capítulo 18

Lamentablemente para la familia Kovacs, no era un buen día, pues un miembro de su familia partiría hoy a su sueño. Todos se encontraban en el aeropuerto. La más triste, por extraño que pareciera, era su pequeña hermana Elda. A diferencia de su madre Esmeralda, que estaba más ecuánime, cada uno de ellos se fue despidiendo de él. Su padre le dijo lo orgulloso que estaba de él y que esperaba pronto verlo con su placa siendo uno de los mejores agentes. Le dio un beso en la mejilla y un sobre con una tarjeta bancaria con una fuerte suma de dinero. Su hermano mayor y gemelo se lanzó a él y lo abrazó largo y tendido. Los dos lloraron, pues era la primera vez que se separarían por un largo tiempo, sino es que para siempre. Velkan le dijo lo mucho que lo amaba y que a partir de ese momento un hueco quedaría en su corazón, pero le deseó lo mejor. Erea fue la siguiente y, al no conocerse muy profundamente, solo le deseó lo mejor. Pero él, sin embargo, sí le dijo algo que la dejó sin palabras.

— Yo no digo las cosas dos veces como mi hermano, Erea. Deja de querer cambiar a mi hermano por un hombre que no es. Si lo amas como dices, entonces demuéstralo, porque no me quieres conocer enojado.

Erea solo se quedó ahí sin decir nada, rodeando con su brazo la cintura de Velkan. Su madre fue la siguiente. Lo abrazó y le besó todo su rostro. A él no le importaba, al contrario, le encantaban esas muestras de amor de su familia.

— Con lágrimas en sus ojos, Esme le dijo tocando el rostro de él— te amo con todo mi ser, mi pequeño niño. Solo cuídate y no dudes, jamás dudes en pedir ayuda si la necesitas. Prométemelo, por favor, suplico que madre.

— Lo prometo, madre.

Emiliano le dio besos en todo el rostro de su madre y también le dijo que la amaba. Cuando por fin su madre lo soltó, él se giró para darle un abrazo a su hermana, pero se sorprendió por el comportamiento y la actitud de su pequeña traviesa, como le decía él.

— No me abraces, dijo Elda con lágrimas en los ojos y con voz seria y entrecortada— hicimos un juramento que jamás nos dejaríamos y has mentido. Me dejarás. Ella continuó hablando diciendo que no sería egoísta. Le hizo saber que ella lo amaba y le deseaba lo mejor. Se dio la vuelta y los dejó ahí solos.

— Será difícil para ella, Emi —le dijo su madre—. Tú trabaja y solo no te olvides de llamarle.

Se escuchó el llamado: «¡Pasajeros a Estados Unidos, se les pide abordar por la puerta cuatro!», Emiliano dijo: «Es mi llamado, familia. Los amo a todos, despídanme de mi pequeña», y entró por la puerta 4. Se giró y les mandó un beso a todos. Antes de que el avión despegara, marcó el teléfono de su hermana. Ella levantó la bocina, pero no contestó nada. Solo se escuchaba un leve susurro de llanto.

— Sabes que te amo, pequeña. Para mí también ha sido difícil romper ese juramento, pero debes entenderme.

Elda seguía sin contestarle. Cuando volvió a hablar, con su voz entrecortada por el silencio de su hermana, dijo: «Perdóname, pero tienes que madurar y crecer. Deja de comportarte como si no te importara mi vida. Deja de vivir en tu maldito caparazón».

— Elda por fin contestó con su voz hipando—. Gracias por tus palabras, Emiliano —sabía que solo cuando Elda estaba muy enojada le llamaba por su nombre completo—. Espero valga la pena el que hayas roto un juramento, y tienes razón en todo lo que has dicho. Sé feliz. Adiós, Emiliano. Elda colgó sin dejar que su hermano le respondiera. Él sabía que las palabras que utilizó no fueron las correctas, pues sabía por todo lo que su hermana sufría, pero se sentía molesto por su actitud.

Todos llegaron a casa, excepto Elda, que ya había llegado y estaba en su habitación con seguro.

— Mañana sale nuestro avión a Rumanía, así que más vale que tengan todo preparado —dijo Dragos.

Todos respondieron que sí, pero por alguna razón, nadie tenía ganas de estar reunidos, así que decidieron irse a sus habitaciones, excepto los novios, que se fueron a la habitación de Erea, ya que era la más alejada.

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