Capítulo 05. Un peso menos.

Elio había estado despierto la mayor parte de la noche. La conversación con su madre y hermanos había salido mejor de lo que esperaba. No se habían alterado en ningún momento, expreso sus sentimientos de forma fluida.

A pesar de ello, la decisión que había tomado le había quitado el sueño. La familia Di Marco era una de las más peligrosas, ya había rechazado una vez la oportunidad, no sabía si una segunda la iban a tolerar.

Se sumergió en sus pensamientos, creando distintos escenarios de lo que posiblemente podría ocurrir. Se recargo en el respaldo de su cama y elevó sus rodillas, que aún permanecían envueltas en las sábanas blancas.

Un suspiro pesado se escapó de sus rosados labios, mientras cerraba los ojos apoyando sus manos sobre las rodillas y entrelazando sus dedos.

Siguió pensando, dándole vueltas al mismo asunto durante quince días, era como tener un peso sobre sus hombros que no lo dejaba avanzar, le robaba el sueño y toda la calma que en su vida tenía. Eso era, Vicenzo Di Marco era una tormenta tempestuosa llegando a las tranquilas praderas de su vida, arrasando todo a su pasó.

Tres golpes en la puerta lo hicieron despertar de esos pensamientos. Bajó vagamente de la cama y caminó hacia la puerta, Anna se encontraba del otro lado.

—Hermano —Annalise conocía perfectamente a su hermano mayor, solo al ver su rostro supo que algo no estaba bien. Sus cejas se arrugaron en preocupación, pero antes de que pudiese decir algo, Elio habló.

—Estoy bien, no te preocupes.

Elio cambio su semblante al mismo de siempre. Pudo notar en su hermana menor ese rostro alterado por la preocupación, seguramente tenía un semblante espantoso. Lo oculto muy bien y, aun así, Anna tenía la certeza de que algo estaba increíblemente mal, su hermano muy contadas veces mostraba ese semblante.

No obstante, no quería meterse en su vida hasta que él quisiera contarle. Aunque no lo pareciera, Elio solía guardarse las cosas hasta el momento correcto y no le agradaba en absoluto que alguien estuviera indagando en sus temas privados.

—Bien —dijo sonriendo—, dice mamá que vayas a desayunar.

Elio abrió los ojos de sorpresa, miro su reloj y marcaba las nueve y media de la mañana. A pesar de recordar cada segundo de la noche la cita que tenía en la casa Di Marco, se había olvidado por completo revisar el reloj, la última vez que lo hizo apenas eran las tres y quince minutos de la madrugada; ¡¿Qué tan rápido podía avanzar el tiempo?!.

—No, dile que voy a salir a hacer algunas cosas, desayunaré fuera.

No espero respuesta alguna y cerró la puerta de un golpe, si Anna no hubiese retrocedido un paso, seguramente la puerta hubiera estrellado contra sus narices.

Elio agarro lo primero que vio en el armario, no se preocupó porqué fuera la ropa adecuada. Además, ¿Por qué tendría que darle importancia?, solo iba de forma rápida a rechazar aquel ofrecimiento que, desde un principio, le sonó descabellado.

Se dio una ducha rápida y seco su cabello, aunque no de forma uniforme. Se cambió, ropas oscuras y holgadas como solía usarlas. Agarro sus zapatos, unas botas con un tubo bajo y cadenas a los costados, parecía todo un emo si lo pensaba.

Bajó corriendo, su familia estaba reunida como la mayor parte de los sábados, desayunando juntos mientras disfrutaban de una amena conversación.

—¿De verdad no vas a comer nada? —Isabella se mostró preocupada por él, no le gustaba que se fuera sin comer nada.

—Comeré en la calle. Nos vemos, no tardaré mucho... supongo.

Susurró lo último, mientras corría hacia la puerta con la esperanza de que así, de alguna manera podría llegar a tiempo.

Elio no tenía un auto y no sabía conducir, así que transporte público a todos lados. Sin embargo, el lugar donde estaba ubicada la mansión de los Di Marco, estaba afuera de la ciudad y no había un transporte que lo llevara hasta allá, un taxi al menos podría dejarlo un poco más cerca. Era una residencia alejada y con extensos terrenos, la zona era privada así que tardaría en llegar. Como era una zona privada, debía entrar caminando, seguramente eso sería un problema si quería llegar temprano.

Al doblar la esquina, para correr hacia la parada, un auto negro se encontraba estacionado y un hombre de traje recargado en la puerta del copiloto.

Elio siguió adelante hasta que escucho su nombre y se frenó volteando hacia atrás, aquel hombre lo había llamado.

—Joven Elio, el jefe Gabriele Di Marco mando por usted, por favor, suba al auto, lo llevaré con él.

Elio trago profundo y, en movimientos casi robotizados, se acercó al auto. En realidad, tenía la esperanza de poder calmar sus nervios en el caminó hacia aquel lugar, sin embargo, ahora estaba subiendo al auto que lo llevaría sin demora alguna al sitio de reunión.

Antes había pensado en proponer un nuevo lugar, sin embargo, ¿De verdad un jefe de la mafia haría caso a las demandas de un mocoso cualquiera?, Incluso a él le pareció ridícula y estúpida esa idea.

El auto avanzaba velozmente sobre el asfalto. Elio tenía la sensación de que su respiración se acordaba con cada metro y kilómetro recorrido.

Decidió calmar sus nervios y mirar por la ventana. Ni siquiera había prestado atención al recorrido al estar tan ensimismado. Cuando dirigió su mirada hacia afuera, el camino que al principio notó, era totalmente distinto. Los autos, las casas una al lado de la otra, las personas caminando por la calle, y los edificios, habían quedado atrás, ahora, ante él estaba todo lo contrario. Los árboles a la orilla de la carretera que parecía alargarse con el avanzar de auto y la tranquilidad de no escuchar el bullicio de la ciudad lo desconcertó por un momento, ¿Cuánto tiempo había estado hundido en sus pensamientos?, los nervioso lo invadieron y su pecho comenzó a latir mucho más rápido.

—Llegamos.

El chófer apagó el auto y Elio, que había sido tomado por sorpresa una vez más, salió del auto de una forma robótica, ante él se alzaba aquella enorme mansión rodeada de gente armada. Las puertas que, de por sí eran grandes, ahora le parecían enormes. Se sentía tan pequeño e indefenso, que la idea de correr cruzo por un instante su mente.

—Sígueme.

Aquel hombre caminó abriendo la enorme puerta, Elio lo siguió de cerca. Dentro, una fila doble de hombres, unos a su izquierda y otros a su derecha, le saludaron amablemente. Si no supiera que son mafiosos, pasarían muy bien por gente oficinista con muy buenos modales. Pero, aunque demostraron educación, estar rodeados por todos esos hombres le hacía sentir mucho más amenazado.

La primera vez que Elio había ido, no había prestado mucha atención a su alrededor, ahora, mirando más detalladamente era una casa muy linda y acogedora.

El techo era alto, los muros parecían muy resistentes, guardaba esa calidez de un hogar antiguo con la modernidad del mundo en esos días. Había cuadros de pintores famosos, y la decoración era exquisita.

Mientras seguía al hombre que lo había llevado seguía viendo por doquier, de alguna manera, era relajante.

Sin embargo, esa tranquilidad que por el momento había tenido, se esfumó como la espuma del mar al llegar a esa puerta que sí recordaba bien; era la biblioteca.

Después de tocar un par de veces la voz del anciano Gabriele se escuchó responder. Elio entro, tratando de mostrar control sobre sí mismo y la situación, pero la mirada del anciano era penetrante.

—Me alegro que hayas venido, pensé que no te atreverías.

—Yo también —dijo Elio sin pensarlo bien.

El hombre sonrió. Elio se dio cuenta que había alguien más a su lado. Otro hombre de traje, que imponía mucho al igual que el abuelo Di Marco y el joven Vicenzo.

Elio se inclinó en forma de saludo, era algo común en él, no le gustaba el contacto físico con extraños y el saludo asiático lo había adoptado hacia mucho. El anciano Gabriele le hizo una señal con la mano para que tomara asiento frente a ellos, él dudó por una milésima de segundo en hacerlo, simplemente tenía que decir que no aceptaba e irse, sin embargo, decidió sentarse, tampoco quería ser grosero.

—Él es el padre de mi nieto, Salvatore Di Marco —dijo Gabriele señalando al hombre a su lado— hijo, él es Elio Mancini, de quien te hablé. —menciono dirigiéndose al hombre a su lado

—Mucho gusto, señor —Elio se sintió aún más nervioso al soló obtener una mirada de análisis sobre él. Al parecer, el padre del menor de los Di Marco, no estaba de acuerdo.

—Elio, veo que estás nervioso —dijo el abuelo mientras tomaba un poco de té que le habían servido mientras se presentaban— no tienes por qué estarlo. Toma un poco de té para que te relajes.

—Sí, gracias —él hizo caso y tomo un poco, era un sabor dulce y refrescante, a pesar de estar caliente, sin embargo, no quemaba—, yo… quiero hablar sobre la propuesta —mencionó dejando la taza sobre la mesa.

—¿Tienes prisa por irte?

—No, en realidad no. Simplemente no quiero que usted pierda el tiempo conmigo, seguramente debe estar muy ocupado.

Elio se mostró un poco más seguro en sus palabras, el padre de Vicenzo lo observó, como si tratara de adivinar qué tipo de persona era. La respuesta que había dado sin duda lo dejo algo sorprendido, por lo regular las personas solían temblar del miedo, tanto, que su voz salía entre cortada y rara.

—Ya veo. Eres un chico que no pierde el tiempo ¿No?, Marcello, trae el contrato —el hombre mencionando agarro una carpeta y la extendió hacia el chico poniéndolo sobre la mesa frente a él—, si lo lees notarás que todo lo que te prometí está ahí. Las clausulas son mucho más benéficas para ti que para nosotros, fírmalo.

—Lo lamento señor Di Marco, no puedo aceptar algo así —dijo con un rostro decidido y una mirada que mostraba confianza.

El rostro de confianza de Gabriele cayó con esas palabras, el chico ¿De verdad estaba rechazando su oferta?, Parpadeo un par de veces, incrédulo, agarro su barbilla y bajo el rostro meditando.

Sin bien era riesgoso, pensó que Elio había aceptado, las deudas de su familia no eran pocas. El padre de Vicenzo también estaba sorprendido, ¿Qué le hacía pensar a ese mocoso que Gabriele Di Marco iba a aceptar una negativa como respuesta?, ¿Qué se había creído?

Recordó aquella ocasión, cuando era aún un muchacho y su padre era quien se encargaba de la organización, un hombre se negó a vender su casa o trabajar para ellos guardando las armas ahí. Gabriele lo mato en ese momento. Ese chico sí que tenía agallas para decir que no.

—Ya veo. Está bien.

Elio se sorprendió tanto al igual que Salvatore, el papá de Vicenzo. Su padre, Gabriele era conocido por su mal carácter y, sin embargo, estaba ahí, al lado de él, mostrando una sonrisa genuina al chico que había rechazado su oferta en dos ocasiones.

Giro a ver a Elio y vio una sonrisa de agradecimiento por aceptarlo. Pudo ver qué eran parecidos. A pesar de que Elio mostraba un poco de nerviosismo, sus palabras salieron tan firmes que podría decirse que era todo un negociante experimentado. Sin duda, el abuelo Gabriele había hecho una muy buena elección para su hijo.

—Gracias por entender. Entonces me iré primero, fue un gusto señor Di Marco.

—El gusto fue mío, Elio.

Elio no pudo evitar una mirada de asombro que pronto cambio por una sonrisa cálida.

—Cuídate hijo. Si cambias de opinión, aquí estaremos. El chófer te llevará.

—No es necesario señor, y muchas gracias.

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El sol no era caliente y el viento era muy agradable, Elio sentía como si un peso enorme hubiese sido quitado de sus hombros. Había pensado que no se iban a tomar bien su decisión, pero, al parecer, son mucho más razonables de lo que había pensado.

Al fin podría dormir tranquilo, al fin podría regresar la vida tranquila que llevaba, ¿Qué podría salir mal?

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