El calor abrazador del sol daba los 'buenos días" a la gente que se levantaba temprano. Las cortinas bailaban al ritmo del viento y los pájaros cantaban con una emoción, ¡pronto la primavera estaría presente!.
Los comerciantes sacaban sus mercancías a las calles y comenzaban a gritar anunciandolos. Un día normal en el imperio, lleno de ruido; pero ahora con una sonrisa dibujada en cada rostro que esperaba con entusiasmo a los caballeros.
Judith caminaba por los pasillos con mucho papeleo en mano, leía cada uno a medida que avanzaba sus pasos. Lucas, un chico de estatura promedio, delgado, de cabello plateado y ojos azules, que además tenia la misma edad que Judith. La acompañaba y llevaba una carpeta con documentos importantes dentro.
—Judith. Debemos de apresurar un poco más el paso. Llegaremos tarde al instituto.
Lucas era un niño que no pudo ir a la guerra, en el tiempo que estaban reclutando hombres para tomar el papel de caballero, él contrajo una enfermedad muy contagiosa llamada "Kalizo" que lo obligaba a estar en cama,los síntomas que presenta alguien con ese diagnóstico es; baja de defensas, paros cardíacos por emociones fuertes, fiebre alta e inmovilidad en sus extremidades. Se decía que era incurable y le prohibieron participar por qué no sería de ayuda en el campo de batalla, además de que se correría el riesgo de que contagiará a los demás.
Gracias a la magia curativa y la medicina, hicieron que lo "incurable" se hiciera curable. Por lo que pronto se convirtió en un joven sano y lleno de vida, pero ya era tarde para ir a la guerra, por lo que se ofreció a si mismo ante la emperatriz ante cualquier cosa que lo necesiten. Por lo que lo contactó para que se convierta en el secretario de Judith y así evitar que se sintiera sola ante la despedida de su padre y hermano.
Mucho tiempo estuvo estudiando y finalmente se convirtió en alguien competente para tomar el rol de secretario en la mansión de los Florián.
Al conocer a Judith hubo mucha fricción por parte de ambos, algo normal entre dos niños de la edad de doce. No soportaban verse y discutían por pequeñeces, pero a la hora de trabajar eran un gran equipo. El tiempo los hizo conocerse mejor y la edad también ayudó mucho en su desarrollo. Pronto se hicieron amigos, por lo que dejaron las formalidades a la hora de hablar cuando se encontraban ellos dos solos.
...
—Tengo que terminar de leer esto antes de llegar ahí.
Judith tenía el rostro totalmente demacrado y las ojeras las tenía tan hinchadas como si hubiera llorado por varias semanas.
Días antes, Judith se había enfermado de un desfriado, por lo que dejó el trabajo de lado por tres días para poder descansar y recuperarse. Pero eso ocasionó que los documentos se apilararan por montón en su escritorio, pese a que Lucas estuvo haciendo ese trabajo mientras tanto, era mucho para una sola persona.
Ambos parecían muertos vivientes, y caminaban a un ritmo lento, y agotador.
Al entrar al carruaje, Judith se apoyó en el hombro de Lucas, y él en la ventanilla. Durmieron todo el viaje hacia el instituto.
El camino fue largo, el carruaje se tambaleaba pero eso no los despertaba, estaban tan cansados que ni los ruidos de una campana de iglesia podría despertarlos.
Entre tanto tiempo, Lucas despertó y vió apoyada sobre él a Judith. La comisura de sus labios se elevaron al verla y apoyó su cabeza con la de ella. Sus manos estaban inquietas y sudorosas. El latido de su corazón retumbaba el interior de su pecho y cerraba los ojos con fuerza, era mucha emoción para él que no sabía cómo reaccionar.
Se dió cuenta de que gustaba de Judith cuando estaban a punto de cumplir los quince años. En aquellos días pasaban mucho tiempo juntos, más que lo de costumbre por motivos de la fundación del instituto. Dormían, y tenían sus tres comidas al día en la oficina, por lo que no se separaban más que para ir al baño y cambiarse de ropa. Así estuvieron por meses, hasta que en una ocasión Judith, debido al cansancio, se durmió en plena tarde sobre el escritorio. Lucas tomó una manta y la cubrió, al acercarse a ella, sus ojos se fijaron en sus labios, aquellos que eran tan pequeños, y carnosos. Fue un breve momento, pero acercó tanto al punto de casi besarla. Rápidamente se alejó y salió corriendo de la oficina, con el rostro totalmente colorado y el sentimiento de miles de mariposas bailando dentro de él.
Desde ese día, ocultó sus sentimientos y siguió siendo su amigo frente a sus ojos. Pero su corazón no podía quedarse quieto cada vez que la tenía cerca.
Así llegamos al presente. Judith se despertó y vió a Lucas apoyando su cabeza con la de ella, él fingió haber estado dormido y despertar en el momento que ella lo hizo.
—¿Ya llegamos?. —Preguntó Lucas con un bostezo al final.
—Eso creo...
Ella ni siquiera estaba cuerda en ese momento, parecía despierta, pero su cerebro aún seguía durmiendo.
El chófer dió el aviso que ya se encontraban en la capital, sin mencionar que ya habían llegado hace rato, les dió tiempo para que siguieran descansando.
Ambos bajaron del carruaje y caminaron hasta llegar al instituto. Los niños corrian alegremente por todos lados aprovechando de que era hora del receso.
Entraron a los salones donde la clase de los más grandes se llevaba a cabo y tomaban nota de cada muestra que los alumnos hacían frente a ellos. Así, hasta llegar con los más pequeños.
Los registros ya estaban hechos y era hora de partir al Ducado.
—¿Quieres beber un poco de agua?.—Preguntó Lucas.
—Me encantaría, gracias.
Lucas al escuchar su respuesta, salió corriendo de ahí y fue directo a la cocina. Judith por su parte, seguía caminando y perdida en sus pensamientos, salió de los pasillos, caminó por el jardín y llegó hasta el final de un túnel de rosas. Al percatarse, miró cada una de ellas con encanto, hasta que sintió un leve toque en su hombro.
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