Capítulo diecisiete - Una extraña sensación

Esa mujer me había hecho perder la paciencia. Fui un desgraciado con ella, incluso vi en su rostro el terror y, sin embargo, no me dio satisfacción. Me había sentido tan culpable que incluso le compré un gel para que el dolor que le había causado se fuera. Yo pensaba disfrutar viéndola sufrir un rato la incomodidad de caminar con ese dolor, pero no pude. Encima, después de aplicarle el medicamento, vi su trasero con deseo y me provocó una terrible erección. Al punto de no poder bajar con ella al hospital.

Mientras le escribía a Irina para que esta noche fuera a ayudarme con eso, recibí un mensaje de Nino. Ese maldito muchacho. Al parecer él era el hermano del joven que el nuevo señor Li castigó para salvarlo de la muerte. Según me habían dicho, estaba aprendiendo a ser la mano derecha de Lisandro.

El desgraciado jovenzuelo me pedía permiso para poder agendar el número de mi esposa. Era un problema que ellos se conocieran, debería matarlo, pero Lisandro buscaría al culpable de su muerte y todo se sabría. Además, en la organización nadie conocía la procedencia de mi esposa, podía mentir sobre eso.

—Maldición, nunca esperé encontrar a alguien conocido ahí —dije en voz alta mientras golpeaba el asiento del coche.

Le escribí diciéndole que antes necesitaba hablar con él. Tenía que saber cuánto de ella conocía. Tal vez hacía años que no se veían y eso me daba una oportunidad. Si no debería matarlo a él y a los señores Li. Según el informe que Iván me había entregado, esta mujer tenía la misma edad que Elena. Aunque habían nacido distintos días. Su parecido era demasiado, lo mejor sería que averiguara si no tenían algún parentesco. Si los padres de Elena estaban en conocimiento de que existía otra mujer con la apariencia de su hija, sería más difícil mantener la farsa.

Fui hasta la habitación donde mi sustituta de esposa se había ido y la encontré hablando con un hombre. ¿A caso no podía un segundo involucrarse con otros?  Sigilosamente, me acerqué y la escuché hablar de dinero. ¿Para qué quería treinta millones?

—Cariño, ¿de qué estás hablando? —pregunté y ella se dio vuelta al escucharme.

—Un gusto volver a verle, señor Kosovo —dijo el médico y me di cuenta de que era un amigo de Arthur, lo saludé cordialmente—. No sabía que usted y su esposa estaban interesados en adoptar. Es muy noble de su parte.

—Eso no es lo que yo dije —aclaró Elena avergonzada.

—Perdón, supuse que si estaban dispuestos a gastar treinta millones de rublos en el niño había un interés emocional por él. Los dejaré hablar, si lo consideran hágamelo saber. Buenas tardes —el médico se fue después de la confusión que causó.

—¿Qué ocurre? —pregunté y ella me explicó todo. Antes de que pudiera decirle que era mucho dinero, ella me aseguró que no me pediría esa suma y entró triste a la habitación. ¿Cuánto podía importarle ese pequeño para pensar en eso?

Entré después que ella y al verlo, por un instante creí que era Alexander, no era porque fuera parecido a él, pero parecían tener la misma edad. El pequeño abrazó a Elena y le dio las gracias por ir a verle. Era muy respetuoso.

—¿Quién es ese señor, señorita Elena? —preguntó el pequeño y me acerqué a ellos.

—Hola, soy Mijaíl. Un gusto en conocerte, soy el esposo de Elena. Ella estaba preocupada por ti por lo que vinimos a verte —dije amablemente.

—Espero que trate bien a la señorita Elena —dijo el impertinente muchachito—. Ella es una persona increíble. Si algún día tengo una mamá deseo que sea como ella.

No sé por qué, pero sentí que esas palabras afectaron mucho a Elena, ella parecía querer llorar. Incluso lo abrazó con fuerza. ¿A caso él había sido la razón por la que aceptó ser la madre de Alexander? ¿Cuántas cosas desconocía sobre esta extraña mujer?

—Quien sea tu mamá en un futuro, tendrá al mejor de los hijos —dijo ella y acarició al pequeño.

—Eso no importa, pronto voy a morir. Las enfermeras lo dijeron cuando pensaron que dormía —el pequeño se mostraba muy valiente frente a esas palabras.

—Antón, no digas esas cosas —lo reprendió ella. Verdaderamente se había angustiado.

—No importa señorita Elena, así podré ir con mamá al cielo. La madre superiora dice que todos nos reunimos ahí —no sé por qué, pero las palabras de ese niño hicieron que mi corazón se ablandara.

—Voy a salir un momento. ¿Quieres algo especial para comer? —le pregunté al pequeño y me aseguró que lo que fuera estaría mejor que lo que le daban en el hospital. Me dio gracia, era fácil encariñarse con él.

Después de comprarle algo fui a hablar con el médico. Le pregunté qué era lo que tenía, al parecer era una enfermedad en su sangre. Mi esposa Elena había tenido un problema similar cuando era niña, es por eso que mandamos a hacerle estudios a Alexander. Sin embargo, y por suerte, él no lo tenía.

—¿Cuánto tiempo le llevará recuperarse? —pregunté.

El médico me explicó que, en caso de comenzar el tratamiento, debería estar un mes internado y uno más bajo un cuidado estricto. Era imposible que volviera al orfanato, porque debería estar con el menor contacto posible con los otros niños en caso de enfermarse.

—Comience con el tratamiento, pero no se lo comente a mi esposa aún —dije y el médico pareció sorprendido y a gusto.

—Usted es un gran hombre señor Kosovo —dijo mientras nos despedíamos.

Cuando entré nuevamente a la habitación del pequeño lo vi en brazos de Elena, se parecía a ella cuando sonreía. Los dos me vieron y cambiaron su actitud tan cercana. El pequeño me preguntó que llevaba en la bolsa y le di el postre que empezó a comer de inmediato.

—Muchas gracias, señor Kosovo, esto sabe delicioso —dijo el niño y le convidó a Elena—. ¿Quiere probarlo?

—Por supuesto —dijo ella y cuando se descuidó, noté como en sus labios se dibujaba una bella sonrisa.

Autora: Osaku

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