A mi primer ex novio no le gustaba mi programa. Siempre renegaba furioso, porque yo me mostraba en el aire como una chica fácil, seductora, arrebatadora, con aire de vampiro y eso lo enfurecía.
-Tú eres mía y solo quiero que seas así para mí-, me dijo esa mañana que me jaló del brazo. Le protesté . -Ay, me lastimas-, reclamé pero él siguió apretando mi muñeca.
-Tienes que elegir entre el programa o yo-, insistió.
Gabriel era guapo, fuerte, muy varonil y me arrebataba los sentidos, no lo voy a negar. Me encantaba que me besara y me acariciaba con frenesí y virilidad. Uy, me hacía flotar en las nubes, me sentía en el paraíso cuando estaba en sus brazos y me hacía suya. Hicimos el amor un millón de veces porque yo me sentía maravillosa, sexy, muy sensual y súper femenina pegada a su cuerpo. Era áspero como lija y tenía muchos vellos y su pecho era tan amplio como una meseta. Lo lamía con locura, disfrutando de sus pelos, de sus músculos de fierro y deliraba cuando invadía mi ser como un torrente caudaloso, desbordándose en todas mis entrañas igual a un fuego exquisito, doloroso pero súper excitante.
Desde la primera vez que lo conocí, en la universidad, quedé prendada de él. Alto, macizo y contundente, qué hombre, me dije, recuerdo, maravillada, viendo su espalda como ropero, sus caderas firmes, redondas y sus piernas, como dos troncos que se movían acompasadamente. Era arrebatador y masculino hasta para caminar.
-Se te caen las babas por Gabriel-, me dijo mi amiga Juliana. Y era verdad. Suspiraba por él, frotaba mis muslos encantada y sentía mis pechos emanciparse en mis blusas, poniéndose duros como rocas. Estaba loca por él.
Yo me le entregué, es verdad. No lo niego. Me comporté como una cualquiera con él, pero no pueden culparme. Gabriel me sacaba de quicio, me volvía débil ante él y no soporté más el suplicio. Ardía yo en llamas cuando estaba junto a él y quería desnudarlo por completo. Y así lo hice. Esa tarde que estudiábamos Redacción I en su casa, me colgué de su cuello y lo besé desesperada, ansiosa, febril y hasta vehemente. Me lo comí a besos, en resumida cuentas.
No sé cómo me desnudó, pero yo quedé sin ropas, a su merced, al momento y él no desaprovechó la oportunidad para llegar hasta mis más profundos secretos igual a un aventurero conquistando nuevas tierras, con afán y celeridad.
No me defraudó, tampoco. Fue tan o más maravilloso de lo que me imaginaba. Me hizo delirar, me eclipsó por completo y hasta perdí la consciencia apenas me tomó y taladró todo mi ser con su ímpetu.
Fue un tiempo maravilloso y yo no hacía otra cosa que pensar en Gabriel, sus pechos, y estar junto a él en la cama. Mi cuerpo ardía en llamas tan solo con imaginarlo desnudo, tan varonil, tan hermoso y ni el agua fría calmaba mi sed de ser poseída.
Y entonces él se puso celoso de mi programa, de las llamadas, de los hombres afanándome, contándome sus cuitas amorosas y en mi voz tan dulce, romántica, sexy y sensual que no soportaba.
-Pareces una cualquiera-, me disparó la tarde que discutimos. Me dio coraje.
-Yo hago bien mi trabajo, soy consejera de esos hombres que tú dices aguantados, si no te gusta puedes irte de mi lado, pero yo no voy a cambiar-, crucé mis brazos resoluta.
Y pues me dejó. Y se convirtió en mi ex novio.
No es que lo extrañe, tampoco. O que no tenga dignidad como dicen mis amigas, pero la verdad es que lo necesitaba, je. Extrañaba sus besos, sus caricias, su fiereza para hacerme suya porque no hay cosa que más me arrebate que la fuerza, la vehemencia, la virilidad en todos sus extremos. Pero Gabriel había tomado la decisión de no volverme a verme jamás.
Recuerdo que esa noche que terminamos, con mi corazón hecho pedazos, mi alma ajada y convertida en estropajo, le hablé a mis oyentes. Fueron casi diez minutos que me desahogué.
-Pienso que el amor, les dije, es maravilloso, igual a una rosa divina y hermosa pero cuando lastima se convierte en el más filoso cuchillo, capaz de abrir heridas muy hondas. He escuchado tantas historias de ustedes, amables oyentes, que no solo comparto sus angustias o alegrías, sino que me identifico con ustedes, pero hoy me toca sufrir a mí. No quiero que me comprendan o me tengan lástima, solo decirles que las separaciones duelen más que los desengaños o las mentiras, porque aquellas pueden ser por un momento de calentura, decepción o venganza pero, separarse significa que ya no te quieren y eso es lo más difícil de aceptar-
De las tantísimas llamadas que recibí, entre aliento y burlas, recuerdo, perfectamente, lo que me dijo un hombre gentil y muy dulce.
-Tina, hoy sé y descubrí que eres una persona de carne y hueso-. me dijo.
Eso me hizo sentir mejor.
*****
No es que sea una mujer fácil, tampoco, sino que me gustan mucho los hombres. No lo voy a negar. Creo que por eso el mundo está partido entre ellos y ellas porque las dos mitades hacen un todo. Eso pienso. Mis amigas me llaman madrugadora. Yo no sabía por qué hasta que una, Melissa, me aclaró, riéndose a carcajadas. -Te gusta que te canten los gallos-, me dijo y no pude más que reírme. No era cierto, tampoco. He sido siempre recatada cuando se trata de salir con chicos y no me regalo en una cajita.
Pero que me gusta sentirme sexy, atractiva, sensual, eso es cierto. Por eso, quizás, prefiero mucho los leggins a cualquier otra prenda, incluso más que las minis o los shorts en verano. A varias de mis amigas les encanta lucir las piernas y se ponen minifaldas hasta el ombligo, igual shorts tan pegados que apenas respiran, pero yo me muero por los leggins. No sé, los veo más sexys, elegantes y además muestran todo, sin mostrar mucho ¿me entienden? Se ven las piernas bien torneadas, como mallas y resaltan las sentaderas, en toda su dimensión y perfección. Yo tengo buenos glúteos, prodigio de la madre naturaleza, je. Me preocupo en tenerlos firmes, bien en su lugar con mucho gym, buena dieta y cremas saludables. Entonces, cuando me pongo mis leggins me veo súper regia, arrebatadora y no hay hombre que no me mire, cuando voy cimbreándome por las calles, mirando tiendas (mi pasión favorita) o hago mis reportajes para el noticiero de la radio.
Los leggins oscuros me chiflan. Tengo como quinientos. A veces me comprado de colores, pero no me gustan, no encajan conmigo y además me marcan el calzón. Mi personalidad es más aventurera, impredecible pero no loca de remate como lo es por ejemplo, Mónica que es atrevida, coqueta, aventada y todo lo demás. Ella, creo, si es fácil. Debió ser policía, le dije a otra amiga. Ella no lo entendió. -Tiene su calabozo siempre listo-, reí estruendosa.
Y como les decía al principio, me gustan los hombres. No sé, me gusta cómo miran, cómo hablan, cómo seducen y cómo coquetean. Ellos, en realidad, son más coquetos que nosotras, aún lo nieguen. Miran, juegan con los labios, sacan la lengua, muestran los brazos, inflan el pecho, bailan pegaditos, quieren que sintamos su cuerpo de acero, en el buen sentido de la palabra, y siempre andan echándose loción o jamás miran gastos cuando se trata de complacernos, en restaurantes caros, el cine o para bailar. Y hasta se alucinan potentados.
Marcelo es así. No sé por qué se enamoró tanto de mí, que hacía hasta lo imposible por conquistarme. Yo le seguí el juguete porque no quería lastimarlo. Es un buen chico, tranquilo, con metas claras, trabajador y sobre todo educado y galante. Pero es tonto. Quiere ganarme al cansancio, piensa que al final de tanta insistencia, caeré rendida a sus pies.
Reconozco que la paso de maravillas con Marcelo. Como bien imaginan, bailo bastante, no me pierdo buenos conciertos los sábados, incluso con cantantes de gran fama mundial, y me ha comprado perfumes que me trastornan, sin embargo, no me veo sosteniendo un romance con él, incluso mirando más lejos vivir a su lado, cocinarle o lavarle la ropa. Agghhh.
Fue un error que me dejara besar por él, también. Es que ese día estaba demasiado sensible, desprotegida y me sentía frágil. No sé, cosas que pasan. Y Marcelo no resistió más deseos de besarme. Se la había pasado mirándome los pechos que emergían en mi camiseta blanca y pues, se armó de valor ante tanto suplicio y se aventó sobre mí y me engulló totalmente, sin darme ocasión a respirar. Yo parpadeé al principio sorprendida, moví mis dedos con desesperación y en el colmo de su atrevimiento subió una pierna sobre mis leggins. Y vaya que estaba arrebatado, lo sentí muy claramente sobre mis piernas, hecho, literalmente, un gigante, que quería perforar mis leggins. ¿Tan buenaza estoy?, recuerdo me pregunté obnubilada por sus besos desesperados que absorbían hasta la última gota de mi saliva. Él no dejaba de chupar mis labios y me apretaba la nuca, jalándome hacia su boca como un loco fuera de sí.
Cuando al fin, me dejó exprimida como limón, recién pude respirar, exhalar mi sorpresa y desorbitar mis ojos que estaban oscurecidos en medio de ese volcán en plena erupción.
Me imagino que para Marcelo fue el mejor momento de su vida. Y también que habrá repetido, luego, en sus sueños húmedos, una y otra vez, aquel idílico beso y su calentura extrema.
Yo lo sigo viendo, me ha besado otras tantísimas veces, he sentido muchas veces su virilidad desbordándose, pero trato de no hacerle muchas ilusiones. Quiero lo tome como una amistad cariñosa, pero es difícil. Él está obsesionado conmigo, pero tampoco quiero lastimarlo.
¿Es ser fácil, entonces?
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