Me debes una vida.

— Eres el único que tendrá uno de estos sin morir. No olvides que me debes una vida. Me gustas, así que cuídate y no dejes que te maten. — Dejo un broche con la figura de un dragón azul en su mano y salgo del lugar sin ser notada. Hay algo que debo solucionar.

Vuelvo al sito de la reunión y sin que me noten entro a la habitación de estreno, así se llama una habitación que adecuan en este tipo de eventos para aquellos que quieran "estrenar" sus nuevas adquisiciones en ella, hay todo tipo de juguetes y accesorios sexuales, así como también de tortura, ya imaginarán que estas bestias usualmente maltratan para doblegar Asus víctimas. Una sonrisa diabólica se dibuja en mi rostro, ya que encontré lo que buscaba sin mayor esfuerzo.

La joven virgen que habían subastado hace un par de horas atrás.

Ella está totalmente desnud*, sus extremidades atadas de tal forma que queda en forma de estrella, y la boca cubierta por una cinta, mientras que su comprador se quita la última prenda que le queda encima, lo que me deja ver que llegué a tiempo. El cerdo va a sacar su miembro mientras la chica lucha por soltarse de las ataduras.

— No lo saques, no me gusta ver pequeñeces — Mi arma reposa en la parte trasera de su cabeza.

— ¿Quién... Quien eres? — Tartamudea.

— Tu verdugo.

— Te daré lo que quieras, no me mates... — Ruega con voz quebradiza.

— Quiero ver sangre emanar de tu cabeza. — Mientras hablo, la gallina tiembla y la chica asustada abre abruptamente los ojos y se sacude.

—Shhh vine a ayudarte, pero guarda silencio — Ella asiente de manera brusca.

— ¿En qué íbamos? Ah sí, en la sangre que sale de tu cabeza. — Aprieto el gatillo y el cuerpo inerte del hombre cae tendido sobre un charco espeso de sangre que contiene parte de sus sesos, gracias al silenciador nadie nota lo que acaba de suceder.

Me dirijo a la cama y con una navaja corto las sogas que mantienen inmóvil a la joven.

Toma ese abrigo y cúbrete rápido, - ella no dice nada, solo obedece tomando el saco de su agresor. Antes de salir echo una mirada al broche que contiene mi sello y que resalta en el charco de sangre, Sonrió triunfal.

Saco a la chica sin ser notadas, luego la dejo cerca de la terminal, le doy una suma de dinero considerable y me marcho.

"Después de todo, la noche fue buena"

...****************...

Pov Andrew.

— Cuando los contraté no pensé que contrataría una partida de ineptos.

¿Cómo es posible que una mujer burle toda la seguridad que se supone ustedes me brindan? — Mi voz es serena, pero todos callan y bajan la cabeza, nadie se atreve a mirarme, mucho menos a emitir una palabra, el primero que lo haga sin que yo lo pida, tendrá una bala en medio de las cejas. — ¡DIEGO! - Elevo el tono de voz.

— Señor, si me permite.

— No te permito. ¿Quién es esa mujer?

— Sí me da un par de horas...

— Un par son dos horas y ya están rodando — Lo miro con severidad.

— Con permiso señor. — Tras escuchar mis palabras se gira para marcharse.

Diego, es mi jefe de seguridad, un hombre de cuarenta años, calvo, de gran tamaño, de tes blanca que solo logra resaltar la gran cicatriz en su rostro que va desde el extremo superior derecho hasta el extremo posterior izquierdo, aunque suene extraño conserva ambos ojos, he de admitir que su apariencia es realmente aterradora.

— Espera — A dos metros de distancia, a punto con mi arma a su cabeza. Lo observo tragar grueso — si no me traes el nombre de quien la contrató, ya no necesitaras el cuerpo, pues no tendrás una puta cabeza que sostener.

— Entendido señor.

— Ahora sí puedes largarte — Vuelve a dar media vuelta y esta vez sí se marcha; a su paso le hace seña a tres de los hombres para qué se vayan con él e indica al resto que vuelvan a sus posiciones. Minutos después me encuentro solo en el exterior de la mansión.

— Te voy a encontrar y vas a pagar cara tu osadía — Digo al tiempo que giro entre mis dedos el broche de dragón azul.

Transcurrida una hora y cincuenta y cinco minutos recibo la llamada de Diego.

— Jefe, tengo a Frederick.

— ¿Ya te dio la información?

— Aún no señor, lo acabo de retener.

— Llévalo al museo.

—Cómo ordene.

Corto la llamada y pido a una de mis empleadas que suba un té a mi despacho, escucho un poco de ópera para relajarme. Después de una hora decido que es hora de partir.

Al llegar al museo, Diego me espera en la entrada.

— Jefe — Inclina su cabeza una vez que me ve.

— ¿Dónde está?

— En la sala de espera. - Suspiro tras escucharlo.

— Bien, no lo hagamos esperar.

Al Entrar al museo todo está en perfecto orden, en este lugar todo es absolutamente blanco e impecable, los pisos podrían compararse con un espejo, no me gusta la suciedad ni soy tan macabro como para llevar a una persona que esta a punto de morir a un lugar deplorable, cada artículo, cada espacio, cada rincón es impoluto y habla bien de mí como anfitrión.

El aviso con letras doradas que dice sala de espera está frente a mí, Diego se anticipa y abre la puerta.

Al darse cuenta de mi presencia, Frederick se dispone a levantarse de su silla, está vestido de blanco, sí, soy tan hospitalario que brindo vestuario de la mejor calidad a mis invitados.

— No es necesario, puedes permanecer sentado.

— Diego, ¿Han atendido bien al invitado?

— Tal como ordenó, señor.

— Frederick, ¿es cierto lo que dice Diego? O ¿alguien se ha atrevido a hacerte algún desplante?

— No, no señor, nadie... ¡Por favor déjeme ir! ¡yo no sabía que se trataba de usted!.. Le juro... — Empieza a llorar como niño pequeño.

— ¿Por qué lloras? Dime la verdad, ¿alguien te ha tocado? ¿Te han maltratado?

— No, no señor... Pero usted...

Chiara (Katherin)

Andrew Fiore.

Nota autora:

Hola, cuéntenme que les va pareciendo la historia ¿Qué piensan del trabajo de nuestra protagonista? ¿Que creen que puede haber en el museo de Andrew? Dejen volar su imaginación y veamos si nuestras ideas coinciden.

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