Capitulo 14

—Si, serás mi compañero durante la batalla.

Henry quedó en blanco por un segundo, no es porque no entendía las palabras del príncipe, más bien, en vez de un castigo era todo un honor servir a Su Majestad. Por lo que no se sentía digno de hacerlo y quería dar marcha atrás para darle el lugar a alguien más adecuado.

—Lo siento mucho, Alteza... No creo ser digno de dicho "Castigo". Por favor, reconsidere otra alternativa.

—Es un castigo, durante la batalla soy el encargado de defender las tropas con el arco y flecha, por lo que mi espalda queda a Merced de los enemigos. Tu trabajo estará en mantenerme a salvo, si fallas podrías morir por haber descuidado a un miembro de la familia imperial.

—Entiendo... Lo protegeré con mi vida, a partir de ahora, cuidaré de usted en lo que dure la guerra.

—Eso espero. Ahora iré a descansar, —Se dirige a su carpa.— Tú también deberías de hacerlo, según logré escuchar, mañana posiblemente las cosas se pongan aún más sangrientas. —Entra en la carpa.

 Henry se alejó de ahí y comenzó a caminar por los alrededores. Miraba la luna, tan grande y brillante, que iluminaba todo a su paso; al verla lo único que se le venía a la mente era el recuerdo del baile que tuvo junto a Judith en el salón del Ducado, dónde estaban solos y su única preocupación era que el tiempo no pase tan rápido.

—Oh, pequeña niña... —Sonríe para si mismo.— Aún debo de cumplir mi palabra contigo y llevarte de viaje... Ahg, ¿Cuánto tiempo durará esto?

 Judith en el Ducado, era alguien a los que muchos no le tuvieron demacidada fe, ya que solo era una niña y todo el territorio quedó bajo su mando. Muchas de la nobles que habían quedado, quisieron aprovechar esta oportunidad, por lo que tenían en mente acercarse a ella para así manipular su inocencia y que la misma Judith decretará cosas en la que esas mismas nobles salieran beneficiadas, desviar fondos y conseguir información importante para así lograr negociar con el Duque.

Para su mala suerte, Judith tenía a los mejores tutores, que solo se podían igualar a los tutores imperiales. Por lo que estaba preparada para cumplir su rol y gobernar bien el territorio, también tenía el apoyo de todos dentro de la mansión, por lo que ante cualquier duda acudía a sus consejos. Eso le dió el valor para decretar lo del entrenamiento y demás.

Con el transcurso del tiempo, las mujeres comenzaron a desarrollar grandes habilidades con cada una de las áreas que eligieron. Estuvieron tan involucradas con eso, que no notaron el pasar del tiempo. Aunque seguían extrañando a sus compañeros, rogaban porque volvieran a salvo. Jamás se olvidarian de ellos, por más que los años pasen volando frente a sus ojos; Ellas tenían la esperanza de que alguna vez estarían de regreso junto a sus familias.

Así fue como transcurrieron cuatro años, Judith estaba en la flor de la juventud, esperando su decimosexto cumpleaños, en la que sólo faltaba 14 días.

Ya para ese tiempo, El Imperio volvió a obtener la fama del continente con mejor seguridad y prestigio, gracias a sus caballeros, magas, médicas, arqueras y claro, los mejores platillos hechos por las cocineras, que deleitaban a todos con sus exquisitos platillos, que pronto se volverían en parte del intinerario para los extranjeros.

También, sería uno de los países en la que seguiría siendo influyente a la hora de elegir algo de moda; sus joyas y minerales. Sin dudas no cambió mucho como los demás veían al Imperio, más que la presencia notoria de muchas mujeres en él. Los únicos varones que había, que pertenecieran al imperio y que no sean extranjeros, eran los que a la hora de la partida se encontraban en el vientre de la madre, o hayan sido menores de diez años.

Judith se encontraba sentada sobre el tronco de la colina, mientras veía la puesta de sol y el hermoso color naranja que decoraba todo el cielo. Su cabellera larga, que le llegaba hasta las rodillas, bailaban con el viento que había en ese momento, lo que parecía que el oro había renacido en su cabello y convertido en hilos de ceda doradas. Su vestido blanco, y con decoraciones sencillas, la hacia parecer un hada, un hada en la que la belleza y delicadeza era parte de su encanto, tan cautivador.

Sus hermosos ojos de color verde, estaban tan inmersos en el hermoso paisaje que había frente a ella, que no había notado la presencia de Rita, que se encontraba detrás.

—Señorita. —Dijo Rita sin previo aviso.

Judith dió un pequeño salto y se puso rápido de pie.

—¿Rita? —Puso la mano en el corazón, por el susto.—Uff, casi me matas de un infarto. Haz algún ruido o algo, no me hables de golpe sin previo aviso.

—Lo lamento mucho, Señorita. Sólo quería recordarle que ya es momento de que entre a la mansión. Cómo sabe, mañana tenemos que salir temprano para poder supervisar los institutos.

—Estoy al tanto de eso, no tienes de que preocuparte, por más cansada y enferma que esté siempre cumpliré con mi papel y obligaciones.

—Si, señorita... Lamento mucho haber sido entrometida con sus asuntos. —Agacha la cabeza, como si de una reverencia se tratara.

—Puedes retirarte, estaré aquí un rato más. Hasta que vuelva, por favor, prepara el agua para bañarme ni bien llegue a la mansión.

—Claro, señorita. Si me disculpa, ya me iré a hacer lo que usted me acaba de solicitar.

Rita dió media vuelta y caminó a toda velocidad, en dirección a la mansión.

Judith, sin embargo, volvió a sentarse sobre el tronco y miró la palma de su mano. A parte del manejo de espada, había practicado la magia. Por lo que sus manos, estaban llenas de callos y a la vez, el maná se deslizaba por sus dedos, dejando un rastro mágico, como si de polvo mágico se tratara.

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