La tropa familiar salió de la casa en busca de aventuras. Antes de irse, Ema se acercó a su esposo y se dieron un beso. Siempre se despedían de esa forma, aunque solo fueran. Estar separados por diez minutos. Para ellos un buen hola y un buen adiós eran muy importantes.
La puerta de madera se cerró y Arlo y sus dos nietos quedaron en la sala. Un rato después, con el fuego crepitante en la chimenea leían los tres, sentados los muchachos en el sofá, y Arlo en su sillón individual. Pasó otro rato, y ahora ya quedaban solo las brasas que al rojo vivo aún daban algo de calor, el suficiente para seguir creando un ambiente cálido. Ahora, el libro de cada lector estaba cerrado y apoyado al lado de los muslos de su propietario. Los tres hombres mantenían una animada conversación.
- Y ahora encima no sabes cómo está este abuelo, arrancó con el tema de salir de fiesta y llega re tarde, viernes, sábados y domingos. ¡Me re despierta!
El que hablaba era Matías, de diecinueve años. Un chico alto y fibroso. Estaba muy bien vestido, llevaba unos pantalones de jean, unas zapatillas color bordo impecables y una campera deportiva negra.
_ No es mi culpa que vos seas un viejo choto que se duerme a las once.
Carlitos, el hermano menor, refutaba las protestas de Matías. Era muy notorio que tenia dieciséis años, estaba en la plenitud de su adolescencia. Tenía un aspecto más desaliñado, que se veía reflejado desde su calzado, con los cordones desatados, hasta su peinado sauvage.
_ Ya te va a pasar a vos. Cuando te pongas de novio y arranques la facu, ¡ahí te quiero ver saliendo de fiesta todos los días!
_ Y para qué quiero yo una novia? Yo soy un animal salvaje y nací para estar libre. Con esta facha puedo tener a cualquier chica que quiera. _
Al ver que su abuelo y su hermano se reían, hizo una pausa, y luego continuó ofendido con su discurso. _ Ey! ¿De qué se ríen? ¡Les digo en serio! Si vieran como me buscan las chicas en una fiesta...
Arlo, como solía hacer en todas las charlas grupales, hablaba menos y escuchaba más. Estaba entretenido siguiendo el pleito de los hermanos, hasta que decidió intervenir.
_ Dejense de pavadas. Los veo a los dos muy preocupados por las chicas. Lo que tienen que hacer es dejarse de joder y ponerse a estudiar y entrenar.
Ahora, aquellos que habian estado enfrentados se lanzaron una mirada de complicidad luego de escuchar a su abuelo. Fue Carlitos el que habló.
_ Que caradura que sos abuelo, si a nuestra edad vos ya andabas a los besos con la abuela, que me vas a hablar vos de no prestarle atención a las chicas?
Matias se unió para complementar: _ Es cierto! Eras más chico que yo cuando te pusiste de novio con la abuela! Aparte yo si estudio, estoy muy dedicado a la facu.
De la boca de Arlo salió una frase tan típica de señor anciano, que ni bien terminó de decirlas se había arrepentido de plantearlo de esa forma.
_ Es diferente, con su abuela íbamos en serio desde el principio, sabíamos que era amor para toda la vida. Así y todo, fui el mejor promedio de mi clase por dos años seguidos y nunca deje de entrenar. No saben los brazotes que tenía...
_ Claro, típica frase de viejo! _ Matias puso un tono burlón, imitando la voz de un anciano:
Porque yo a tu edad, tenía tres trabajos, y ¡ya tenía mi propia casa!
Arlo sabía lo mal que había sonado, pero no mentía. Mientras se levantaba, les hizo un gesto con la mano, indicando que dejaran de molestarlo
_ Bah! Ya van a ver, les voy a mostrar una foto mia a su edad!_
Los hermanos pensaron que era muy curioso nunca haber visto una foto de su abuelo adolescente. Las fotos en la computadora eran de cuando ya estaban viviendo en el sur, o a punto de mudarse. Si alguna vez habían visto una foto, no se acordaban.
Arlo caminó velozmente hasta su lugar de trabajo. El cuarto estaba lleno de planos y maquetas. En las repisas había diplomas o distinciones. Al igual que el resto de ambientes de esa casa, era muy agradable a la vista, probablemente por el estilo rústico conseguido gracias a la gran cantidad de muebles y columnas de madera. Encima de su mesa de dibujo, había un estante. Pero este no sostenía distinciones o trofeos. Sobre este, reposaban lapiceros llenos de útiles y objetos personales como muñequitos o fotos. En una de las fotografías, había un joven sonriente vestido con ropa de trabajo y casco de constructor. Estaba cubierto de tierra de pies a cabeza. Con una mano sostenía una pala clavada en la tierra, sobre la cual también apoyaba el pie. Su otro brazo estaba flexionado, enseñando un ancho y estético bicep. Ese muchacho era Arlo.
La versión avejentada de ese sonriente trabajador tomó la fotografía, enmarcada en madera, y salió del cuarto.
Arlo reapareció en el living. Sus nietos lo esperaban sentados, los dos con sus abrigos puestos. Las brasas del hogar estaban por apagarse y el ambiente estaba más frío. Pero ninguno de ellos se molestó en reavivar el fuego. Estaban ahora los tres sentados en el mismo sillón, Arlo sostenía la foto y sus nietos miraban asombrados.
_ ¡Wow abuelo! ¡Tenías tremendos tubos! ¡Una máquina eras!_ Comentó Matias, imitando la pose que hacía Arlo en la foto.
_ ¿Vieron que no les estaba mintiendo? Yo hacía de todo, construía con mi papá, iba al gimnasio, andaba en bici...
_ Pero aparte eras muy fachero._ Carlitos ahora se sumaba a los elogios _ Seguro antes de la abuela andabas rompiendo corazones. Decime la verdad, ahora que estamos entre nosotros, ¿con cuántas mujeres estuviste antes de ponerte de novio?
Matías y Carlitos lo miraron expectantes, esperando una respuesta abrumadora.
Pero Arlo se quedó en blanco por unos segundos. Luego, habló
_ Con... ninguna.
Se arrepintió al instante de su honestidad, porque de las caras de sus nietos se borró la admiración y se instauró la duda.
_ Ninguna? No hay chance, nos estás mintiendo. No pasa nada abuelo, no estamos en los 50, podes decir la verdad._ Lo animó su nieto mayor.
Arlo habló con el orgullo de alguien que está convencido de que hizo lo correcto, y a la vez con la timidez de quien que no está seguro de lo que dice.
_ Es la verdad. En toda mi vida estuve solo con una mujer._
En ese preciso instante, algo pasó. Por la ventana abierta entró una brisa de viento que, con la potencia y la trayectoria de una bala fué a parar a las brasas, que ya estaban preparadas para convertirse en ceniza. El chiflete, las reactivó. Las brasas volvieron a arder, y de ellas brotó una chispa. Luego otra, y otra más. Segundos más tarde, el fuego volvía a dar calor a todo un ambiente y a sacar humo por la chimenea. Todo gracias a ese detonante, a ese soplido de viento que se había colado por la ventana.
Algo muy parecido a esto estaba sucediendo en el interior de Arlo.
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