Anmary y Rosa consiguen trabajo con el Gordo Frederick

Había nacido en un pueblo vecino al nuestro. El padre era estanciero solté las carcajadas al contarlo. Cuando se dio cuenta que se había encamado con cuanto peón tenía, lo había echado. Al recordar eso, él y Rosa me vieron como si fuera a estar loca.

El gordo Frederick, nos aseguró una suma mensual con tal que no volviera al pueblo. Cuando me dijo que le mandaba 800 pesos mensuales, allá. Me pareció una fortuna, pero él mismo aclaró que duraban cinco o seis días, y que de noche para ayudar, trabajaba vestido de manola en un café del Paseo Colon.

"Vénganse esta noche por allá, se van a divertir" dijo Frederick el Gordo no me gustó de entrada, pero resulta ser un buen muchacho.

Rosa sonrió: "Claro que vamos a ir".

Y fuimos. El humo grueso y dulzón de cafetín; aquellas coperas pintarrajeadas que paseaban dé mesa en mesa; el ruido de los vasos, los gritos; los hombres de ademanes ordinarios, el oloroso que había y los artistas sonreían, todo me hizo mucho mal.

Rosa le divertía. Las coperas pasaban a nuestro lado y nos tocaban la cara cariñosamente. Otras nos decían: "Nenas, vamos a la cucha, ¿qué hacen aquí sin papá? ¿Y mama?"

Y salió el Gordo. Tuve que reír. Sobre la enorme panza, la pollera floreada parecía un globo Sirimbal. Con una peluca de la más pura paja, cantaba:

"La Lola, la Lola,

dicen que no duerme sola,

la Lola, la Lola,

la camisa de la Lola quien no la conocerá".

Terminaba con un gran coletazo al público al tiempo que, levantando sus polleras, dejaba ver sus asentaderas enfundadas en un culotte con puntillas.

Desde entonces fuimos amigos. El fue quien le dijo a Rosa que la Avenida de Mayo era la calle más linda de Buenos Aires. Después nos contó:

"Aquí hay que rebuscárselas. Yo, entre lo que me manda el viejo, mi arte y tres o cuatro gallegos almaceneros con los que me encamo de vez en cuando, me defiendo. Me gusta el teatro. ¡Qué gran actor sería yo si no fuera por esta panza!" Decía con agonía en sus palabras.

Entonces sus ojos se entristecían. Su pasión por el teatro era lo más noble de su vida. Se sabía de memoria papeles enteros de obras antiguas y modernas. Supe después que tenía un gran corazón.

"Vénganse a vivir a mi pensión en Avenida de Mayo 1460. Allí no hay problemas, viven montones de chicos jóvenes,que se las rebuscan como yo. A Rosa le pareció ideal.

"Yo te presentaré a Victoria Garabato para que entres en su ballet. Ah, no, no, ya sé: en el Astral están por dar una pieza, Si Eva se hubiese vestido; necesitan chicos que bailen. Sí, te llevaré a Gallo, es medio transfugón pero es bueno. Mientras tanto podemos hacer un numerito en el Parque Pai. Así empezaron muchos artistas. Podemos hacer un cuadro, cantamos y bailamos".

Rosa me miró.

"Por mi sí, pero éste...éste... es Anmary ella esta por irse a vivir sola". tenía una sonrisa de oreja a oreja.

"No es nada; que haga número. Tengo otro chico que,casualmente, se parece a ustedes, en cara y tipo". Se llama Roberto.

"Ni yo misma sé cómo una tarde, parada entre Rosa y Roberto, me encontré en el tablado del Parque Pai. Actuando: "Fumas?" Pregunte a Frederick mientras me perfumo con perfumes de Coty.

Trago el humo."Si se me antoja pasear y aquí todo se acabó" dijo él sonriendo con tristeza.

"Tomo un taxi y me deja en mi apartamento" le contesto y seguimos con nuestro número.

Mientras tanto, el Gordo, con su pollera floreada, hacía a nuestro lado gestos y ademanes. El show era continuado: empezaba a las 14 y terminaba a las 2 de la mañana. Nos daban la comida y quince pesos por día a cada uno.

El público gritaba, aplaudía y se reía. A mí me parecía una muchedumbre rugiente envuelta en humo; con olor a pizza, a alcohol y a empanadas. Pero el Gordo decía que yo tenía que sacrificarme porque Rosa y Roberto harían carrera.

Al poco tiempo empezaron los ensayos en el Astral, yo entraba en Mundo Argentino y conseguí empleo de maestro. Fue el fin de todo aquello.

A las 8 de la noche llegaron a mi pieza el Gordo y Rosa. Traian paquetes con comida, una botella con champagne y se habían puesto en la boca una rosa colorada que se sacaron para cantar mientras bailaban a mi alrededor;

"Lo corrieron de atrás, lo corrieron de atrás le metieron una patada en el trasero, que hasta el zapato quedo allí y no se lo pudo sacar, no se lo pudo sacar" Gritaba el Gordo Frederick

Yo me enojé pero terminé por reír. El Gordo, teatralmente, decía: "¿No respirás distinto, Rosa? Aquí vivía alguien virgen, contenido, histérico; ya ves, largó la chancleta. ¿Adónde, adónde irá a parar esa chancleta? Cuando más tarde se la tira, más lejos se va. Esta va a dar mucho que hacer, ya lo verás". Susurró el Gordo porque doña Teresa siempre estaba de chusma.

Eso me llevó a recordar a mi abuela de corazón

Las profecías de la abuela se fueron cumpliendo. Tras Clariza, que conoció a su novio porque un dia en la fiesta del pueblo ahí lo vio y sus mirada se conectaron, tiempo se escribieron cartas, un extranjero, un griego, que no hablaba palabra de español, llegó al pueblo. Era buen mozo y se enamoró de Clariza.

Poco después, el vestido de satén de larga cola y mangas guante, con velo de tul de ilusión usado por Clariza, se casaron. Se fueron a vivir al campo. Poco antes, Amelia se había casado con un muchacho del pueblo que la necesitaba y era feliz en una casa vecina a la de la abuela.

Ya la "casabuela" perdía todo su encanto para nosotros.

Rara vez se tocaba el piano. Penélope y Matilde parecían perdidas en la gran casa de enormes patios. Penélope era muy desgraciada. Tras su noviazgo de largos años, su prometido se casó con otra. Cuando se enteró por La Nación, todo el mundo se le desmoronó. Sólo muy de cuando en cuando abría el piano y cantaba:

Yo también tuve un amor

y lo perdi y crei morir de pena.

Yo también tuve un sueño de amor, una ilusión mansa.

Ya no había Carnavales, ni retretas, ni pulseras de cristales multicolores, ni vestidos de espumillas. Ya éramos adolescentes. Ahora nos gustaba pasar las tardes de verano en la gran laguna cercana al pueblo. Nadábamos y remábamos.

Recuerdo esa época de mi vida como algo muy especial. Ahora me parece que el aire era distinto, que tenía color de rosas y celestes, y se incendiaba en los atardeceres de fuego cobre que tenían sabor de almendras y de pinos.

Cuando volvíamos, ya entrada la noche, yo tocaba las estrellas. Las estrellas de mi pueblo están bajas, bajitas, y, cuando uno tiene penas puede hablar con ellas, y ellas contestan achicándose y agrandándose; a veces bajan y se quedan largo rato sobre el pelo o bailando alrededor de las manos.

Por aquellos días me pasó algo que, en el primer momento me produjo un profundo desequilibrio psíquico, mezcla de impotencia y desesperación. Entre los amigos con quienes salíamos, estaba Massimo. A su lado yo me sentía protegida. En la escuela estaba siempre cerca de mí. Trataba de integrarme a los grupos, poder formar parte de aquel conjunto de chiquilines que pasaban las tardes en el campo y en la laguna.

Una tarde, mientras los demás nadaban, nos alejamos remando. La otra orilla era completamente agreste. Juncos y plantas daban un encanto especial a ese lugar que guardaba un profundo misterio para nosotros. Llegamos cansados y nos tiramos en la orilla. Massimo estaba en silencio.

Sus piernas desnudas rozaban las mías. Yo sentí una extraña y desconocida sensación, una sensación que secaba mi boca y hacía latir mi corazón con fuerza. De repente, él se volvió hacia mí. Sentí su brazo cruzarme de hombro a hombro para apretar fuertemente sus manos sobre mi piel. Con voz enronquecida dijo que seríamos siempre amigos, que en la escuela y en la calle estaría siempre a mi lado. Sentí sus labios sobre mis mejillas, sobre mi cuello, sobre mi boca. Su piel quemaba la mía.

Las fuerzas me abandonaban. Estaba de cara al cielo, sin moverme. Mis manos crispadas sobre los yuyos, senti ganas de gritar, de llorar. Lo vi poner cara de espanto y de dolor. Se paró; muy bajo me pidió que olvidase ese momento que yo no comprendía; que se había equivocado él con 17 años y yo con 13 años. De pie, a mi lado, con los brazos caídos y el pelo sobre la frente, con su linda cara descompuesta, sentí piedad.

Una enorme piedad por él y por mí.

Un mundo nuevo, que debía atravesar, se abría ante mí; un mundo que en ese momento me pareció presentido y que me daba miedo, mucho miedo, un extraño sentimiento de culpa y una enorme desolación.

Desde entonces me quedó un enorme miedo a la gente. A veces quise superarlo con poses y gestos agresivos que me dieron muchos enemigos.

Como Gerardo quería que hablase idiomas extranjero, el párroco del pueblo, su grande y admirado enemigo, se ofreció para enseñarnos italiano. Aquellos días de verano en que iba a la casa parroquial y en el jardín de álamos, palmeras y pájaros, en el que el buen cura me iniciaba en el idioma del Dante, quedaron en mí para siempre. Me parecía una aventura increíble sentarme bajo el enorme alcanforero que hoy todavía luce orgulloso en la plaza de mi pueblo y leer en italiano el libro de Nella Cassini. ¿Qué sueños locos, qué raras imágenes, qué aspiraciones desmedidas poblaban la cabeza enrulada de aquel adolescente? No lo recuerdo. Solamente sé que me aparté y ya no por la gente, sino por mí, porque mi piel escondía, ardores que yo quería ignorar.

El camión del cine vociferaba alrededor de la plazas -"Cine Español, el sábado en vermouth noche, Joan Crawford en Un rostro de mujer. No deje de ver al zorzal criollo que vuelve de la muerte en la película El dia que me quieras".

El pueblo es un lugar lleno de presentimientos. Me daba una gran paz sentarme bajo los árboles a leer un libro en la plaza de mi pueblo.

Mi madre no se ocupaba de mí. Nunca le importo mucho que yo hacía pero, paradójicamente, se tornaba obsesivo con ciertos detalles. Los vestidos largos de la primera hija eran una verdadera obsesión para ella. Todos los días, a la hora de comer me decía: "Y tú ¿cuándo te pones el vestido largo?"

Pero yo no quería, sentía que me resistía a ponérmelos. Un día buscó al mejor sastre del pueblo y me hizo hacer mi primer vestido inglés de color gris , en ese entonces, costó ciento setenta pesos.

"El sábado te pones el vestido largo".

Ese fue para mí el día más amargo de mi vida. Enseguida Rosa que me noto triste.

"Vamos a salir juntos". Rosa me dijo para animarme, y esa noche salimos con otros chicos con los que yo no tenía ningún punto de contacto. Yo deseaba que Rosa fuera sola con el Gordo Frederick y Roberto también estaba su novio Rafael

"Con ese culo ya no podés andar con pantalones cortos" me decía Rosa

"Me gusta" respondí y ella sonrió, esa noche nos fuimos a la pensión donde el Gordo Frederick hacia una empanadas y cada uno traía algo después escuchando música, bailando hasta que el sol llegaba.

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Comments

Elizabeth🌻

Elizabeth🌻

meee encantaaa❤❤
y la manera de la gente ser ignorante diosss💆‍♀️
por suerte Anmary sabe lo que le gusta y lo defiende, lo peor es que hasta el dia de hoy hay personas que critican la forma de vestir🤷‍♀️💔

2023-06-30

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