Desde la partida de los hombres; las mujeres, especialmente las casadas y madres, comenzaron a practicar la medicina. Mientras que las más jóvenes comenzaron a manejar la espada y el arco, gracias a la ayuda de las caballeros que quedaron, ya que no pudieron participar en la guerra porque el Rey pidió que estrictamente sean los hombres los que únicamente podían participar en ella.
Al principio, muchas se reusaron, ya sea porque no querían ser una carga porque no se sentían preparadas para ello, o por motivos personales que no quisieron decir a la hora de negarse.
Este fue el primer decreto de la Jovencita Judith, al ver que podían estar indefensas hasta la llegada de los caballeros, y creía que esto sería la mejor opción, era mejor estar preparadas ante cualquier imprevisto a qué simplemente vivir como si nada y caer ante la primera amenaza hacia el territorio. También, si llegaba la noticia hasta los hombres, haría que ellos se sintieran más tranquilos al saber que sus mujeres estaban preparadas y no tendrían de que preocuparse, solo enfocarse en la guerra y volver sanos y salvos.
La Emperatriz, al enterarse de lo que Judith estaba haciendo en el Ducado, la llamó e hicieron una alianza, en la que la emperatriz pedía el permiso de ella, para así tomar su idea y decretarlo a todo el Reino, así no solo un territorio, también todo lo que gobernaba el Reino de las Rosas comenzara con su entrenamiento y así estarían preparadas para todo. Las hechiceras, caballeros, médicas, cocineras e incluso tutoras; ya sea local o profesionales, donaron su talento y enseñanza. Por lo que su entrenamiento estaba en buenas manos.
Así pasó el primer año de la guerra, el campo de batalla estaba teñida de rojo, incluso el cielo se podía ver reflejado de ese color, los gritos desgarradores de los caballeros por las torturas y matanzas, los padres que gritaban al ver que su hijo era asesinado por algún caballero del otro reino y viceversa. Los sonidos de las espadas chocar una con la otra hacían eco en los oídos de cada uno; y el paisaje, junto con los gritos, hacían que pareciera que se encontraban en el mismo infierno.
Henry, al llegar al campo de batalla, tuvo muchas ocasiones en la que casi perdió la vida, su cuerpo tan pequeño y casi sin fuerzas, hacia que le fuera imposible manejar una espada tan pesada, montar a caballo y pelear a la vez. Joseph y Richard lo protegieron en cada una de esas ocasiones y Henry al ver eso, se prometió así mismo no volver a ser una carga durante la guerra. Por lo que entrenó mucho más, hasta el cansancio, lo que logró que cada vez sea alguien más fuerte y hábil con la espada, lo que le daba gran ventaja a su gente.
Llegó un día en la que habían acorralado a un jóven, este no se podía defender ya que eran seis personas que lo rodearon junto a su caballo. Henry cortó la cabeza de cada uno de ellos, también protegió al joven hasta que llegara seguro a la colina, era un arquero, y tenía que llegar a lo más alto para así disparar a los enemigos.
El tiempo pasó tan lentamente, que casi parecía que el día no acabaría nunca. Cada uno ya no sabía cómo soportar las heridas obtenidas, y a los hechiceros se les iba acabando el maná de lo tan cansados que estaban, por lo que un nuevo grupo debía de suplantarlos y los médicos ya no daban a basto con tantos heridos.
El día, aunque fue lento, finalmente terminó. Llegó la noche y ya era seguro para Henry y el joven salir de su escondite, de la colina.
—¿Ya es seguro salir? —Preguntó el joven, nervioso.
—Espera un segundo.— Henry se alejó de él un momento y volvió.— Ya es seguro, pero debemos de ir rápido y silenciosamente por si nos ve alguien del reino vecino.
Los dos se escabulleron y fueron sigilosamente hacia donde se encontraba el campamento de los caballeros.
—Bien, llegamos. Aquí te dejo. —Henry dió la media vuelta para irse.
—Muchas gracias, descansa bien.
Dijo el joven y estaba por entrar a una carpa, era sencilla, no tenía diferencia con las demás. Pero no era una carpa en la que cualquier civil pudiera entrar así porque si. Por lo que Henry al ver eso, lo tomó de la camisa y lo arrastró lejos de la carpa.
—¿Que carajos crees que estás haciendo?.—Preguntó Henry, seriamente.
—¿Qué crees que estás haciendo tú?, yo sólo estaba entrando a mi carpa. —Estaba nervioso.
—Esa es la carpa de la familia imperial, debes de estar confundiendote con otra carpa, todas tienen el mismo diseño y no se puede diferenciar la una con la otra, más que por la ubicación.
—Por eso lo digo, esa es mi carpa. ¿Cómo te atreves a tratarme de esa manera?
—Espera, ¿eres hijo del emperador?
—Si, soy el príncipe heredero.
Henry dió un paso hacia atrás y se inclino en el suelo.
—Perdone mi falta de respeto, su Alteza. Merezco un castigo por mi ignorancia. —Apoyó la cabeza en el piso y suplicaba por un castigo.
—Levanta la cabeza.— Suspira.— No te castigaré, me protegiste antes, así que quedarás impune.
—Por favor, su Alteza. Castigue a este caballero que no supo reconocerlo. Con gusto aceptaré cualquier castigo que me otorgue.
Aún seguía con la cabeza gacha, el príncipe solo lo miraba y se inclino frente a Henry.
—Si un castigo es lo que quieres; entonces a partir de mañana serás mi compañero durante la batalla.
—¿Qué? —Levantó su cabeza y miró al príncipe.
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