Ethan
La música llenaba cada rincón del gran salón, envolviendo el aire con esa falsa elegancia que todos fingían tener. A mi alrededor, un mar de rostros sonrientes intercambiaba palabras cargadas de veneno disfrazado de cortesía. Era un espectáculo patético, pero divertido a su manera.
Mientras mi padre hablaba con el emperador, aproveché para escabullirme hacia la mesa de postres. Porque si había algo en este evento que realmente valía la pena, era la comida. La tarta de chocolate que tomé estaba decente, aunque no tan buena como la de fresa. Mientras comía, escuché un murmullo cercano.
—Mira, ahí está el hijo del duque monstruo. Dicen que mató a su madrastra.
—Seguro lo hizo. Pobre mujer, debió haber sido insoportable tener que criarlo.
—¿Quién podría soportar a alguien como él? Ni su propia madre lo quiere.
—Deberían haberlo matado al nacer.
Tragué un bocado con calma. Qué aburridos. Qué predecibles. Me daba un poco de lástima que sus vidas fueran tan miserables como para necesitar hablar de mí. Si supieran cuán poco me importaban sus palabras, probablemente les dolería más que cualquier otra cosa.
Decidí ignorarlas y tomé una tarta de fresa. Justo cuando iba a probarla, una mujer se cruzó en mi camino y, de manera bastante obvia, fingió tropezar. La tarta terminó en el suelo, y antes de que pudiera reaccionar, sentí cómo el vino de su copa caía sobre mi cabello y mi ropa.
Las risas estallaron a mi alrededor.
Parpadeé un par de veces, observando cómo la mujer tomaba otra copa y la vaciaba en mi camisa con una expresión de satisfacción.
Interesante.
Respiré hondo, fingiendo que me encogía un poco, dejando que todos pensaran que me sentía intimidado. Las risas crecieron. Pero cuando levanté la mirada, la mujer se encontró con algo que no esperaba: una sonrisa inocente en mi rostro.
—¿Por qué me miras así? —preguntó, con tono altivo.
—No sé… —respondí con voz dulce—. Solo pensaba que si yo hiciera algo así en casa, mi papá me daría una gran lección de modales. Pero supongo que no todos tienen papás que los eduquen bien.
La sala quedó en silencio por un segundo. Luego, algunos nobles sofocaron risas. La mujer se puso rígida.
—¿Me estás insultando?
Fruncí el ceño, inclinando la cabeza como si no entendiera.
—¿Insultando? No… Solo pensaba en lo triste que sería no tener a nadie que te enseñe a comportarte.
Las risas se hicieron más evidentes. La mujer apretó los puños.
—¡Eres un mocoso insolente!
—Oh, lo siento —respondí con una expresión de arrepentimiento—. No quise hacerte enojar… Tal vez esto ayude.
Tomé la copa de jugo más cercana y, con la torpeza propia de un niño pequeño, la "derramé" accidentalmente sobre su vestido.
—¡Oh, no! —exclamé, llevando las manos a la boca—. ¡Lo siento! A veces soy tan torpe…
Los murmullos se transformaron en carcajadas. La mujer quedó petrificada, con el vestido arruinado y la cara roja de furia.
—¡Bastardo malcriado!
La sonrisa se borró de mi rostro.
Las puertas del salón se abrieron en ese instante, y mi padre apareció junto al emperador. La mujer palideció cuando vio al duque Morgan detenerse a mirarnos.
—¿Llamas bastardo a mi hijo? —preguntó mi padre, su voz gélida silenciando la sala.
Los ojos de la mujer se abrieron con pánico. Su esposo, el barón Ferrero, corrió a intervenir.
—Disculpe la ignorancia de mi esposa, duque. Ella no sabía que era su hijo. Por favor, perdónela.
Mi padre ni siquiera le dirigió una mirada.
—No es a mí a quien deben disculparse —dijo con desdén—, sino a mi hijo.
El barón bajó la cabeza y susurró algo a su esposa. La mujer estaba paralizada.
—Arrodíllate y discúlpate con el joven maestro —ordenó el barón.
Hubo un instante de tensión antes de que, temblando de rabia y vergüenza, la mujer terminara cayendo de rodillas ante mí.
—Lamento mi comportamiento, joven maestro. Por favor, perdóname.
La satisfacción ardía en mi pecho, pero mi expresión se mantuvo inocente.
—Está bien, pero solo si hacemos las paces de verdad —dije con una sonrisa infantil—. ¿Podemos ser amigos?
La mujer tragó saliva, sin saber cómo reaccionar.
—S-Sí…
Extendí mi mano hacia ella, pero justo cuando la iba a tomar, la aparté en el último segundo y le pasé un pañuelo.
—Para que limpies tu vestido. Es un desastre.
La burla fue tan sutil que a primera vista parecía amabilidad. Pero el mensaje estaba claro.
Las carcajadas de los nobles fueron lo último que escuché antes de irme.
Cuando subí al carruaje junto a mi padre al final de la velada, él me observó con una ceja alzada.
—¿Te divertiste?
Sonreí.
—Mucho.
El juego apenas comenzaba.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 58 Episodes
Comments
Elizabeth Yepez
de dicen llamar nobles pero son lo peorsito de la sociedad
2025-01-15
0
Beatriz Coelho
no entiendo lo del sobrino y el hijo Noah /Slight/
2025-03-16
0
Aracelis León García
que confusión con esta novela ahora resulta que es el sobrino y el hijo de la que el degenerado violó
2025-03-11
1