se dedicó a trabajar.

Siempre había sido adicto al trabajo.

No en vano había conseguido tener un imperio financiero. ¿Sería una cualidad envidiable que había heredado de su padre?.

De ser así, sería una de las pocas ya que Christopher Athanasiou había sido un canalla multimillonario, maleducado y despiadado. Se había casado, nada más y nada menos, que cinco veces, matrimonios en los que se había comportado de manera miserable, incluso se rumoreaba que habia sido infiel con la hermana de una de sus esposas. De su primer matrimonio, había nacido él, Maximus Athanasiou y de su segundo matrimonio Länder Athanasiou.

Era por eso que desde el principio, él había tenido muy claro que no quería tener más hijos. Sólo quería tener un heredero y ahi estaba su preciosa Helena, ella era su joya mas preciada. Le parecía una pérdida de tiempo tener más hijos para que entre los hermanos surgiera la rivalidad y los celos, lo que podían llevar a la ruptura del imperio que a él tanto sudor le había acostado levantar. Si bien su relación con Länder era civilizada habían tenido sus roses y los seguirian teniendo.

Él había heredado los negocios de su padre, a lo largo de los años había creado otros negócios, hoy dirigía un imperio y su hija era la única heredera.

Al final, las diferentes esposas de su padre se habían encargado de dilapidar su fortuna. En cuanto a sus madrastras, lo único que habían buscado todas ellas era el dinero de su padre, los regalos y un estilo de vida lujoso. Para ellas, el niño había sido un estorbo y lo mejor que se podía hacer con él y con Lander era recluirlos en un carísimo internado del que solo saldría en las vacaciones, que, por supuesto, pasarían en campamentos exclusivos en el extranjero.

Maximus había aprendido muy pronto a hacerlo todo bien para ganarse la atención de su padre. En consecuencia, todo lo que se proponía lo conseguía. Cuando su padre lo había colocado en un puesto bajo dentro de su empresa, había luchado con uñas y dientes para ir abriéndose camino y para demostrarle a su progenitor lo que valía. Había trabajado tanto, que no había tenido tiempo para frivolidades sociales. El esfuerzo le había valido el reconocimiento de su padre, el poder subir dentro del negocio familiar, un estatus millonario y la atención de las mujeres y hoy era dueño de un imperio, Helena tenia tan solo 1 año y ya era multimillonaria.

Él guardo los documentos y miró a su esposa, que de esposa en realidad tenía poco y nada, en realidad siempre había sido un hombre de relaciones monógamas y sin compromisos, solía instalarlas en su exclusivo Penthouse que poseía en Londres, y cuando solía aburrirse de ellas terminaba la relación y buscaba otra.

Pero ahora era un hombre "casado" y no se prestaría para comentarios, así que tenía de amante a su propia esposa ya que Eleonora disfrutaba de sus atenciones.

Hacía dos años que la única mujer con la que compartía su cama era Eleonora.

¿Tenía él sentimientos por su esposa?, la respuesta era un rotundo no, no los tenía.

Eleonora era una cabeza fresca completamente egoísta, el testamento de su padre no estipulaba que ella se casara con él, solo que ella debía casarse. Sin embargo, Eleonora se vendió al mejor postor en segundos sin siquiera pensarlo.

— glyka mou ¿ Deseas tomar una copa?.

— Por supuesto, dijo ella. Él le pidió las copas y se sentó junto a su esposa.

Maximus la tomó en sus brazos y la llevó a través del avión hasta la puerta que había en la parte trasera. Fue Eleonora la que cerró la puerta, encerrándolos en el silencio de aquel dormitorio. Él intentó torpemente desabrocharle los botones de la blusa, pero acabó maldiciendo y desgarrándola hasta abrirla. Ella no llevaba sujetador; se había dicho a sí misma que hacía calor, pero en ese momento, con la boca de él cerrándose alrededor de su pezón y al escucharse gritar de placer, supo que no lo llevaba precisamente por aquello, porque era lo que quería, lo que deseaba con todas sus fuerzas. Por él. Sólo por él.

—Eleonora. Su voz estaba llena de deseo.

—Sí —susurró—, sí, sí… Cayeron juntos sobre la cama. Ella levantó las caderas y él le quitó la falda. Luego ella fue a desabrocharle la cremallera, pero él llegó primero y, al quitarse los pantalones, dejó al descubierto su sexo Eleonora estaba maravillada.

—Tócame. Le agarró la mano y se la puso sobre su miembro. Latió con fuerza en sus manos. —Observa —dijo él, se colocó el preservativo y se echó hacia adelante, poniéndole las manos sobre los glúteos. La levantó. La penetró. La penetró en una larga e increíble embestida y ella sollozó su nombre y gritó en éxtasis al sentir cómo la iba llenando… Maximus se inclinó para besarla vorazmente. Ella le rodeó con sus brazos, sintiendo su tensión, sus músculos temblando bajo sus manos mientras se retiraba, dando tiempo a que el cuerpo de ella se ajustara a su tamaño. Pero Eleonora no pudo aguantar la espera. Se movió. Volvió a moverse otra vez. — Koukla —dijo él en un susurro de advertencia.

—Sí —dijo ella, levantando el cuerpo hacia él mientras Maximus empezaba a moverse, mientras encontraba su ritmo y se adaptaba a él… Cayó sobre ella, apoyando la cabeza sobre su hombro. Respiraba con fuerza, y su peso la hundía en la cama, pero a ella le encantó sentir aquel cuerpo, su olor su sudor y su sexo duro y toda su maravillosa virilidad.

Durante cuatro días Eleonora lo acompaño en New York, realizó diferentes compras, salieron a cenar, al teatro. Al día siguiente cuando Maximus se levantó no vio a Eleonora en la habitación, se dirigió al comedor.

— Buenos días, señor Athanasiou dijo la empleada mientras le servia el cafe.

— Buenos días, ¿ donde está mi esposa?.

— El chófer la llevó al aeropuerto. Maximus no dijo nada una vez más Eleonora se había marchado sin decir nada, tomo el periódico y comenzó a leer las noticias.