Visita al castillo de Altea

Los murmullos no se hicieron esperar, todos los presentes se impactaron al escuchar las palabras del duque. No podían creer que fuera el mismo, a entregarse y mucho menos ver que llevaba a sus cinco hijos.

—Así que era verdad, me negaba a aceptarlo y tratábamos de buscar la manera de ayudarlo duque— cabizbajo, habló el rey

—No pondré en riesgo la vida de nadie, no puedo ser el causante de romper el tratado de paz que se acaba de renovar. Lamento las acciones de mi hija, pero no me opondré a lo que los reyes de Altea pidan— aún agachado, habló el duque.

Los hijos de éste no decían ninguna palabra, pues no sabían nada sobre el tema, solo estaban confiando en su padre ciegamente.

—Muy bien, partirán hoy mismo con un grupo de treinta guardias. Confiaré en usted duque Tinks, no lo enviaré con más vigilancia, espero que no sea tan grave como para que hagan algo imperdonable— dijo el rey, dando la orden de llevarse a los Tinks.

Era hora de partir al reino Altea. El tiempo siguió su curso, nadie sabía lo que le deparaba el destino, sin embargo no se preocupaban por eso.

Ya pasados los diez días que tomaba el viaje de Auroria a Altea, la caravana de diez mil personas, había llegado al ducado Hill’s, fueron recibidos por Mark, ya que Sabrina estaba fuera del ducado por algo importante.

No pasó mucho para que la chica llegara y al darse cuenta que su gente había llegado, corrió y buscó entre toda esa gente, a su madre.

—Madre, me alegro mucho que hayan llegado a salvo— dijo esto Sabrina, abrazando efusivamente a la duquesa.

—Cariño estoy bien, pero como toda la gente, estamos muy cansados, ¿podrías decirnos cómo nos acomodaremos?— preguntó la duquesa.

Sinceramente eran demasiadas personas . Sabrina jamás pensó que serían todos los soldados, quienes optarían por irse a vivir con ella.

—Bien, madre. Tú y las esposas de mis hermanos, podrán vivir en la mansión, la única que dará las órdenes aquí, eres tú. Eso pasará mientras no esté— Habló fuerte y claro Sabrina, pues no faltaba quien quisiera sentirse más importante que la duquesa. —Por otra parte, les daré mi protección a todos— volvió a hablar, fuertemente para que todos la escucharan.

Cabe destacar que eran diez mil personas las que estaban presentes y los protegería a todos. Sabrina levantó sus manos y de pronto, un resplandeciente brillo color azul se hizo presente.

—Listo, cada uno de ustedes cuenta con mi protección, pero debo decir que la persona que ose atentar contra las personas que más amo, caerán muertas en ese instante— un poco cansada, dijo Sabrina.

Todos estaban agradecidos y con algo de temor, al saber que si llegaban a dañar a la familia de Sabrina, sufrirían las consecuencias.

—No los estoy amenazando, solo que conozco a gente que intentará comportarse de manera irrespetuosa y majadera con mi madre, es por eso que lo digo— intervino Sabrina al ver la cara de su gente.

Al escuchar las palabras de Sabrina, la gente volvió a respirar con normalidad y sonrió al saber que estarían trabajando para la misma familia.

—Bien, se que será cansado, pero debemos hacerlo en orden. Mark mi mayordomo, le repartirá a cada uno de los capitanes la lista de las viviendas bajo su cargo, ahí cada uno podrá instalarse, en caso de faltar casas, deberán esperar y darle prioridad a las personas que traen niños y gente adulta mayor. Los soldados tendrán mucho espacio para acampar, mientras me encargo del resto de las viviendas, ¿queda claro?— preguntó Sabrina.

Todos los capitanes asintieron, pues el ducado era hermoso y no podían darse el lujo de negarse, además eran soldados, estaban acostumbrados a acampar o estar a la intemperie comparado con la gente común y corriente.

Aclarado ese asunto, Sabrina debería salir de inmediato hacia el castillo de Altea, suponiendo bien las cosas, su padre y hermanos estarían a punto de llegar a la capital y no podía permitir que sufrieran daño alguno.

—Capitán Marius, dejo la seguridad a su cargo, hagan lo que la duquesa les ordene y traten de ayudar en lo que haga falta hasta que mi padre y hermanos regresemos— dijo Sabrina, al montar un caballo y salir a todo galope del ducado.

La duquesa estaba enterada de todo el plan, así que no preguntó nada.

Para Sabrina no fue nada difícil llegar a la capital, pues había investigado el terreno y al teletransportarse llegó a un establo donde dejaría a su caballo.

Caminó por una hora y al final llegó a las puertas del castillo.

—Mi nombre es Sabrina Tinks, la encargada del ducado Hill’s, por el momento. Podrían informar a su majestad que estoy aquí— pidió Sabrina a uno de los guardias que custodiaba la entrada.

—Permítame informar, señorita— muy amable contestó el guardia.

Al cabo de unos minutos, Sabrina fue rodeada por varios guardias, cosa que realmente ella ya se esperaba.

—Sabrina Tinks, queda arrestada por la agresión hecha a su majestad, la reina Arabela— dijo uno de los guardias.

—Lo acepto, pero pedí una audiencia con su majestad. Él debería aceptarla, les aseguro que les conviene— muy calmada y tranquilamente, habló Sabrina.

Entonces decidieron llevarla a la sala del trono, donde se encontraban el rey, la reina y varias personas con un bastón. Sabrina al verlos solo sonrió.

—Majestad, es un placer conocerlo. Me presento, mi nombre es…— intentaba hablar Sabrina, pero fue interrumpida.

—Se perfectamente quien eres y te informo que serás ejecutada por atacar a la reina— furioso, habló el rey.

—Majestad, yo vine aquí en paz. Aclarando el asunto, fue la reina quien entró a mis tierras sin permiso, uno de sus subordinados atacó a uno de los míos sin hacer nada. Entonces, ¿de quién es la culpa?— argumentaba Sabrina

—Entiendo lo que hicieron, pero el ducado Hill’s es parte de mi reino, por esa razón la reina tenía todo el derecho de entrar con o sin su permiso— explicó el rey.

—Muy bien, acepto el castigo impuesto. Dijo ejecución, ¿cierto?— preguntó Sabrina, con una sonrisa en el rostro.

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