Capítulo cinco - El peso del estrés

—Gracias, Irina —dije satisfecho mientras me vestía.

—Sabe que cuenta conmigo para lo que necesite, señor Kosovo, es un placer complacerlo —dijo la muchacha antes de irse—. Desearía que me llamara más seguido, aunque no quiero tentar a mi suerte.

—Lo tendré en cuenta, ahora dile a Iván que se encargue de ayudarte con lo de la empresa de tu padre —dije mientras tomaba la corbata del suelo.

—Le agradezco profundamente su ayuda. Buenas noches —Irina era una muchacha muy obediente, sabía qué lugar era capaz de ocupar en la vida de un hombre como yo.

Se había ofrecido a mí la primera vez que estuvo por caer en banca rota la empresa de su padre. Tenía apenas dieciséis años, temía que su padre se suicidara por lo que estaba dispuesta a vender su virtud. Le aseguré que ayudaría a su padre, pero solo estaría con ella cuando cumpliera veintiún años. Se mantuvo casta por casi cinco años y ese día me llamó para pagar su deuda. No pensaba cobrarme, ya que gracias a la sociedad con la empresa de su padre había ganado millones, pero ella insistió. Desde entonces, cada vez que la llamo no duda en venir a mí.

Una vez que se marchó fui a mi dormitorio, puesto que deseaba ducharme antes de ir por Alexander. Además, debía controlar los estudios de mi nueva esposa. Ella seguía leyendo y memorizando la información que le proveí.

—¿Las mujeres siempre hacen tanto ruido contigo? —me preguntó y tuve que girarme para mirarla.

—No lo sé, no me concentro en sus gemidos —indiqué mientras sacaba una camisa limpia para ponerme—. ¿Te molesta para estudiar?

—No es bueno que un niño escuche ese tipo de cosas —sus palabras me confundieron ¿Ella creía que Alexander estaba en casa?

—Es algo normal, los seres humanos somos animales después de todo, no debería avergonzarte. Sin embargo, estoy de acuerdo contigo, Alexander está en casa de sus abuelos —dije y me metí en el baño.

Fue extraño, mientras me bañaba comencé a preguntarme por qué había dicho eso. ¿A caso pretendía escapar de nuevo? Aun así, noté que ya había quemado dos de los cinco apuntes que le di. Había dos posibilidades, no lo tomaba en serio o tenía una buena memoria. Mañana intentaría averiguar la verdadera razón. Una vez que terminé fui a cenar con mis suegros. Alexander pareció feliz de verme. Ellos seguían preguntando cuando podrían ver a su hija.

—Aún no lo sé, supongo que será pronto. De todas maneras, el médico me explicó que algunas partes de su cerebro han tenido un daño permanente, por lo que notaremos que algunas de sus conductas son distintas. Si llegan a notar algo háganmelo saber —dije y mi suegra se mostró reacia.

—Debimos llevarla a estados unidos —dijo la mujer y su esposo la reprendió.

—Disculpe señor Kosovo, mi esposa sabe que usted ha hecho todo lo posible por nuestra hija. Solo está algo consternada —Petrov trató de disculparse en nombre de su esposa.

—Todos nos sentimos igual, la enfermedad de Elena fue muy repentina —aseguré mientras tomaba un bocado de pescado—. Aun así, me parece de mal gusto que le mencionara ciertas cosas a Alexander. Creo que somos los padres los que debemos tratar ciertos asuntos y me gustaría que a partir de ahora lo consultara conmigo antes de meterle ideas a mi hijo.

—En mi opinión debes dejar de pensar que ella mejorará. Nos generas falsas esperanzas a todos —dijo la mujer poniendo a prueba mi paciencia.

—Primero no hago suficiente y después no me doy por vencido. ¿Tomará siempre el lugar que le sea cómodo? —pregunté mientras me ponía de pie—. No olvido que son los padres de mi esposa, pero usted parece no recordar quien soy yo.

—Solo digo que mi hija estaba sana antes de casarse con usted, y ahora me dice que no podrá recordar cosas —dijo la mujer casi llorando.

—Y yo recuerdo que ustedes no tuvieron escrúpulos al ofrecer a su hija como mi esposa a mi padre, cuando su negocio no iba como esperaban —aseguré y alejé el plato. Había perdido el apetito.

—Papá, tengo sueño —dijo Alexander y recordé que debía guardar la compostura frente a él.

—Volvamos a casa —dije y tomé su mano.

—Señor Kosovo, espere por favor —dijo mi suegro mientras nos seguía en dirección a la puerta.

—Es la última vez que acepto una ofensa por parte de su esposa. Se lo advierto Petrov, mi paciencia tiene un límite —le indiqué y abrí la puerta para irme con mi hijo.

—Adiós abuelo —dijo Alexander y subió al coche sin hacer berrinches.

Al volver a casa entré a mi dormitorio después de dejar a Alexander con la niñera. La mujer que sería mi esposa aún leía.

—Ve a descansar, mañana puedes seguir —dije mientras me quitaba la camisa.

—Quiero seguir, no tengo sueño —no entendía por qué era tan difícil para las personas entender mis palabras. Tomé el apunte y lo cerré.

—Cuando hablo no pido concesiones. Solo transmito mis deseos, y deben ser tomados como órdenes —dije perdiendo la paciencia.

—Si fuese tu esposa, respetarías un poco más mi voluntad. ¿Acaso así me tratarás delante de otros? —preguntó y me causó gracia. Se hacía llamar mi esposa.

—Pretendes que te trate como a mi esposa. Está bien —dije y la arrojé a la cama. Me quité el pantalón y me subí sobre ella.

—Por favor, no me toques —parecía asustada.

—Dijiste que te debo tratar como a mi esposa, ella todas las noches abría sus piernas para mí —dije y besé sus labios.

—Entiendo mi error, no volveré a decir eso —dijo con lágrimas en sus ojos después de que soltara su boca. Me hice a un costado y la dejé respirar.

—Entonces piensa antes de hablar, la próxima vez no seré tan paciente —le aseguré.

—¿Dormirás aquí? —preguntó y la miré, le recordé que había dicho que ella estaba más cómoda en el piso—. No importa.

Se levantó de la cama y tomó una almohada para luego recostarse en el suelo de la habitación. No debí descargar mi enojo con ella, pero estaba demasiado molesto con la madre de Elena.

Autora: Osaku

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