Hablaremos

Ella estaba aquí, frente a mí, justamente en la puerta del salón que doy clases y yo todavía no le había contestado su saludo.

—Hola, Eliani—digo tratando de controlar mi emoción, pero es difícil.

—¿Cómo estás?— ella entra al salón y se acerca a mi escritorio, donde me encuentro.

Parece que estoy clavado aquí, me sudan las manos, las piernas en cualquier momento pueden fallar y mi respiración se acelera tanto que luego me abandona por segundos.

—Bien y ¿Tú?— su sonrisa es tan linda que me pierdo en ella, sus ojos destellan una luz diferente a la que conocí hace algunos años y solo deseo que sea por mí. Por nuestro reencuentro.

—Puedo notarlo— responde acomodando un mechón de su pelo detrás de la oreja, mientras mira al piso.

Su cabello se nota tan sedoso que quisiera ser yo quien realice ese gesto, pero soy consciente de que estamos en un lugar que prohíbe las relaciones amorosas.

—Debemos hablar—digo haciendo que me vea un poco preocupada.

—¿De qué?— pregunta tomando un poco de distancia.

—Tú lo sabes bien— quiero hacer referencia a la noche que pasamos juntos, pero sin nombrarlo, ya que estamos en nuestro lugar de trabajo y con niños presentes.—¿Podemos vernos después de clases?— Indago con ternura, puesto que no me gusta verla mal.

—No, yo salgo antes porque tengo algo de que ocuparme.— se muerde el labio, sin mirarme y busco conectar con sus ojos grises.

—Entonces podría ser otro día y en otro lugar, pero es importante para mí— aviso y ella asiente.

Nuestro silencio es absoluto y podemos escuchar la respiración del otro, por lo cerca que nos encontramos, puesto que la distancia que anteriormente quiso tomar, no fue mucha.

—Profesor Belmonte, no se permiten relaciones, ¿lo recuerda?— aparece Roxana en la puerta y habla despectivamente.

Me obligo a abandonar mi linda vista para voltear a ver a la profesora de historia.

—Lo sé.— digo con simpleza.

—No estamos haciendo nada malo— responde mi rusa— Pero me imagino que te gustaría estar en mi lugar. —Finaliza sería y cruza sus brazos.

—Eres una mujer atrevida— insulta Roxana

—No más que tú— contraataca Eli.

—Le diré al director— dijo la de historia, yéndose.

—Que infantil—resopla Eli. Toma una postura más firme y me mira —Tenemos mucho de qué hablar, por eso me gustaría que vinieras a mi casa el sábado.—suspira y muerde el labio, algo que parece hacer cada vez que está nerviosa.

—Me parece bien— acepto. Ella agarra un papel y mi lápicera para escribir la dirección.

—Espero que no me odies— susurra, pero puedo oírla.

¿Por qué lo haría? ¿Qué oculta? ¿Será que lo dice por quitarle el aire a mis ruedas?

Mi ceño está un poco fruncido por pensar en esas preguntas o posibles respuestas, pero despierto de mi nube cuando siento un cálido beso en mi mejilla.

Ella se acercó tanto que la tuve a solo milímetros, pero no me di cuenta, estaba demasiado distraído para reaccionar como se debe y lo único que pude ver, es su espalda, mientras salía del salón.

Miro a los niños y están atentos a mí, por lo que puedo suponer que estuvieron pendientes a toda la interacción.

Guardo el papel en mi billetera y empiezo a dar la clase con normalidad, tratando de quitar de su cabeza, lo que ya han visto y escuchado.

El almuerzo es en el pequeño salón de cafetería para los profesores y de inmediato puedo encontrar a Roxana con Eliani, juntas, sentadas en la misma mesa.

No sé qué hacen o de qué hablan, pero nada que salga de la boca de Roxana, puede ser bueno. Sin embargo, no la miro en ningún momento, ya que mis ojos solo pueden enfocar a mi rusa, aunque no me acerco. Mantengo mi distancia para no crear habladurías.

Terminando mi café, salgo de allí, directo a otro salón... Finalizo mi penúltima clase y cruzo a Eliani mientras parece que se va, ya que tiene la cartera colgada en su hombro y algunas carpetas en su mano.

—Hasta mañana, profesora— digo sonriente.

—Hasta mañana, Isaías— me guiña el ojo.

Mi sonrisa no va a desaparecer, ella es mi motivo y me hace feliz.

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