Capitulo 12

Y así fue, después de la velada que se hizo en el castillo imperial, llegaron interminables propuestas de matrimonio, aunque no fue para uno solo, sino que para ¿¡Los tres!?.

Los Florián veían la montaña de cartas que enviaban los demás nobles, pidiendo un acuerdo matrimonial de ambas familias. Eran tantas porque por una extraña razón la noticia llegó a oídos de extranjeros también, el rumor de "Las tres bellezas solitarias". Aunque no fue tan extraño, nunca se debe de menospreciar el poder del Rumor.

—¡Agh! ¿Por qué son tantas?. —Richard se recuesta sobre el escritorio lleno de cartas — Ya no puedo seguir leyendo, ¿Por qué lo hacemos si de todas formas no vamos a aceptar ninguna?.

—Deja de quejarte, lo hacemos por respeto a todos los que nos enviaron esto. —Dijo Joseph agotado.

—¿"Respeto".?, pero si ellos no nos respetan a nosotros, amamos nuestra soltería. Y solamente quieren agarrarse del poder del Ducado, además de que también se fijaron en nuestra imagen. Son unas santígüelas.

—¡Richard!. —Alzó la voz el Duque.— No digas eso frente a tu hermanita, ¿No ves que puedes mal influenciarla?.

 Richard volteó a ver a Judith, preocupado.

—¡Lo siento mucho, Judith!, no volveré a decir algo así frente a ti.

—No me importa lo que digas, solo quiero acabar con esto, llevamos más de cuarenta y seis horas leyendo y mis ojos ya no saben cómo mantenerse abiertos. Esto es una tortura... —Judith cabecea al hablar.

—De acuerdo, dejaremos esto por hoy. Vayan a descansar. Yo también necesito acostarme un rato *Bosteza* —Dijo el Duque, levantándose de su silla y dirigiéndose a la puerta.

Los dos hicieron caso a su padre y se levantaron de la silla también, salieron de la oficina y cada quien iba en dirección a sus habitaciones.

Henry caminaba por los pasillos, vio a alguien acercarse y espero hasta que esté se acercará aún más, era Judith, que caminaba lento y sin mirar el camino.

—¡Hola, Judith!.

Levantó su mano para saludarla, pero igual no lo veía. Preocupado, se acercó a ella y notó que ya estaba medio sonámbula caminando. La detuvo lentamente y la levantó en sus brazos como si fuera una bebé, caminaba lentamente para que ella no se despertara y la llevó a su habitación.

Cuando llegó, la acostó sobre la cama y la cubrió con su manta. Robó su atención lo hermosa que se veía durmiendo, parecía un verdadero ángel. Tomó su mano y beso la frente de Judith.

—...

Simplemente, se la quedó viendo por un buen rato largo, hasta que supo que ya era hora de irse. Se sentía mal porque se comenzaba a sentir como un acosador, lo que lo obligó a soltarla e irse rápidamente de ahí.

La luna se desplazaba por el cielo, y al despedirse dio lugar a qué el sol hiciera su aparición. Pronto comenzaría la temporada de invierno, por lo que las nubes ya empezaban a hacer su presencia y no parecían querer dispersarse pronto. El viento era cada vez más fresco y las personas comenzaban a talar los árboles para preparar la leña y así tener calentito sus hogares.

Iba a ser un invierno tranquilo, en la que la gente, tanto noble, como los aldeanos; está vez se prepararon anticipadamente para poder pasarlo sin inconvenientes. Pero, pasó algo que nadie vió venir, el Reino de Azlen, un reino vecino. Le declaró la guerra al Reino de las Rosas, el motivo fue por las tierras, al parecer el Reino de Azlen se involucró tanto en la venta de minería, oro, plata y a venta de artículos mágicos; que al hacerlo sin control, la tierra se quedó sin ninguna de ellas. Por lo que declaró la guerra al Reino vecino para así tener sus recursos y volver a la venta de la misma.

El Rey de esta tierra, no podia permitir que alguien con esa mentalidad de vender todo recurso, con tal de hacerse rico por beneficio propio, gobierne sobre lo que el Reino de las Rosas protegió por tantos siglos.

Por lo que no se quedó con los brazos cruzados y mando un llamado a todos los hombres que habitaban esa tierra, ya sea aldeano, plebeyo o noble. Todos los hombres menores de 60 años debían de asistir para proteger el reino, y no había excusa que los librara de ir.

Eso significa que tanto Joseph, Richard y Henry tenían que ir a combatir. Por lo que dejarían a Judith en manos de las sirvientas y al irse todos los caballeros con ellos, dejarían desprotegido todo el Ducado, por lo que la gente comenzó a desesperarse y rogar que no haya ninguna otra declaración de guerra por parte de otro reino, porque estarían en total desventaja.

Las madres, esposas y hermanas, lloraban desconsoladamente al oír la noticia, tenían que ver a sus seres queridos ir a una guerra en la que no estaban preparados y corría el riesgo de que nunca más lo volverían a ver. Algunos hijos de los nobles tampoco soportaron, estaban acostumbrados a una vida plena en la que su única preocupación era su estatus y apariencia, que al saber que tenían que ir a pelear entraron en pánico y se quitaron la vida. Todo el Reino de las Rosas, se transformó en un país de llanto y sangre en un par de días, pero el Rey no podía quitar la orden por más que quería que esto acabara, debía de proteger la tierra para las futuras generaciones, por lo que sus hijos e inclusive él irían a hacer frente al enemigo.

El día de la partida llegó, todos se reunieron en la plaza central y sus rostros estaban demacrados por la idea de no saber si volverían.

Judith estaba al borde de las lágrimas al ver que los tres se irían, solo pudo darle a cada uno un collar con el escudo del Reino grabado en él y deseando que vuelvan sanos y salvos.

—Judith, —Henry se acercó a ella y la abrazó.— Prometo volver y cumplir mi promesa de llevarte a algún lado a comer. —Lo dijo en un tono burlón, pero su rostro mostraba tristeza.

—Eres un tonto. —Hundió la cabeza en Henry y comenzó a llorar. —Vuelve, por favor, vuelve.

Y partieron hacia la guerra.

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