CAPÍTULO 8

El hedor a carne era asfixiante en todo el lugar. Una celda oscura en la que se oía el chasquido de las cadenas oxidadas y podridas en algunos eslabones chocar contra el suelo al moverse de un lado para otro.

Una sombra de gran altura era la causante de ese olor. Se trataba de un Draugr, cuyo cuerpo estaba parcialmente carnoso y la otra con los huesos al aire. Estaba enfurecido y perdiendo la paciencia por la tardanza.

Un grito de rabia le llegó a sus oídos, con lo que, fuera de control, rompió las cadenas que lo acaban a un grillete circular fijado en la pared. Se puso las manos sobre la puerta de barrotes y la arrancó con una fuerza sobrehumana.

Salió arrastrando algunos de los eslabones de la cadena que estaban unidos a

unos grilletes cerrados en torno a sus tobillos. El sonido de su andar retumbaba por todo el espacio etéreo oscuro por el que iba.

Edwin Grikken quedó paralizado por el rugido tan cercano del tigre, se dio la vuelta y allí lo tenía en posición para lanzársele al cuello. Desesperado, Grikken sacó un cuchillo de entre su funda colocada en el lado derecho de la cintura.

- ¡Ven y atácame si eres tan valiente! - exclamó entre temor y coraje. Siempre había presentido que el Tigre era algo más diabólico que un animal depredador.

Su intuición no le engañó, el tigre ante sus ojos se evaporó dando paso al enorme y aterrador Draugr. Edwin Grikken soltó el cuchillo totalmente en shock. Sus ojos casi desorbitados y con la boca abierta. No reaccionaba.

- Maldito bastardo, pagarás muy caro tu engaño. Te doy la oportunidad de darme por las buenas el Unicornio y luego prometo matarte con dignidad".

- ¡Alto ahí padre, él es mi presa!- le detuvo el minotauro con su vozarrón cargado de ira.

- ¡Cierra tu maldito hocico! Me has defraudado, has dejado que este inútil te haya engañado.

La tensión entre padre e hijo era tan intensa que Edwin sintió una humedad cálida entre sus piernas. Se sentía avergonzado, hacía tiempo que nadie le había causado tanto terror como ese Draugr.

-Había oído hablar de leyendas en las que solía aparecer como si fuera la muerte. Si era así, como se decía en las leyendas, su fin había llegado. Ni en sus peores pesadillas pudo imaginar una muerte tan poco digna para un temido pirata y bandido, acorralado como una rata.

-Desaparece de mi vista si no quieres acabar como él - tronó su padre con ojos enrojecidos de completa rabia.

-Si, padre- alcanzó a decir, bajando el tono de su vozarrón y golpeándose el pecho como aceptación de la orden.

Tras desaparecer, el Draugr se volvió hacia el pálido Edwin Grikken, que temblando sacó el pañuelo donde guardaba el cuerno y se lo entregó.

El Draugr lo tomó con ansiedad y vio el cuerno en todo su esplendor. Rió malicioso y se volvió con ojos rojos brillantes y una expresión diabólica. Edwin solo pudo poner las manos en forma de cruz para proteger en vano su cabeza.

El Draugr se lanzó a él soltando el cuerno. Le mordió en el cuello justo donde estaba la yugular para succionar toda la sangre y luego, de un zarpazo, le abrió el tórax y abdomen para comerse sus viseras.

Conforme devoraba el cuerpo de Grikken, el suyo iba tomando forma y regenerándose. Le comió la carne, succionó toda la sangre hasta devorar sus huesos.

Se sintió renacer viendo su nuevo cuerpo. Le había costado regenerarlo a costa de devorar hombres con pensamientos y sentimientos malignos hacia los seres humanos. Solo de esta forma podía adquirir mayor poder maligno.

El minotauro se dirigió hacia el inframundo dispuesto a devorar almas en pena para saciar su instinto asesino y calmar su rabia. Una vez más había cometido un error fatal que su padre le reprochó y con razón.

Entró en la cavidad cálida por las llamaradas del subsuelo, los gemidos de desespero se oían desgarradores. Se acercó a un grupo de almas y los fue devorando con ansia.

Comiéndose al que hacía cuatro, recordó que ahí debía estar también el alma de Thomas Answar. Tras digerirlo, se fue a buscar a los guardianes del inframundo.

Cruzó varias cavidades iluminadas por las llamaradas del fuego hasta llegar a un lugar

sombrío donde, sentados en una mesa, jugaban a los naipes. No sabían hacerlo como los humanos, pero les entretenía las eternas esperas hasta captar nuevas almas en pena.

Se les acercó con la prepotencia propia del hijo de un ser poderoso. Se les quedó mirando con desprecio.

- No sabía que jugarais a esos estúpidos juegos humanos.

- Es entretenido, la verdad es que los humanos parecen saber cómo usar su tiempo libre - le contestó uno de los seres oscuros.

- Hay cosas mejores, cazar humanos es mucho más entretenido ja, ja, ja - soltó una escandalosa risotada que retumbó en toda la cavidad.

- Para los que estáis hechos para cazar y comer sí, pero para nosotros que solo somos almas, guardianes no tiene mucho sentido cazar - le respondió el otro ser oscuro.

- ¿Dónde tenéis el alma de Thomas Answar?

- Estará vagando por ahí, lo metimos en una celda en la zona cuatro de la primera cavidad - le dijo el ser oscuro sentado a la derecha de la mesa.- Pero no vimos en él intención de escapar así que no le cerramos la puerta con llave.

- Está bien, voy a devorarlo para que no cause perturbación en el lugar.

Fue volando hasta la primera cavidad, al llegar tomó de nuevo suelo y se dirigió a uno de los túneles oscuros. Cuando llegó a la supuesta celda no había nadie. Con lo que se dirigió hasta donde estaban más almas acumuladas con lamentaciones.

Vio tantas almas suculentas para devorar que olvidó el alma de Thomas. Terminó de devorar al último de una fila cuando vio el alma de Thomas. Se sintió tan lleno y satisfecho que se fue a descansar. No sin antes localizar el alma de Thomas cerca de donde estaba.

Final del capítulo 8.

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