CAPÍTULO 3

No solo las cadenas eran una tortura para el príncipe, que una vez fue tan altivo, sino que muchas veces tenía pesadillas en donde vivía, de manera muy realista, los abusos que sufrió Freya por parte de los hombres que Katherine le daba.

—No te lo estoy pidiendo, ¡Te lo estoy ordenando!—gritó aún más fuerte—¡Recuperarás a la mujer que lleva a tu hijo en su vientre!

Ignis se quedó sorprendido ante aquella revelación, no podía entender como solo con una noche de pasión Freya hubiera quedado en embarazo. Ahora, si quería volver antes de su muerte y evitar un castigo peor que la muerte, debía acceder a las peticiones del dios.

—¿Y si me niego?—preguntó horrorizado.

—Créeme, desearás jamás haber nacido como príncipe si me haces enojar aun más—respondió tajante—claro que tu castigo no quedará solo así, volverás dos meses antes de tu muerte; sin embargo, serás infértil e impotente. Solo podrás engendrar hijos con Freya y poder tener relaciones con ella. Tu salvación es la mujer que despreciaste, le estoy dando la oportunidad a un villano, ¡No seas idiota!

Dicho eso, con un chasquido de dedos, hizo desaparecer el alma del príncipe del limbo.

Ignis se encontraba en el salón de entrenamiento del palacio real, intentando desahogarse toda la tortura que le hizo pasar el dios guardián antes de traerlo a vida.

—¡¿Ahora yo soy el villano?!—gritó golpeando un saco de boxeo—¡Todo porque no quiero casarme con ella!

Justo cuando iba a dar un último golpe, una fuerte punzada en su cabeza hizo que cayera al piso retorciéndose del dolor. Era uno de los mejores combatientes cuerpo a cuerpo, así como experto en magia de fuego y rayo, uno de los posibles candidatos a rey, quien se esperaba ascendiera como capitán del ejército, pero cuando se trataba de la tortura de un dios que no estaba en esa dimensión, su poder no alcanzaba para alivianarla.

—¡Ya entendí!—dijo botando sangre por su nariz y con los ojos cerrados.

Cada que él decía o hacía algo que al dios no le gustaba, siendo que siempre lo vigilaba, bombardeaba su mente con todas las cosas que le hizo a Freya, haciendo que sintiera todo el dolor que ella pasó.

Una vez el dolor se detuvo, miró sin punto fijo al techo, pensando en todo lo que había ocurrido desde que había despertado hacía una semana. Lo que hizo, aprovechando que aun estaba de vacaciones, fue buscar día y noche, sin dormir, a su prometida; sin embargo, no había ningún fruto.

—A este paso tendré que hacerme el enfermo para que padre no me obligue a responder por mis obligaciones—dijo en un susurro antes de levantarse—¿Pero cómo es posible que se la haya podido tragar la tierra?

Limpiando con una toalla la sangre en su rostro, fue a las duchas a bañarse y volver a su habitación. Fue en ese momento que, antes de subir las escaleras a sus aposentos, un amigo de él llegó acompañado del mayordomo principal.

—Muchas gracias, Alfred—agradeció el príncipe una vez los dejó solos.

—Su alteza—respondió Nicolás, hijo del marqués, y gran amigo suyo de la infancia—tengo noticias sobre el encargo que me pidió.

Con la esperanza de que la agencia de detectives privados, que estaba bajo el mando de la familia de su amigo, pudiera ayudarlo a encontrar a su prometida embarazada, lo invitó a pasar a su habitación y allí poder hablar con más calma.

—¿Pudiste encontrar algo bueno?—preguntó sentándose en el balcón junto a Nicolás.

—Después de analizar más de analizar miles de reportes, encontré cien posibles candidatas a ser la princesa de acuerdo a ciertas coincidencias—respondió pasándole un sobre—ya mandé a investigarlas, en los papeles están sus nombres, información básica y lugares de residencia.

Ignis asintió ante la información que se le había dado, aquello reducía mucho más su campo de búsqueda, haciendo que de millones solo tuviera que descartar a noventa y nueve, ya que una de esas cien debía ser en efecto la madre de su hijo.

Si todo salía de acuerdo al plan, en unos días debería ya tener en sus manos a la única razón por la que el dios tuvo piedad con él en devolverle a la vida; sin embargo, sentía algo amargo en su interior que no le vaticinaba nada bueno.

Mientras tanto, aun dormida antes de que la madrugada se fuera por completo, una joven mujer con un vientre bastante abultado estaba sufriendo debido a una oscura pesadilla. Sus sueños, así como su apariencia, era de las cosas que más la atormentaban.

Siempre tenía el mismo sueño, dónde corría despavorida, agarrando la mano de su prima, en medio de un incendio, antes de llegar al gran salón.

Sin más escapatoria que un pequeño conducto, entre unas columnas caídas, Katherine la arrojaba a un lado para ser ella quien pudiera salvarse, mientras varios trozos de madera en llamas caían en su pequeño rostro.

Tras despertarse un poco exaltada, se levantó de la cama empapada de sudor y acariciando un poco su vientre, se dispuso a comenzar su día de trabajo.

Duró unos días en el campo; sin embargo, las personas allí, más conservadoras que de costumbre, la repudiaban por estar solo. Llegó incluso un día en que le tiraron huevos podridos. Aunque le gustaba ese lugar por lo bello del paisaje, se vio obligada de volver a la ciudad, con el fin de garantizar el bienestar de su hijo.

Sin embargo, una mañana tras volver a la ciudad, sufrió una aparatosa caída donde se golpeó su vientre. Intentó pedir ayuda, pero el aliento le faltaba, y tirada en el piso, al lado de su cesto de frutas, en medio del mercado, nadie, ni las mujeres, se acercaron a ayudarla.

Aquello le recordaba como todos, debido a su marca, le daban la espalda. Provocando que de nuevo el nudo que sintió en su garganta la estremeciera y la dejara muda unos segundos.

Fue allí que conoció, aunque fuera por un momento, al doctor que la ayudaría con el resto del tiempo en su embarazo. Aunque la atendió y pudo estabilizarla, dejándola en su hogar, no pudo saber su nombre debido a que este tenía prisa para volver a la academia. Sin saber que, más adelante, aquella semi primera vez de conocerse, se completaría mucho más.

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