Capitulo 4

Las dos sirvientas se habían retirado en cuanto terminó el baño de Henry.

Tras vestirse, quedó mirando la copa vacía, ya había bebido lo que tenía en su interior. Su mente quedó en blanco y decidió salir a caminar por los pasillos del palacio; en plena caminata llegó al invernadero y vió la increíble variedad de flores que decoraban el lugar.

—Tengo que ser más fuerte.

Dijo para si mismo y su vista se poso sobre las astromelias, que es una Flor blanca de seis pétalos.

Sin pensarlo dos veces, se acercó a la flor y la arrancó junto con el tallo.

  Al amanecer Judith se despertó y comenzó a vestirse para las clases de tutoría de etiqueta que empezaba temprano a la mañana.

 Abrió la puerta y vió en la entrada de su habitación una Flor blanca junto a una nota.

"Gracias"; Decía.

Miró por ambos lados del pasillo pero no había nadie. Tomó la Flor y lo colocó sobre un jarrón que había en una mesa antigua.

—Señorita, ya vino su tutor. La está esperando en la sala de invitados.

Dijo el mayordomo desde la puerta.

—¡Oh, si!, entiendo. Necesito que pongan un poco de agua en ese jarrón... Ya mismo iré a la sala.

Judith salió en dirección a su clase.

 ¿Quién habrá sido el que me dejó esa flor?;¿Sería inapropiado de mi parte pensar que fue Henry?; O ¿Fué alguien de la servidumbre?. Mi hermano, lo dudo, no hablo con él y menos como para que me agradeciera por algo.... Fueron las cosas que estaba por su cabeza.

La clase se dió como de costumbre, un agotamiento mental y ganas de salir corriendo cuando el profesor hablaba, de lo tan aburrido que era ya no quería estar ahí.

 Miró por la ventana y captó su atención un árbol que se veía por encima de una colina. Una de sus ramas, que era grande y firme era ideal para hacer un columpio. Por lo que al terminar la clase, fue a su habitación y se cambió por una prenda de vestir más cómoda; Una camisa, pantalón y botas.

Fue al almacén, un lugar donde se guardan las cosas; cómo herramientas, repuestos para los carruajes, accesorios de jardinería y demás.

 Tomó de ahí una soga y el asiento de una silla rota.

Mientras iba en dirección a la colina se encontró con Henry, que estaba practicando con la espada.

—¿Señorita, Judith?

—¡Henry!

Quizo esconder las cosas tras su espada, pero era tan pequeña que sobresalían.

—¿Qué es lo que harás con eso?

—Emmm... Mi idea era... ¿Hacer un columpio?

—...Ya veo, aún hay mucho lodo causado por la lluvia de ayer. Debería tener cuidado de no resbalarse y caer.

—Entiendo, gracias.

Henry guardo la espada de madera y volteó en dirección a la mansión.

—¿Ya te irás?

 Judith lo mira insistente.

—Si, ya terminé con el entrenamiento.

—Puedes venir conmigo... Si es que quieres...

Él volteó su mirada y la ve apenada.

—Iré contigo, si llegas a lastimarte tendré problemas.

—No hace falta que inventes excusas, puedo cuidarme yo misma.

—No es una excusa, y eres muy pequeña para cuidarte tú sola.

—...

 Fueron a la colina y ataron la soga al asiento. Henry se trepó por el árbol y amarró los extremos de la soga por la rama más firme.

—Listo, logré amarrarlo con muchos nudos para que sea más seguro.

Se bajó del árbol de un solo salto.

—Muchas gracias, Henry.

Se sentó sobre el asiento del columpio y con la ayuda de sus pies comenzó a moverse. De la nada, sintió un pequeño empujón sobre su espalda; Era Henry, que la estaba ayudando a columpiarse.

—Gracias.

—...

 El tiempo pasó rápido y ambos se encontraban sentados bajo el árbol con la mirada en la puesta de sol.

 El cielo se pintó de naranja y el enorme sol que era el protagonista de tan hermosa vista.

—Este lugar es sumamente hermoso.

Dijo Judith junto a sus ojos verdes que reflejaban la imagen del cielo en ellos.

—Si.

Sus palabras fueron simples, pero su rostro mostraba tranquilidad y asombro.

Desde ese día su relación se hizo más cercana, aunque de una manera no tan notoria para los demás.

Su punto de encuentro era esa colina, alejada de los demás y aunque se encontrarán ellos dos solos, muy poco intercambiaban palabras. Judith iba para columpiarse y Henry solo iba por la tranquilidad que aportaba el lugar, su hermoso paisaje y claro, cuidar a la hija del Duque.

—¿Tienes algo que hacer mañana?

Preguntó Judith mientras bajaba del columpio.

—No.

—De casualidad... ¿Te gustaría ir mañana conmigo a visitar el pueblo?

—¿No se supone que deberías ir con un caballero?

—¿A caso tú no eres uno?

—Todavía no lo soy, simplemente soy un aprendiz.

—Bueno, esto será como una muestra de lo que te espera cuando llegues a ser uno.

—Igualmente, deberías ir con un caballero para que te escolte.

—Ya lo sé, pero mi padre no me permitirá salir hasta cumplir la mayoría de edad.

—Espera, ¿tenías pensado escapar?

—Diciéndolo así suena feo, pero sí.

—No lo puedo creer. Definitivamente, no te ayudaré a salir sin autorización.

—Pero nadie se dará cuenta.

—Estamos hablando del Ducado de las rosas, tiene la seguridad más alta de todo el continente.

—... T-Tienes razón.

Su tono de voz se escuchó quebradiza.

—... Deberíamos volver, se está haciendo tarde.

Dijo Henry, levantandose del suelo.

—Sí.

Llegó el día siguiente, alguien había tocado la ventana de Judith temprano a la mañana.

El sonido era fuerte y sigiloso a la vez, pero logro hacer que Judith se despertara.

Ella se levantó de la cama y caminó hacia la ventana de su habitación.

Del otro lado del cristal se encontraba Henry, tenía una vestimenta rural y una capa.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Ella estaba asombrada ante tal situación.

—Dijiste que querías ir al pueblo. ¡Apúrate y ponte esto!.

Le entregó una bolsa con un vestido de campesina en su interior.

—Pero, dijiste que no me ayudarías a salir sin autorización.

—¿Enserio vas a pensar en eso ahora?, vístete rápido y vámonos.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Judith, y fue a vestirse rápidamente. Al terminar caminó hacia donde se encontraba Henry, en el balcón.

Él al verla tuvo un leve sonrojo, se veía tan tierna y su cabello dorado destacaba junto a sus hermosos ojos verdes, entre tantos harapos.

—... Ya debemos irnos, el caballo está afuera esperándonos.

—Si, gracias.

Y lograron salir de la mansión, rumbo al pueblo.

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