Reminiscencias
Lidia Berlusconi, tomó su taza de té con manos temblorosas. Apenas comenzaba a amanecer cuando escucho las campanas de la iglesia el día que tanto había temido había llegado.
Hector Brunéi acababa de fallecer, su amor de toda la vida. El hombre por el cual había dejado toda su vida, se había ido a un lugar mejor.
La razón por la que ella había llegado a esa hermosa campiña italiana había partido, dejando un vacío en su alma.
Lidia se dirigió a su habitación y encendió una vela en memoria de Héctor.
Por obvias razones ella no iría a darle el último adiós, Lidia se despediría de él, desde esa habitación donde se habían amado en secreto durante más de treinta años, a pesar de que él se había casado con otra mujer.
Las reminiscencias de ese pasado ya olvidado sacudieron su mente. Lidia Berlusconi tomó asiento en la cama y tocó el edredón que ella misma había bordado, acariciando cada letra una H y una L entrelazadas.
Ellos se habían conocido en Roma donde ambos vivían con sus respectivas familias.
Ella era la hija menor de un respetado empresario y él, el hijo bastardo de la sirvienta. Las reminiscencias eran excasas pero de algo estaba seguro en todos los años que la madre de Héctor trabajó para su familia, ella apenas había cruzado media palabra con la madre de Héctor, Maria. Con Héctor había sido todavía más arisca y distante. A raíz de un incidente que Héctor había tenido con la policía, su madre había intentado expulsarles a él y a su madre de su casa, y solo la diplomacia y la insistencia de su padre había podido evitarlo. Tampoco ella había sido mucho más amable con Maria, algo de lo que, con el tiempo, había llegado a arrepentirse. Cuando recordaba el pasado, sentía una punzada de culpabilidad por lo desconsiderada que había sido con ella, dejando cosas tiradas por el suelo sin el menor reparo, sin pararse a pensar en la persona que tenía que ir detrás de ella para recogerlas. Pero lo más imperdonable había sido el comportamiento que había tenido con Héctor. Había sido absolutamente grosera con él durante toda su adolescencia, poniéndole en ridículo siempre que podía, gastándole bromas delante de las chicas o hablándole de mala manera. Incluso había jugado con él frecuentemente, flirteando a veces para, a continuación, rechazarle con altivez. No había excusa posible para la manera de proceder que había tenido, como no fuera la terrible inseguridad que había sentido en su adolescencia y la influencia del lujoso ambiente en el que siempre se había movido. Los años pasaron y ellos crecieron la madre de Héctor viajo a la toscana. Héctor se había quedado en la ciudad un tiempo trabajando y estudiando. Pero en el fondo siempre supo la verdad ella amaba a Héctor Brunéi. Pero en su afán por ignorar ese sentimiento habia decidido casarse con Amadeo un amigo de su hermano, miembro de una respetable familia, pero la tarde anterior a su boda, Lidia se encontraba en la iglesia realizando el ensayo final a pesar de que Amadeo había llamado por teléfono diciendo que le habían programado una reunión de última hora y no iba a poder llegar. Héctor había llegado a toda prisa desde el aeropuerto después de haber estado seis meses en la toscana, donde su madre se estaba muriendo. Se había apoyado en una de las columnas del fondo de la nave con su típica pose desenfadada y no había dicho nada. Una vez terminado el ensayo, su madre había invitado a todos los presentes a unos aperitivos en la casa familiar. Lidia le había pedido al cielo que Héctor declinara la oferta, pero cuando hora y media después salió del cuarto de baño de la planta superior, le encontró frente a ella.
Héctor se acercó a ella y la beso apasionadamente.
- Lidia no puedes casarte con él, tu no lo amas le había dicho Héctor.
Lo que en aquel momento más le había desquiciado había sido la certeza de que ella no estaba enamorada de Amadeo. Después de cómo había respondido ella al beso que le había dado no le había quedado la menor duda al respecto. Se había unido ferviente a él en un beso apasionado, había entreabierto los labios, había introducido la lengua en su boca, había jugado en su interior y había provocado un estallido de deseo que les había dejado a los dos sin respiración. Sus manos se habían posado en sus senos, los habían acariciado, y ella no había hecho nada por detenerle. Antes al contrario, había suspirado y le había besado con más intensidad. Las manos de ella habían descendido por el pecho de él hasta tocar su miembro, excitándole, llevándole hasta el límite. De no haber escuchado la voz de Amadeo en la planta inferior llamándole, la habría tomado, la habría apoyado contra la pared y lo habría hecho con ella allí mismo.
-¿Estáis ahí arriba?, había preguntado Amadeo. Lo siento, cariño, pero tengo que irme enseguida. Solo he venido a por unas cosas.
Ella se había apartado de él y bajo la escalera.
Héctor esperó que Amadeo se fuera y fue detrás de ella.
- Vamos Lidia ven conmigo. Iniciemos nuestra vida juntos.
- No iré contigo a ningún lado me casaré con Amadeo exclamó ella...
Lidia se puso de pie y se dirigió a su armario, tomó su vestido color negro. Así como aquella mañana dos días después de su beso con Héctor había tomado su vestido de novia.
Luego de vestirse, su padre la escolto hasta la iglesia, aún podía sentir el aroma de las flores de la iglesia. Aún podía ver la sonrisa de Amadeo mientras ella caminaba hacia el altar.
Era una cobarde que se casaría con ese hombre deseando a otro, amando a otro.
Amadeo la tomó de la mano y el cura comenzó la ceremonia.
Pero ella no pudo mentir, no pudo aceptar ser su esposa en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza. No pudo aceptar estar a su lado hasta que la muerte los separara. Soltó la mano de Amadeo.
- ¡Lo siento Amadeo, pero no puedo ser tu esposa!, exclamó ella sorprendiendo a todos los presentes, dejo caer su ramo y salió corriendo de la iglesia, su madre se descompensó de la impresión.
Ella corrió a buscar a Héctor, pero para sorpresa de ella. Él ya no estaba había regresado a la toscana.
Lidia regreso a la casa de su familia, se quitó su vestido de novia.
Su padre regresó a la casa, estaba furioso, su madre lloraba desconsoladamente.
Lidia miró a su padre, sus manos temblaron.
- Papa lo siento, pero no puedo casarme con Amadeo. Estoy enamorada de Héctor confesó Lidia.
- No aceptaré que me pongas en ridículo y comiences una relación con el hijo de una criada le advirtió su padre. Honrarás a nuestra familia.
- Lo siento papá, pero no me casaré
- Entonces ya no serás bienvenida en esta casa ni en esta familia. En lo que a mí respecta ya no tengo una hija.
De nada valieron las súplicas de su madre ni el llanto de ella.
Francisco Berlusconi arrojó a su hija a la calle.
Ella debió vender sus pocas pertenencias, sus amigos le habían dado la espalda.
Le costó mucho trabajo y esfuerzo, pero quince días después de ese episodio ella había conseguido llegar a la Toscana, en busca de Héctor. Para sorpresa de ella Héctor se encontraba de viaje y no llegaría hasta tres semanas después.
Ella se instaló mientras esperaba su regreso, Montepulciano era una ciudad medieval situada sobre una colina y rodeada de viñedos. Era famosa por su exquisita cocina regional y por el vino Nobile, un vino tinto elaborado principalmente con la variedad de uva sangiovese.
Durante días ella recorrió la zona buscando trabajo, no era mucho lo que una mujer de su edad sin experiencia alguna podía hacer, siempre había dependido de su familia.
Así fue como llegó a un hotel, si bien no necesitaban gente la esposa del dueño sintió pena de ella y le dio trabajo en lo único que parecía saber hacer bordar unas telas que serian los nuevos manteles del hotel.
Lidia estaba feliz ya podía imaginarse la sorpresa que se llevaría Héctor cuando llegara.
A menudo extrañaba a su familia le había escrito a su madre en un par de oportunidades, pero las cartas siempre eran devueltas en las mismas condiciones.
Su trabajo de bordado comenzó a hacerse conocido, primero fueron unos manteles, luego sábanas, edredones.
Y finalmente el día que tanto había esperado llegó, el día en que Héctor regresaría a la ciudad.
Lidia se vistió con su mejor ropa y se dirigió a la estación a esperar la llegada de Héctor.
Ella se encontraba en el andén esperando, se había puesto su tapado color blanco sobre su vestido, miró nerviosa sus zapatos. Y entonces lo vio bajar ella sonrió un segundo lo que tardó en comprender que la joven que estaba a su lado era más que una simple transeúnte, Héctor la tomó de la mano besándola.
Lidia miró sus manos, luego levantó la vista y se encontró con los ojos de Héctor observándola. Ella se dio media vuelta y salió de la estación regresando al pequeño cuarto que ahora llamaba hogar.
Se quitó su abrigo, el vestido y comenzó a llorar por su desdicha, había dejado todo por Héctor y ahora ni siquiera lo tendría a él.
Era de noche cuando unos golpes en la puerta la sacaron de la cama ella se puso de pie y al abrir la puerta lo vio a Héctor parado en el umbral.
- ¿Qué haces aquí?, pregunto Lidia
- No podía creer que eras tu parada ahí respondió él.
Lidia permitió que entrara en la habitación.
- Supongo que me lo tengo merecido, abandone a Amadeo en el altar, cuando fui a buscarte me dijeron que ya te habías ido, como puedes imaginar mi padre me arrojó a la calle cuando le dije que te amaba. Tarde en llegar aquí ya no soy una Berlusconi.
- Lo siento de verdad, no quería estar solo te amo Lidia. Únicamente dame unos días para ordenar todo.
-¿La dejarás por mí?, pregunto ella
- Si, en unas semanas viajaré de vuelta la llevaré con su familia y cuando regrese tú y yo nos casaremos dijo él.
- No te sientas en la obligación respondió ella.
- No lo hago, te amo dijo él acercándose a ella tomándola entre sus brazos y la beso apasionadamente...
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Comments
Yasmin Machado
Aquí voy leyendo nuevamente y no me canso de decir lo tremendamente egoísta que fue ese Señor 😒
2024-09-10
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Verónica Bustos
por lo que entendí el pretende dejar a la chica que llegó con el , pero no podrá, seguro la embarazo y lidia será su amante eterna
2024-06-06
4
Juliet
será que Al final el no se casa con ella...
2024-01-08
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