Capitulo VIII Quiero el divorcio

Emanuel

Había pasado ya más de medio día y Annia no regresaba a la casa, empecé a preocuparme, ya que ella no conocía este lugar y si algo le pasaba que haría yo, no ella debe estar bien, salí a buscarla, pero el terreno era muy grande me tomo mucho tiempo rastrear cada lugar, ya estaba muy oscuro y a lo lejos vi una cueva me acerque y lo que vi me dejó inmóvil, ahí estaba Annia inconsciente, me acerque a ella y al tratar de despertarla me di cuenta de que tenía mucha fiebre, estaba delirando diciendo cosas incoherentes hasta que dijo algo que me partió el corazón, te odio, ya no quiero verte más, por tu culpa estoy muriendo, la alce en brazos hasta la cabaña, revise su cuerpo y vi en su pierna una mordedura de serpiente, ya sabía cuál era, está especie era muy común en esta parte del bosque, le inyecte el antídoto y me quedé a su lado poniéndome paños de agua en la frente para ayudarla a bajar la fiebre.

Estaba amaneciendo cuando Annia pidió agua, rápidamente fui por un vaso con agua, cuando ella me vio sus ojos se llenaron de lágrimas, me dijo que quería regresar a la ciudad y que me olvidará de este ridículo matrimonio, estaba muy débil, pero aun así tuvo fuerzas para decirme estás palabras, cayó otra vez desmayada y como pude le di algo de agua. Ahora me doy cuenta de que Annia no es la niña débil que había creído.

Pasaron unas cuantas horas desde que le había administrado el suero, ya Annia no tenía fiebre solo que no reaccionaba debió ser por el cansancio y por el hecho de no haber comido nada en dos días, le prepare unas sopas y espere a que despertara, un poco más de medio día la vi despertar en su mirada había un gran dolor.

Emanuel: al fin despiertas, me tenías muy preocupado.

Annia: no tienes por qué preocuparte.

Intento levantarse y su cuerpo no le permitió este movimiento, me acerqué para ayudarla, pero ella me dijo que no necesitaba mi ayuda y que en mi vida la volviera a tocar.

Emanuel: deja de comportarte como una niña consentida y deja que te ayude.

Annia: vete a la mierda no necesito nada de ti y si piensas que después de esto me voy a quedar contigo estás muy equivocado, apenas llegué a la ciudad voy a pedir el divorcio.

Emanuel: jajaja no me hagas reír, ahora eres mi mujer y nunca te dejaré libre serás mi esposa hasta que yo quiera.

Annia: no voy a seguir discutiendo contigo mejor déjame en paz y lárgate de mi vista.

Emanuel: pues eso no pasará primero vas a comer tienes dos días sin comer nada y tampoco te voy a dejar morir de hambre.

Habían pasado varias semanas desde que llegamos a este lugar, Annia no me dirigía la palabra, simplemente hacia la comida dejaba la mía en la mesa y ella se iba a comer en unas bancas que había en el patio trasero, ella no estaba comiendo mucho cada día la veía más delgada y la idea no era que se dejará morir.

Annia: quiero el divorcio y regresar a mi casa ya.

Emanuel: eso no pasará, ya te lo dije serás mi esposa hasta que yo quiera.

Annia se levantó de la banca y entro a la casa, espere un rato para hablar con ella, cuando lo creí pertinente subí a la habitación y Annia no estaba ahí, entonces entre al baño y la vi metida en la tina con sus ojos cerrados he hinchado a su alrededor, se notaba que había estado llorando, con cuidado me quite la ropa y entre a la tina con ella, cuando abrió los ojos y me vio, quiso levantarse para irse, pero yo no la dejé la senté en mis piernas y empecé a acariciar su cuerpo.

Annia: ahora abusarás de mí?

Emanuel: yo jamás haría algo así, solo quiero oler tu aroma, ese aroma que me vuelve loco.

Annia: déjame ir, yo no quiero esto.

Emanuel: pues tu cuerpo me dice otra cosa.

La bese muy despacio como la primera vez que la bese con amor y ella al principio se resistía, pero poco a poco fue cediendo y le hice el amor, como quisiera poder amarla libremente, pero sabía que este amor era prohibido.

Decidí que el resto de la luna de miel, la pasaría bien así que desde ese momento todo fue amor y más amor, la hice mía cada vez que quería y ella simplemente se dejaba llevar fue lo más sublime que jamás había vivido.

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