Días después me reincorporé a la escuela para retomar mi aprendizaje; los niños no reflexionamos profundamente las vivencias que experimentamos; poca a poco fui restándole importancia y olvidando lo que paso. Para entonces la comunidad se organizó para reparar el puente y carretera de acceso; todos podíamos presentarnos a estudiar con total normalidad.
Ese día la maestra comenzó a explicar una lección que todos comprendimos de inmediato, sin embargo, algo llamó mi atención: hacía preguntas y posteriormente realizaba algunas anotaciones en un cuaderno que guardaba en el escritorio.
Mientras la maestra continuaba con su explicación pude observar que llevaba un registro de todas las participaciones de mis compañeros; cuando yo participaba, que era con bastante frecuencia, no realizaba ninguna anotación; situación que me pareció muy extraña.
Con mucha paciencia y curiosidad esperé hasta que todos se retirarán del aula; quedándome a solas con la maestra. Aproveché la ocasión para cuestionar mi curiosidad respecto a lo observado; recibí la siguiente explicación:
-Tú eres alumna libre; no estás matriculada.
- ¿Eso qué significa, maestra? – dije con notable disgusto
- Tu papá no ha pagado la matrícula porque aún no tienes la edad suficiente para cursar el primer grado. Tú eres muy inteligente y te hemos aceptado para que te vayas acostumbrando y no sufras cuando sea el momento oportuno.
No lo podía creer, estaba tan sorprendida que lo único que atiné a decir fue:
- ¡No volveré a esta escuela! y salí corriendo para mi casa…
Al notar mi llegada, mi madre me esperó con los brazos abiertos, me cargó en su regazo mientras yo envolvía mis brazos a su cuello y la besé muchas veces; me dio una cálida bienvenida acompañada de una interrogante:
- ¿Por qué vienes temprano hoy, mi niña?
Al escuchar su pregunta el enojo me venció
-¡¡NO IRÉ MÁS A LA ESCUELA!! La maestra me contó que no estoy matriculada. ¿Para qué debo ir? No tiene sentido si mis calificaciones no tienen valor. ¡Jum! Exclamé, mientras me cruzaba de brazos.
Mas tarde papá y mamá me explicaron la situación, intentando sin éxito, hacerme cambiar de parecer, sin embargo, con voz enérgica y segura respondí de nuevo:
-¡¡NO IRÉ MÁS A LA ESCUELA!!, si soy alumna libre ¿qué caso tiene ir?
Mis padres no insistieron con el asunto, todo quedó olvidado como una hazaña de niños pequeños.
Por supuesto, estoy segura que mi padre fue a la escuela para disculparse con la maestra, pero a mí no me volvieron a mencionar el asunto.
Al menos eso sentí entonces, aunque hasta hoy se cuenta en las reuniones familiares como fue que, de pequeña al enterarme que era alumna libre, me regresé a casa y no volví a la escuela. Mis sobrinos y demás familia ríen a carcajadas mientras disfrutan oír la historia.
Ahora que reflexiono al respecto no tengo certeza de haber actuado correctamente, sin embargo, esa anécdota se ha convertido en un bello recuerdo donde expreso temple y firmeza en mis decisiones. En un rinconcito de mi corazón hay un deseo de volver a encontrarme con mi maestra Juliana y recordar esa época.
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