Luriel le tendió el recipiente y ella lo tomó con las manos temblorosas
- Aguyje (gracias) – le sonrió nuevamente
- Ikatu reke chendive térã yvýpe (puedes dormir conmigo o en el piso) – le dijo mientras comenzó a comer.
No la miraba, simulando indiferencia. Estaba a la expectativa de lo que diría.
- ¿Ikatu piko añetehápe aiporavo? (¿de verdad puedo elegir?) – su voz era solo un susurro mientras lo miraba.
Cuando lo vio asentir, recién entonces pudo soltar el aire que había estado reteniendo sin darse cuenta, comenzó a romper con la mano pequeños pedazos de pan y trató de comer lo que podía.
Luriel terminó de comer, se desnudó completamente y se dirigió al camastro donde dormía. Ella no lo miraba, no podía, el rechazo que sentía iba más allá de no sentir nada por él.
Juntó las cosas, acomodó todo en su lugar, colocó el ungüento en sus lesiones, por lo menos sobre las que alcanzaba a ver y luego se acostó en el piso contra la pared, se colocó en posición fetal, se abrazó con fuerza a sus piernas, las lágrimas fluían sin poder detenerlas, pero no emitía ningún sonido que pudiera enojar a su amo, porque se había convertido en la esclava del hombre que una vez había sido elegido para ser su esposo.
Antes de dormir, Irupé simplemente lo pensó… lo vio en su mente como si lo tuviera en persona, le tocó suavemente esos cabellos de fuego, tocó su piel cubierta por pecas, era lo que más amaba de él, era absolutamente diferente a todo lo que conocía.
Cuando lo vio por primera vez en la escuela, no pudo evitar quedarse mirándolo y él cuando lo notó le regaló la sonrisa más linda que había visto nunca. Su gente no era expresiva, cuando sonreían no lo hacían arrugando sus ojos, o aflojando los hombros como hacía ese hombre.
Ella apenas estaba aprendiendo el idioma de la gente blanca, le habían dicho que él estaba en el final de sus estudios y que estudiaba a los árboles y a las plantas que curaban y que había venido a ese lugar por las plantas que crecían allí únicamente.
Durante las siguientes semanas, no faltó ninguna vez a clases, ya entendía bastante al escuchar, aunque le costaba hablar con fluidez. No siempre lo veía, pero cuando lo hacía, lo volvía a mirar con esa fijación difícil de disimular.
Uno de esos días, lo vio llegar cargando un gran y extraño bolso que le llamó la atención, lo vio sentarse en una amplio banco de la plaza, abrir ese bolso y comenzar a poner pequeños papelitos. Se acercó un poco más y pudo ver que lo que tenía en ese estuche eran plantas, de diferentes clases. Ella las conocía todas. Tenían algo en común y eso la hacía sentir como si estuvieran unidos.
Se paró a su lado sin decir nada, miraba absorta las plantas hasta que escuchó su voz:
- Maitei Irupé (Hola Irupé) – la voz era suave y grave, ella lo miró asombrada - Che réra Mario (me llamo Mario)
Cuando ella lo miró a los ojos, no podía creer que hubieran ojos del color del cielo, nunca lo había visto, su gente tenía ojos marrones y los blancos que conocía también tenían marrones aunque algunos más oscuros y otros más claros.
- ¿reñe’ẽ piko che ñe’ẽme? (¿hablas mi idioma?) – seguía mirándolo con extrañeza y cuando lo vio confundido siguió – pensé que hablabas mi idioma…
- Solo unas pocas palabras – sonreía nuevamente y las arruguillas alrededor de los ojos lo hacían ver como un anciano.
- ¿Cómo sabes mi nombre? – no dejaba de verlo a los ojos
- Me dijo el maestro – contestó señalando hacia la escuela – me dijo que eras la sanadora de tu pueblo
- Che sy ha’e (mi madre lo es) – lo vio confundido y buscó en su memoria las palabras que había aprendido – mi madre… yo aprendo.
Él volvió a sonreírle, esa pequeña niña, de tez morena pero más pálida que los demás indígenas que había conocido, largos cabellos negros, tan lacios que parecían una cascada por su hombro y espalda, ojos oscuros y rasgados y la boca más perfecta que había visto nunca.
La veía como una niña, curiosa y atrevida, lo miraba de una manera que en su cultura podría interpretarse como atrevida, pero sabía que en el caso de ella era simple e inocente curiosidad por lo nuevo. Si él llamaba la atención en su mundo que contenía una gran variedad de razas, cuanto más llamaría la atención en el mundo de ella donde prácticamente todos eran muy similares.
Corrección, los demás eran similares…, ella era también diferente a todos
- Tal vez puedas ayudarme diciéndome como lo llaman y para que lo usan – dijo emocionado señalando su muestrario – yo te pagaré…
Ella lo interrumpió agitando las manos frente a su rostro.
- Si no quieres que te pague debo devolverte el favor de alguna manera – Mario estaba asombrado
- Tráeme imágenes de tu pueblo… - dijo sonriendo – quiero aprender
- Bien, es un trato – dijo mientras le pasaba la mano, pero ella no entendía lo que quería hacer – nosotros cuando hacemos un trato nos apretamos la mano… es señal de respeto – le tomó la mano y le mostró cómo hacerlo.
Cuando Mario tomó la mano de Irupé, ambos sintieron que cruzaban un límite sin retorno, ambos quedaron mirándose sin sonreír pero totalmente incapaces de cortar el contacto. Luego de unos segundos Irupé observó más detenidamente la mano que estrechaba y se maravilló al notar las pecas y los bellos rojizos del brazo.
- ¿Todo tu pueblo es como tú? – la voz sonaba como una niña
- No… - se largó una carcajada – solo mi familia… pero en todos los pueblos hay gente como yo
- Pareces fuego – y comenzó a reír también… y tus ojos parecen cielo…
- Es lo más lindo que me han dicho… - le dio un beso en la mano antes de soltarla – y creo que tu nombre es perfecto - como ella lo miró asombrada agregó – eres bella como la flor.
- ¿Viste alguna vez un plato de agua…? – le sonrió nuevamente mientras él negaba con la cabeza – tal vez algún día te lleve a verlo cuando florezcan
- Me encantaría… - juntó sus cosas, se había puesto nervioso sin sentido - ¿te veo aquí mañana cuando salgas de la escuela? – la vio asentir inmediatamente - ¿Por qué lo haces?
- Nde porãgui (porque eres hermoso) – dijo antes de comenzar a alejarse
- No te entendí – dijo confundido
- Lo sé, por eso te lo dije.
Mario quedó mirándola hasta que desapareció en el camino, tenía que recordarse que era solo una niña, no tenía idea de cuantos años tenía, pero no creía que fueran muchos. Además él solo había venido a terminar su tesis universitaria, la fármaco botánica se había convertido en el sentido de su vida y a lo que se quería dedicar el resto de su existencia.
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