Capítulo 15. Aléjate de él.

El celular, sobre el escritorio de madera de pino, vibró, Leandro, que estaba viendo algunos informes en su computadora, vio la pantalla encender y el nombre de su insoportable primo, apareció en la pantalla. ¿Geovanny no sabía que era una molestia?, de hecho lo sabía, pero amaba molestarlo en cada ocasión posible. Siempre que ese tonto enviaba algún mensaje, era definitivamente algo sin importancia. Geovanny ya sabía que, si era ignorado una vez, no iba a responder a un segundo mensaje. Él siempre enviaba un mensaje y listo, sin embargo, en ese momento, llegaron tres más. 

Pensando que era algo de suma importancia, Leandro agarró el celular del escritorio y procedió a abrir el mensaje. Unos segundos después, el teléfono fijo a su lado, se estrelló contra la puerta de madera. Sin demora, procedió a marcar el número del molesto Bernocchi.

—¡¿Qué carajo estás tramando?! —Gritó, una vez que la llamada se conectó del otro lado. 

[Creí que ignorarías mis mensajes.] La voz sufrida de Geovanny se escuchó del otro lado. Leandro casi rompió el celular al escuchar tan hipócrita sufrimiento. 

—¿Cómo lo encontraste? —Su voz era fuerte y severa. Estaba casi rompiendo su garganta mientras gritaba a todo pulmón. Las fotografías que había recibido de Luka en casa de ese bastardo, fueron suficientes como para ponerle un precio a su cabeza. No comprendía cómo es que su tonto primo había dado con él, ni porque Luka estaba en su cocina, usando un delantal y cocinando para esa basura. 

[Fue fácil. Solamente lo mandé a seguir, y le prometí un sueldo espectacular. Por supuesto, tuve que mentir un poco, no creo que hubiese querido venir si supiera que mi verdadero apellido es Bernocchi.] 

—Geovanny, ¿A dónde quieres llegar con todo esto? —Leandro arrugó las cejas. Ya suficiente tenía con lidiar con Emanuele Russo, ahora también tenía que mantener al margen a Geovanny, la princesa Bernocchi. 

[A ningún lado. Únicamente quiero saber, que tiene él, que, incluso una persona como tú, movió cielo, mar, y tierra, para dar con su paradero.] 

—No es nada especial. Puedes encontrar uno como él en cualquier puta esquina que busques. —La mirada de Leandro se tornó oscura. Odiaría admitir que, de hecho, Luka era la única persona que le resultaba enigmática y, la única persona a la que jamás renunciaría. 

Él le había dejado claro que estaba con ese universitario, y, anteriormente, cuando se había cuestionado sus sentimientos hacia él, pensó que, mientras Luka no le dijera que tenía a otra persona, podía seguir intentando tener sexo con él. Pero él era alguien que exigía exclusividad. Odiaba compartir sus juguetes con otros. Y, por sobre todas las cosas, odiaba que le recalcaran en el rostro que estaban, o estuvieron, con otro. Sin embargo, cuando se trataba de Luka, aunque aún había un sentimiento de ira, no pensaba en dejarlo. Si no, en encarcelarlo para siempre. 

[¿De verdad? —Geovanny hizo un sonido de ‘humm’ alargado—, ¿Por qué será que no te creo en lo más mínimo?] 

—Cree lo que quieras, no me importa. 

[¿Estás seguro?, viéndolo desde aquí, tiene un muy buen trasero… Umm, se mueve muy bien en la cocina… —Leandro escuchó jadear a Geovanny y pudo imaginar la forma tan asquerosa en la que estaba viendo a Luka—. Sabes, no tengo problema con ser el de arriba, si es por meterlo en él…] 

—¡Cierra la maldita boca, o te la voy a cocer personalmente! —Gritó. Del otro lado, una risa burlona se escuchó. 

[Nos vemos, primo.] Geovanny terminó la llamada y Leandro golpeó su mano contra la madera del escritorio. Odiaba a ese imbécil. Para su mala suerte, ni siquiera sabía dónde se escondía esa rata. 

Después del último secuestro, el padre de Geovanny optó por mantenerlo en las sombras. Para muchos, Geovanny Bernocchi estaba muerto. Había sobrevivido una vez, pero si seguía molestándolo de tal forma, ni siquiera su tío podría esconderlo de él. 

—Leo, ¡Leo! —Gritó. Leo, que estaba trabajando en lo que antes hacía Luka, entró al despacho, corriendo. 

—Señor, ¿Sucede algo? 

—Encuentra alguna manera de contactar con Luka… Busca a ese amigo suyo, Emanuele Russo, tráelo aquí.

Leo asintió, volvió a salir. 

El celular volvió a vibrar, pero esta vez, era una llamada internacional. 

—¿Cómo estás? —Preguntó, tan pronto como la bocina estuvo en su oído. Del otro lado, una sonrisa cálida adornó el lindo rostro de Dylan. 

[Las cosas van mejor de lo que he pensado. Pude indagar más acerca de esos extraños compradores de humanos.] 

—Eso es perfecto, ¿Te has encontrado con algún inconveniente? —Leandro agarró el saco del perchero a su lado, y salió de la oficina. 

[No, por el momento. Regresaré en una semana, ¿Todo bien por allá?] 

—Muy bien. Amm, oye, Dylan, si no hay nada más de que hablar, voy a colgar. Tengo algunas cosas importantes que atender.

[De acuerdo, adiós.] 

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Emanuele salía de la última clase en la universidad, mientras caminaba hacia la parada del autobús, y miraba su celular, una camioneta negra freno frente a él. El ruido chirriante le hizo levantar la mirada y ver, con un tanto de extrañeza, al hombre que bajaba de ahí. Él no recordaba su nombre, pero era la misma persona que había visto en su casa. 

—Emanuele Russo, mi jefe quiere hacerle algunas preguntas. —Dijo Leo, mientras apuntaba a la camioneta—. Venga con nosotros. 

Emanuele arrugó las cejas—. Dile a tu jefe, que nosotros no tenemos absolutamente nada, de que hablar. 

—No me haga hacer las cosas por las malas. —Amenazó Leo, mientras agarraba su cintura, justo donde la escuadra estaba puesta.

Él sabía que no tenía muchas opciones, conocía en qué negocios andaban esas personas y no podía hacerlas enojar. Andrea, siendo un bocaza, le contó todo sobre el jefe de Luka. Incluso la información que él no había solicitado. Sin alguna forma de escapar, decidió ir con ellos. 

Al subir a la camioneta, dos personas se sentaron a sus costados. 

El camino hacia donde sea que se fueran a reunir, no fue tan largo ni tan corto. El lugar al que llegaron era una enorme bodega en las orillas de la ciudad. El lugar estaba prácticamente abandonado y había metros y metros de terrenos baldíos. Era el sitio perfecto para cometer un homicidio y no levantar sospechas. 

“Leandro está obsesionado con Luka. Una vez incluso golpeó a un sujeto por atreverse a coquetear, con lo que él llama, su propiedad… es mejor no meterse en el camino de ese lunático, sin embargo, por defender a Luka, no me importaría morir… después de todo, Luka es lo único que tengo en la vida…”

Esas fueron las palabras de Andrea. Lo cierto era que, él no estaba dispuesto a tanto, después de todo, aún tenía una familia. Sin embargo, de sólo pensar en Luka y ese jefe, su corazón se encogía. 

—Sígueme. —Dijo Leo, mientras baja de la camioneta y comenzaba a caminar por el camino polvoriento. 

Emanuele bajó también y lo siguió. Al entrar, la puerta de metal hizo un sonido chirriante que llegó a casi cada rincón del lugar. Al entrar, vio a varios hombres, yendo de un lado a otro con cajas en las manos. 

—Por aquí. —Volvió a decir Leo. Los dos caminaron por una escalera metálica hasta el segundo piso, desde ahí, se podía ver todo lo que abajo ocurría. El sonido de sus pasos contra el frío metal, era opacado ocasionalmente por los gritos de algunos hombres dando órdenes. 

Emanuele fue conducido hasta una oficina. Leo golpeó tres veces la puerta, antes de escuchar del otro lado la voz fría de Leandro. Leo abrió la puerta y le hizo entrar. 

—Bienvenido, Emanuele. 

Leandro estaba parado frente al escritorio, recargado un poco en la madera y con los brazos en los bolsillos. La camisa marcaba muy bien sus fuertes brazos y su perfecto pecho. La mirada fría y la cicatriz en el rostro, podían hacer que cualquier persona se sintiera intimidada. Y, aunque estaba un tanto asustado, no iba a permitir que ese hombre lo viera. 

—¿Por qué me trajeron aquí? —Preguntó, elevando una de sus cejas.

—Por Luka, por supuesto. —Respondió, mientras sacaba las manos de los bolsillos y se acercaba a él, de forma amenazante. Leandro pasó su mano a su espalda y sacó el arma que siempre llevaba consigo. Quedando a unos centímetros de Emanuele, puso el cañón de la pistola justo debajo de su barbilla—. Quiero que te alejes de él, o saldrás lastimado. 

Emanuele rodó la manzana de Adán un par de veces y sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo.

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Perdón por la demora, no estaba inspirada 😓😓

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