CAPÍTULO 9

La noticia del despertar del segundo príncipe del rey, así como nuevo duque de London, rápidamente llegó a todos los rincones del reino, incluyendo a oídos de la santa. Sara, impaciente por al fin librarse de la carga de ser la esposa de ese vejestorio, apuró a la delegación de la iglesia y a su padre, a atender a la semana siguiente la audiencia con el rey. Si todo salía bien, por fin su sufrimiento al lado del duque acabaría.

—Hija mía, por favor, te lo suplico, no solo como sacerdote de la iglesia, sino como miembro de la nobleza y tu padre, no te divorcies del duque—habló su padre dentro del carruaje—como hijo de una reina extranjera, si algo pasa con él, la familia real de su madre intervendrá y se formará un problema diplomático bien grande, ¡Sé inteligente!

—¡Estoy siéndolo, padre! ¡¿Acaso quiere que la santa de la iglesia esté en manos de alguien como él?!—gritó enojada—¡Se lo advertí desde un principio! Sabían que yo deseaba casarse con el príncipe de la corona, ¡Pero me contradijeron! ¡Me obligaron a estar con un hombre veinte años mayor que yo! ¡Con alguien que por nacer de segundo le tocaron las migajas! ¡Soy la santa! ¡Merezco algo mejor!

—¡Pero si el duque te ama! ¡Te adora! Sabiendo que como miembro de la familia real tenía la prioridad en el rescate, ¡Decidió sacarte a ti primero! ¡Aun cuando eso le costó ser capturado!

—¡Soy la persona más importante del reino! ¡Sin mí el rey no podría llevar a su ejército a las partes infectadas de miasma!—aseveró con arrogancia—¡No seguiré casada con un maldito!

El resto del camino rumbo al palacio estuvo sumido en un silencio tan incómodo, que su padre tuvo que parar el carruaje e irse cabalgando en uno de los caballos de seguridad, ya que el enojo que tenía con su hija era demasiado grande. Suspiró con fuerza, apretando con rabia las riendas del caballo, provocando que este llegara primero que la comitiva.

No sabía como su hija tan siquiera iba a pedir el divorcio, ya que el rey no la dejaría ir así como así, mucho menos el duque. Solo esperaba que en el peor de los casos, el padre de la reina no viera eso como un ataque en contra de su reino.

—¿Ya abran llegado?—preguntó Sara a una de sus doncellas al momento de bajar al carruaje.

—Sí, su alteza—respondió la mujer vestida de sirvienta—mi compañera desde la madrugada se encargó de que ellas estuvieran esperando.

La mujer de bello cabello blanco, ojos rojos y piel tan blanca como la nieve, sonrío con malicia, asustando a su criada. Aquella imagen distaba tanto de la imagen dulce e inocente que mostraba hasta con el propio papa. Tragó en seco, con amargura en su corazón, si bien debía obedecer a su ama, lo que esta estaba por hacerle al duque ya era una monstruosidad.

Kenshi, emocionado por ver a su esposa, aunque solo pudiera escucharla, pidió que lo ayudaran a arreglar e intentara tapar las cicatrices de sus cuencas vacías, de modo que su mujer no se pudiera asustar al verlo sin ojos. Nervioso, pidió que le dieran un ramo de rosas blancas, las favoritas de Sara.

—Hijo—fue lo único que dijo su madre con tristeza al verlo en la sala de estar.

Le había prometido que le dejaría hablar con Sara antes de la primera audiencia, tenía la esperanza de hacer que ella no se divorciara de él, pero la reina tenía un mal presentimiento en su corazón. Sin nada más que hacer, fue al salón del trono donde se sentaría en una de las sillas de las tres reinas que su esposo tenía, aunque solo estaría él con ella presente, esperando lo que fuera que estuviera por pasar.

—¿Cómo que quiere hablar conmigo?—cuestionó al ser recibida por los guardias del duque—¿Por qué son ustedes los que me reciben?

—Así la reina lo ha pedido—respondió uno de ellos.

Con enojo, levantó un poco la falda de su vestido, y se dispuso a subir las escaleras rumbo al salón de estar. Le enojaba sobremanera ser recibida por esclavos, pero cuanto más se enfrentara al duque, pronto terminaría todo eso.