Hola, Soy Martina
-Hola, soy Martina y este es su programa "Cuéntame tu vida"-, anuncié con mi vocecita sensual, poniéndole una tilde sexy en cada palabra.
-Hola, me llamo Carlos, en realidad no es mi nombre, pero quiero contarte algo-, me dijo un tipo. Su voz estaba herida, resentida. Se sentía en el tono afligido y decepcionado acentuando sus sílabas.
-Cuéntame, susurré romántica, estoy para escucharte-
-Conocí a Clara en una fiesta, ella era hermosa, joven, bellísima, de curvas impresionantes y me gustaba su sonrisa, su mirada tan dulce. Salimos muchas veces y nos enamoramos. De ella me encantó su forma de ser. Tranquila, serena y besaba como las diosas-, fue diciendo cauto, como arrastrando las palabras, casi llevados por el viento.
-Hicimos el amor tantas veces que me sentía dichoso, feliz, en las nubes. Creía haber descubierto el paraíso, con sus besos y caricias. Ella fue siempre muy alegre, gentil, apasionada, divertida y eso me enardecía aún más, me volvía loco en realidad-, contó y prolongó un largo silencio. Pensé que había colgado.
-¿Estás Carlos o Clara te acaparó otra vez?-, dije con la voz divertida y pícara, de mujer vampiro.
-Nos casamos al poco tiempo-, me reveló después de cavilar. -Espero seas feliz-, intenté seguir la conversación.
-No. Me engañó. Me traicionó. Me hizo firmar un contrato de matrimonio. Yo estaba tan enamorado que no supe lo que hacía. Todo lo mío ahora es de ella-, dijo y su voz se hizo trémula, apagada, fantasmagórica. Lloraba.
-Te engañaron-, suspiré conmovida.
-Tenía otro hombre. Los dos se dedican a eso. A engañar a idiotas como yo que se dejan convencer por una mujer, que caen rendidos a su belleza, a su encanto, pero que no vemos más allá de los ojos divinos, no descubrimos jamás qué hay detrás de esos pechos tan sublimes, ni qué alma tienen-, reclamó.
No supe qué decir. Recibía tantas llamadas, casi todas de bromistas, insolentes, hombres solitarios pensando en mujeres voluptuosas o damas frívolas contando sus cuitas o sus sueños imposibles, pero era la primera vez, en los más de diez años que tenía mi programa, que alguien lloraba detrás de la línea. Me sentí frustrada.
-Debes resignarte-, intenté consolarlo.
-No, dijo el hombre con su voz trémula y vacía, hay cosas que no se perdonan-
-Ya habrá otra mujer en tu vida, alguna chica buena que te valore como persona y seas feliz-, dije, apelando a esas frases que acuñaba siempre en mi programa, todas las noches, y que repetía a cada llamada, tratando de llevar una voz de aliento, de afecto, de comprensión.
-Para mí ya no hay vida. Clara se llevó mi existencia entera-, dijo el sujeto.
Un largo silencio se apoderó de la línea. Me rasqué los pelos, miré a César, mi programador, y alcé mis hombros, cuando un cañonazo retumbó en la cabina, remeciendo las paredes y la silla donde estaba sentada.
-¿Alo? ¿aló? ¿aló?, me desesperé, Carlos, Carlos, Carlos ¿aló?-
Esta vez el silencio se hizo más largo, estirándose como un chicle, igual a un plástico que no se podía ajar ni arranchar.
Nadie contestó.
Al día siguiente lo leí en la portada de un diario que colgaba en el quiosco debajo del edificio donde vivo: "Se mata de un balazo. Hombre traicionado por mujer se confesó en una radio antes de tomar su fatal decisión".
Apreté mis labios, estrujé la bolsa con panes que había comprado para el desayuno, y corrí a mi apartamento tan solo para ponerme a llorar.
*****
Un sujeto no me perdía detalle cuando transmitía en vivo, desde la prefectura, tras la detención de un comercializador de discos piratas, esas producciones fraudulentas, clonadas, que afectan a productoras, empresas s discográficas, autores y cantantes, provocándoles millones de dólares en pérdidas. Es un mal endémico. En el país se producen, a la semana, casi 100 millones de discos falsos que se venden a precios módicos. Eso no solo frena el comercio legal de productos, sino que ha obligado el cierre de importantes sellos fonográficos. También deja graves forados al estado porque, simplemente, los discos clonados no pagan impuestos.
Yo hacía campaña en contra de eso, porque me mortifica que se aprovechen del esfuerzo intelectual de autores para conseguir pingües ganancias. Todos los días machacaba para poner fin a ese negocio ilegal. Así, las autoridades habían reaccionado y decomisaban, a diario, productos falsificados para felicidad de autores, compositores y músicos.
Por supuesto, a los que no les hacía gracia era a los piratas. Y ese sujeto que me miraba era uno de ellos. Lo había visto enfrentándose a la policía a pedradas y palazos en los decomisos. Ahora me amenazaba con la mirada.
-Solo para reiterar, dije al aire, en el noticiero de la radio, desde uno de los ambientes de la prefectura donde se daban detalles de la requisa, que no les tengo miedo a los piratas-
El sujeto sacó una pistola y me apuntó dispuesto a matarme, sin compasión, volándome en mil pedazos la cabeza. La oportuna intervención de los efectivos policiales que lo detuvieron, saltando sobre él, me salvó la vida.
Al principio reí satisfecha, pero después, cuando llegué a mi apartamento, y pensé en lo que había pasado, me puse a temblar como una niña.
Había estado a tan solo un click de la muerte.
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Comments
Teresita Ramirez Lecuna
interesante inicio
y pinta bien por la sipnosis
a leer voy
parece otro tipo de historia
2024-09-30
0
✨✨Esmeralda Guzman✨✨
si, lo hizo 😨😨😨😨
2023-09-16
1
✨✨Esmeralda Guzman✨✨
jajajaja 🤭🤭🤭🤭
2023-09-16
0