Capítulo 4

IV

—¿Por qué siempre parece que estás enojado?

La pregunta tomó a Alexandro fuera de base. Abrió mucho los ojos, jamás pensó ese movimiento tan directo. Suni apoyó su mentón en la palma de su mano, y esperaba una respuesta. Alexandro tomó algo más de café y empezó a buscarla en su memorando mental.

—No es que siempre esté enojado, bueno, dando clases, tal vez si lo esté. Mi expresión es mi muro. Antes, siempre parecía feliz, siempre había una sonrisa conmigo, a todos les gustaba eso, la amabilidad me brotaba por los poros. Pero a veces, pasan cosas que te hunden tan profundo, que te cuestionan tanto, que la única forma de salir es dando la vuelta a todo, de manera radical. No sé si puedas entenderme…

—Fuiste horriblemente herido y crees que todos van a dañarte de nuevo —las palabras de la chica, hicieron que Alexandro apretara el envase de su café. La miró y asintió con la cabeza—. Creo que a todos nos pasa, quizás no respondemos igual, pero hay un punto en la vida en que incluso abrir los ojos en las mañanas, duele. No hay sentido, no hay perspectiva y todo parece un absurdo. A veces esperamos que por la ventana llegue un ser mágico y nos ayude a olvidar, e incluso pensamos que los recuerdos pesan tanto, que ir donde un hipnotista que nos los borre, no es tan loco. Pero el miedo a olvidar, y la esperanza de cambiar lo sucedido es tan profundo, que

guardamos ese anhelo.

Alexandro la vio y la luz del sol le hizo honor a su belleza. Le encantaba esa pañoleta al cuello, esos labios gruesos y rojos. Se notaba por sus palabras, que también tenía rasguños en el alma que no sanaban. Nunca había escuchado de nadie que sintiera empatía con su tristeza, casi siempre recibía palabras de aliento, que no estaban para nada mal, por supuesto, no obstante, parecían dichas para salir del paso de su amargura.

Dan, en cambio, pensaba en lo fuerte que eran las mujeres. Ellas podían convertir los peores escenarios en oportunidades para aprender y crecer. Sufrían, y mucho, pero quizás se les permitía expresarlo un poco más y por eso se liberaban del dolor de manera más sencilla. Ellas parecían que siempre veían en el futuro algo diferente, los hombres, en cambio, se quedaban con la lección aprendida y no deseaban repetirla jamás. Se sintió horrible, porque si en ese momento Alexandro estuviera con una mujer de verdad, seguro le hablaría de manera positiva para intentar sacarlo de la oscuridad que a veces lo rodeaba. Con una hermosa sonrisa, con un arco iris tras ella.

Alexandro vio su reloj y ahora sí era el momento de irse. Le dio la mano, Suni le sonrió y le agradeció que esta vez la cita hubiese sido un poco menos rígida. Ella se fue tomando una dirección diferente a la suya, y la observó hasta que desapareció girando en una esquina.

Todo ese fin de semana, ambos estuvieron reflexivos. Fito le preguntaba por qué en lugar de llegar feliz, o al menos tranquilo, siempre estaba triste. Dan no sabía que responder, pero estuvo de acuerdo con su amigo, que lo que hacía estaba mal. Sin embargo, esos momentos con «Suni», Alexandro parecía relajado, sincero. En cambio, él mismo pretendía ser «ella», con una persona que le estaba abriendo de a pocos su corazón. Eso no podía poner feliz a nadie. Fito, ese amigo que le cayó directo del cielo, de nuevo le repitió que no era tarde para regresar. Que no esperara lo inevitable, el daño irreparable. Dan intentaba decirle que por supuesto que lo haría, pero los dos sabían que mentía.

En la Universidad, de nuevo Alexandro le decía a su también amigo bajado del cielo, que había tenido una cita aceptable. Pero que le preocupaba lo fácil que ella le sacaba las palabras. Chris le dijo que dejara que las cosas sucedieran, que no se apresurara a pensar en un futuro muy lejano, solo en el momento, que él ya sabría cuándo en serio, debía ser más formal todo. Alexandro le agradecía los ánimos. Y de lejos vio cruzar al profesor Choi. Una pequeña picada le dio justo en el pecho; por muchos días y sin entender muy bien el por qué, se había quedado hasta muy tarde en la Universidad esperando que la luz de su estudio se encendiera, para así correr y encontrarlo de nuevo ahí. No se explicaba la necesidad de poder sentirlo cerca. No tenía excusa más que esa, pues en el diario vivir, seguía ignorándolo.

—Parecen muy cercanos ¿No crees? —preguntó Alexandro a Chris.

—¿De quiénes hablas?

—Del profesor Choi y el profesor Dobargo. —Alexandro los siguió con la mirada, por supuesto, siempre muy seria. Chris dijo que parecían tan amigos como ellos mismos. El hombre de cabellos claros le sonrió, y de nuevo agradeció por estar ahí con él.

Esa tarde, de nuevo, esperó hasta muy entrada la noche para ver si la luz de su salón de ballet se encendía. Horas pasaban, horas que debería estar desperdiciando en su casa, organizando la clase del día siguiente, tomando un largo sueño, él las usaba esperando. Sin embargo, esa noche parecía que la ansiedad había escuchado sus ruegos. La luz llenó su estudio, sus pupilas se dilataron y algo que pareció una sonrisa se esbozó en sus labios. Fue a toda prisa cruzando la Universidad para llegar al pasillo correspondiente. Y lo vio ahí, danzando al son de una música de la nueva era, que detestaba. Ese tipo de música no era para el ballet, según su criterio.

Pero Dan simplemente quería danzar un poco, desestresar su cuerpo del día pesado, de la melancolía en su corazón. Abrió de golpe la puerta y Dan se detuvo algo asustado.

—Profesor Greco, yo creí que estaba bien venir, lo siento mucho…

—Está bien, profesor Choi —interrumpió Alexandro—. Solo quería cerciorarme que no fuera ningún alumno, para ellos lo tengo prohibido. Escucho que es música de la nueva era, no es mi favorita, pero algún jugo se le saca para la danza moderna, ¿verdad?

Dan, por unos segundos no supo qué responder. Parecía ser que Alexandro no iba a salir de ahí, igual que la vez

anterior. Se sentía confundido, feliz, ansioso, quería de verdad sacar el peso de su cuerpo danzando a solas, pero que él estuviera ahí, tampoco era malo. Alexandro se quitó los zapatos y las calcetas, y se le unió sin ser invitado. Se ubicó tras él, lo tomó por la cintura y con el otro brazo elevó el de Dan para empezar a danzar. Dos movimientos laterales, luego lo alejó con un leve empujón sin soltar su mano. Dan de nuevo tomaba el lugar de la bailarina y otra vez Alexandro parecía que instruía una clase. El profesor empezó a contar cuatro tiempos con sus palmas, al ritmo de la música, para que en cada corte, Dan saltara. Se sintió bien, estaba recibiendo instrucción particular de uno de los mejores. La melodía casi terminaba, de nuevo Alexandro lo tomó por la cintura, lo elevó y

lo soltó con delicadeza, quedando tras él como al inicio. Ambos estaban agitados, el baile había sido para enmarcar.

Alexandro se empezó a perder en el aroma del cabello azabache de su aprendiz. Sin darse cuenta, lo rodeó con sus brazos y comenzó a aprisionarlo hacia sí. Parecía que no quería que escapara. Dan entonces supo, que eso no era normal, que algo estaba pasando. Apenas si podía respirar, no quería decir nada y despertar a Alexandro de lo que estuviera soñando. Como pudo levantó sus manos y tomó las del hombre que le robaba todos los pensamientos. Entonces, el profesor de ballet lo estrechó aún más. Dan sentía que se agitaba demasiado. Muy suavemente inclinó su cabeza hasta recostarla en el hombro de su maestro. Ahí pudo sentir con intensidad el agitado vaivén de aire que salía de esas fosas nasales.

De repente, una de las manos del hombre ruso, empezó a recorrerle el pecho, deslizándose muy despacio, hasta llegar a su cuello y luego a su mentón. Por fin, sus dedos empezaron a rodear los labios de Dan, quien estaba en el cielo. Uno de esos dedos inquietos entró a la boca del muchacho coreano y con ternura lo lamió. Fue ahí, cuando sintió esa saliva caliente, que Alexandro pareció despertar. No lo soltó de manera brusca, ni lo empujó, solo se vio a él mismo en el espejo seduciendo a Dan, quien tenía los ojos cerrados, esperando tal vez más.

—Por hoy es suficiente, profesor Choi. —Dan abrió los ojos y se retiró lentamente, mientras Alexandro lo soltaba. Estaba por completo sonrojado y ya excitado. No le fue posible responderle nada, apenas si podía con su propia respiración. Vio cuando el profesor Greco levantó sus cosas y salía de ahí sin ponerse los zapatos—. Puede volver cuando quiera. Es en serio.

—Dígame Dan, por favor. Y gracias, lo haré todas las veces que me sea posible.

Alexandro viró a verlo, sabiendo lo que llevaba implícito todo aquello. Largo rato se vieron a los ojos. Por fin, ese,

de mirada azulina, agachó la cabeza y salió de allí.

La noche entonces, que por mucho tiempo fue muy mala, parecía cambiar para ambos.

***

Fin capítulo 4

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