capítulo 18, LA CORONACIÓN

Alba estaba suspirando, se sentía ligera y estaba sonriente cuando observó a su alrededor vio toda la habitación llena de rosas azules, se lanzó de la cama y agarró un ramo para oler su rico aroma.

Las doncellas entraron a la habitación para ayudar a la princesa con todo lo referente a su coronación, elegir el vestido, peinado, zapatillas, adornos para el cabello.

Después de eso, bajó al jardín del palacio encontrándose con el Rey, si riendo con picardía se acercó y le estampó un beso delicado a su esposo. El Rey sonrió y se sintió feliz.

—Gracias por las rosas, fue un lindo gesto—le confesó Alba.

El Rey sonriendo le acarició el rostro y le dijo.

—De ahora en adelante tendrás las mejores cosas y atenciones.

—Con solo tenerlo a usted me es suficiente—dijo sonrojada la princesa y el Rey sonrió.

Caminaron juntos un rato por el jardín, supervisaron todos los preparativos para la gran celebración.

De pronto Alba escucha el sonido de una carreta, era inconfundible, ese sonido lo había escuchado y grabado en su memoria desde niña.

Volteó bruscamente y no le importó dejar al Rey solo y salió corriendo, su vestido le estorbaba y subió su falda para correr mejor.

—¡Papá!, ¡papá!—gritaba a todo pulmón.

Amadeo venía distraído pero esa voz era inconfundible, detuvo a los caballos y a lo lejos vio que venía Alba corriendo.

Se bajó de su carreta y comenzó a correr en dirección a ella.

Al encontrarse se abrazaron muy fuerte, Amadeo lloraba de felicidad, mientras daba besos a la princesa.

Las doncellas estaban impresionadas de ver cómo la Reina se atrevía a abrazar a un campesino, sucio, hediondo y barbado.

—Que hermosa estás mi hermosa suci, no, no, disculpe usted su majestad—haciendo una reverencia.

Alba reía a carcajadas y lo miraba y acariciaba su barba.

—¿Cómo está mi madre Esmeralda?

—Esta muy bien, se enteró que serías coronada y se puso muy contenta, cuando le cuente que te vi y abrace le dará envidia.

—Los extraño mucho, el Rey y yo queremos traerlos para acá —comentó feliz 

—No creo que sea buena idea, debemos ser inteligentes y esperar un tiempo para que Ofelia no sospeche nada.

El por fin los alcanzó y cuando Amadeo lo vio se inclinó en señal de respeto, pero el Rey lo sujetó del brazo e hizo que se mantuviera erguido nuevamente.

—Con un saludo es suficiente Amadeo.

—A su majestad le debemos respeto y honor.

—Lo se, pero no puedo permitir que quienes salvaron a mi esposa, deban inclinarse.

Amadeo sonrió, el Rey le explicó todo lo referente a la coronación, todos los Reyes y nobles irían a la coronación. pero surgió una duda.

—¿Qué pasará si Ofelia se da cuenta de que Alba si es Alba?—preguntó Amadeo.

—Enviaré a algunos caballeros para que protejan a su esposa aprovechando que Ofelia no está en el Reino.

—Debo retirarme, debo proteger a mi Esmeralda—comentó con angustia.

—Padre mejor quédate, una vez que entres al Reino Blanco no podrás salir y menos con mi madre Esmeralda—le insistió Alba.

Amadeo era terco, no dejaría sola a su esposa, así que descargó la mercancía que llevaba y se regresó inmediatamente, no hubo manera de que lo convencieran de quedarse.

Alba, no sabía que los demás Reinos estarían presentes en la coronación así que los nervios comenzaron a traicionarla y a querer convencer al Rey de no hacer la coronación.

Pero ya todo estaba listo y el Rey no quería esperar más.

Cayó la tarde y el rey ya estaba listo con su mejor traje, esperaba en su trono con un hermoso traje.

Los invitados comenzaron a llegar y a ubicarse dentro del gran salón, Verchiel permanecía sentado muy sereno pero con su mirada sombría, hasta sus enemigos debían estar presentes.

En este tipo de ceremonias debían hacer tregua y no atacar a ningún Reino.

Mientras tanto en la habitación las doncellas se esmeraban en terminar cada detalle, todo debía estar perfecto, Alba era una mujer muy hermosa así que no necesito de muchas cosas para verse realmente radiante.

Ella se veía feliz, aunque le preocupaba muchísimo lo que le dijera o hiciera Ofelia cuando la viera.

La que estaba muy molesta, era Dulcinea, quien al ver a Alba se dió cuenta de que en realidad ella era una princesa, se llenó de rabia, ira, envidia, celos y no lo disimulaba en su cara, el Rey jamás se fijaría en ella ni como amante. Martha entró a la habitación —Su majestad está hermosa, todos quedarán encantados, pero es hora, al llegar al salón usted deberá caminar por el salón hasta llegar al trono dónde estará el Rey y luego él continuará con la ceremonia.

La princesa asintió, respiró profundo y siguió. Al llegar a las puertas del salón, volvió a respirar profundo y las puertas del salón se abrieron.

Ella caminó con un gran porte y elegancia, la música de fondo cesó y el resto de personas quedaron de pie  asombrados, la miraban y admiraban su belleza su cabello largo y dorado parecía que brillaba su piel blanca parecía de porcelana y el vestido que llevaba eran tan hermoso que parecía que ella estuviera envuelta en una nube, en el fondo del salón se escuchó una voz.

—Su majestad ha entrado en la sala, hacer reverencia.

Todos iban haciendo reverencia mientras ella caminaba despacio en medio de los invitados, no miro a nadie, su vista estaba puesta en el fondo del salón, dónde la esperaba el Rey.

Verchiel estaba igual o más sorprendido que los demás, parpadeó varias veces hasta que extendió su mano para recibir a su esposa.

La ceremonia comenzó, todos estaban atentos, se realizó el respectivo protocolo y juramento. Un monje trajo una hermosa caja de cristal donde estaba la corona, una muy hermosa, con piedras preciosas que hacían juego con los ojos de Alba.

Verchiel abrió la caja, tomó la corona y se la colocó a la Princesa diciendo las siguientes palabras.

—Hoy te corono como la Reina, la Real soberana de mi Reino, del Reino Azúl.

Colocó la corona a la ahora Reina y sin importar salirse del protocolo, le dió un apasionado beso frente a todos, causando asombro en muchos.

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