En un nuevo día de clases, ambos se sentaron donde siempre.
Estaban solo mirando al frente cuando a Ilay le llego un papel a la cabeza. Él simplemente lo ignoró porque tenía más paciencia que Alay y siguió escuchando lo que el profesor decía. Sin embargo, los papeles siguieron llegando.
Al mirar sobre su hombro, no vio a nadie sospechoso, pero pudo escuchar las risas de algunas personas.
Giró su rostro cuando un papel le llegó a la cabeza de Alay. Él no se quedó sentado y se puso de pie, inmediatamente, mirando hacia atrás, donde todos se quedaron callados. Ninguno ni siquiera respiro porque esa había sido una reacción que los había asustado. Él los miró a todos examinando sus rostros y, de forma demasiado calmada, preguntó:
—¿Quién fue?
Nadie respondió.
—¡¿Quién carajos fue, eh?! ¡Digan quién fue o los voy a golpear a todos!
—Alay, siéntate. Estás en una sala de clases —advirtió el profesor, pero él ni siquiera a un profesor le temía.
—Me sentaré cuando el maldito imbécil se ponga de pie también.
Vio como un chico soltaba una pequeña sonrisa y no dudo en mover la mesa hacia el lado haciendo que provoque ruido y lo tomó del cuello de su ropa.
—¿Fuiste tú quién tiro ese jodido papel?
El chico no supo qué decir y el miedo lo dominó, así que decidió simplemente apuntar en dirección a donde estaba la persona que había estado tirando los papeles y, a pesar de que él no había hecho nada, no dudo en golpearlo y lo tiró al suelo con fuerza.
El otro chico, al sentir su mirada, se puso nervioso e intentó quedarse tranquilo, pero no podía lograr la tranquilidad deseada cuando podía oír los pasos de Alay que se acercaban a él con lentitud haciéndole saber que, sus últimos minutos de vida, se estaban acabando por haberle tirado aquello. Pensó en que, el mostrar valentía, le iba a servir, así que se puso de pie también para sostenerle la mirada.
—Fui yo, ¿qué pasa con eso? No me das miedo. Siempre vas por ahí caminando demasiado seguro porque tienes a tu gemelo que te cubre de todo, pero eso me da igual.
Él soltó una carcajada.
—Creo que te equivocas porque yo no necesito que me cubran ni una sola mierda.
El chico pestañeó unos segundos al sentir el aroma que estaba inundando la sala y que le provocó enormes cantidades de miedo. Retrocedió porque era un Alfa también y, aunque aún no eran adultos, las feromonas de Alay se expandieron por todo el lugar.
—¡Alay, basta ya! ¡Soltar feromonas en la sala de clases está prohibido!
Era un intenso olor a fuego donde los Alfas comenzaron a sentir que se podían morir quemados y que el fuego se estaba acercando a ellos con fuerza, pero que los Omegas lo comenzaron a sentir como una caricia que les iba calentando todo el cuerpo. Y no habría sido problema que nada más hubieran sido los de su aula, pero, los Omegas y Alfas que estaban en las aulas vecinas también comenzaron a reaccionar.
Los Omegas entraron en celo sin poder evitarlo y los Alfas casi vomitaban e intentaban alejarse sintiendo que sus cuerpos se quemaban.
Y, debido a eso, una vez más, los gemelos terminaron siendo castigados, aunque claro, por más tiempo Alay que Ilay. Sus padres no entendían que habían hecho mal para que fueran unos diablillos y no sabían como explicarle a Alay que, el provocar todo ese alboroto, no estaba bien en lo absoluto.
Para él fue algo divertido, pero para los profesores no fue divertido en lo absoluto porque, tener que controlar a los Omegas y Alfas, fue algo totalmente complicado.
Y, a pesar de que estaban castigados, siempre se escapaban de casa para hacer sus cosas turbias y que, para ellos, eran más que divertidas. Se quedaron en una esquina esperando paciente cuando vieron al Omega que querían tener para ellos. Él caminaba solo otra vez, así que no les fue muy difícil el acercarse. Y lo invitaron a su casa porque estaban solos.
El Omega aceptó sin saber lo que le esperaba. Ellos le enseñaron la casa y lo entretuvieron bastante, pero ellos nunca hacían las cosas de mala manera. Alay tenía el lema de preparar siempre muy bien la comida que se iban a comer, así que pasaron muchos días ayudándole en sus tareas y más.
Y, conforme los días fueron avanzando, el Omega se fue acercando más a ellos y alejándose de quién era su novio. Cuando regresaron a clases de nuevo, los profesores tomaron la decisión de dejar a cada uno en una sala imaginando que, si no estaban juntos, entonces no habrían travesuras qué hacer.
En las clases deportivas siempre eran los mejores y luego en los recesos estaban juntos.
Entonces, vieron al Omega acercarse a ellos.
—Hola, yo les compré una bebida a ambos.
—Gracias, Sam, eres muy lindo —dijo Ilay con dulzura.
—Justo lo que deseaba —escuchó al segundo viendo que tomaba la botella y no dijo nada más, pero el Omega de tan solo verlo sonreírle de aquella manera mientras le guiñaba el ojo, le dio nerviosismo.
Los vio beber sus bebidas y se sintió bien porque estaban cansados. Pensó en que ellos siempre se preocupaban de él, así que deseaba hacer lo mismo.
—Vamos a ir al baño, ¿quieres acompañarnos? —preguntó Alay.
Asintió y caminó a sus lados mientras ellos le contaban algunas cosas que eran divertidas, así que sonrió. Al entrar, vio que Ilay le mostraba algo para luego lavarse las manos, sin embargo, al mirar detrás de su hombro, vio como el otro cerraba la puerta con seguro.
Lo vio caminar abriendo las puertas de los cubículos para asegurarse que no hubiera nadie. No supo lo que eso significaba, pero comenzó a sentirse nervioso.
Entonces, lo vio acercarse a él y se sintió pequeño al lado de ambos porque eran altos, sin duda alguna. Sus cabellos pelirrojos eran intensos y sus ojos eran negros llenos de cosas que no sabía como interpretar.
—Oye, Sam —susurró uno con lentitud —. Los dos tenemos un regalo para ti, pero, a cambio del regalo, tú también no debes dar algo.
—Dijiste que te gustaban los chocolates —dijo Ilay —, así que yo te compre tu favorito.
Se lo entregó y Sam estiró su mano para tomarlo, pero vio como se alejaba.
—Pero, para tenerlo, debes darme un beso.
No supo qué decir ante eso. Lo quedó mirando porque su mirada era intensa y tragó saliva sintiéndose nervioso.
—¿U-un... beso?
—Sí, si tú me gustas y yo te gusto, deberíamos besarnos, ¿no crees? Ese chico con el que estás ni siquiera le importas. Si de verdad sintiera algo por ti, no te dejaría tanto tiempo solo. En cambio, yo siempre te doy obsequios.
—Y yo te cuido de que alguien no te moleste —susurró Alay cerca de su oído —. Por eso, te compré las galletas que tanto dijiste que te gustaba comer.
Sam vio las galletas y quiso tomarlas también, pero se alejaron de su alcance.
—Pero, si las quieres, tendrás que besarme también. Si nos besas ahora, estaremos contigo por mucho tiempo.
—¿Besarlos a los dos? —preguntó.
Ambos asintieron.
—¿No quieres el chocolate? —lo tentó uno.
—¿Tampoco las galletas? —provocó el otro.
Trago saliva y los miró a ambos porque solo estaban ahí esperando.
—Sí, las quiero.
—¿Qué quieres primero? —preguntó Alay.
—El chocolate —respondió.
—Entonces, tienes que besarme —le recordó Ilay.
Sam era más bajo, así que se puso de puntillas para alcanzar sus labios. Fue un toque pequeño. Tomó el chocolate y luego se movió para besar a Alay poniéndose de puntillas también, pero él no lo dejó escapar tan fácil. Él lo besó bien.
Sam sintió su lengua en su boca y Alay lo besó con ganas. Abrió sus ojos y miró a su hermano para acercarse y lo besó también. Los besos eran intensos y no tuvo tiempo de nada cuando los sintió casi encima de su cuerpo. Ilay estaba besando sus labios, mientras el otro besó su cuello. Sintió sus manos tocando su cuerpo y como uno dejaba de besarlo para hacerlo el otro.
Se perdió en todas esas caricias que ambos le daban y los gemelos le hicieron todo lo que quisieron. Lo escucharon respirar aceleradamente y eso les gustó. Ambos sonrieron hasta que escucharon la puerta ser tocada.
Alay abrió la puerta con un rostro serio cuando vio a un chico que lo hizo sonreír de oreja a oreja.
—¿Qué se te perdió? —preguntó.
El chico lo miró de mala gana.
—¿Sam está aquí?
—¿Qué Sam? —inquirió haciéndose el tonto.
Lo empujó para entrar y se quedó mirando afuera unos segundos para luego cerrar la puerta también.
—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —le gritó viéndolo al lado de uno de los gemelos.
—Bájale una rayita a tu show y no le grites —advirtió Alay —. ¿No te gustó molestarme? ¿Creíste que te tenía miedo porque nunca decía nada?
—Imbécil, ¿estás loco? —le preguntó el Alfa con enojo.
No le importó mucho que ellos dos estaban ahí y solo pensó en llevarse al Omega. Creyó que Sam se iba a ir con él porque eran novios, pero se equivocó.
—Él no se va a ir contigo.
—Par de locos.
Ignoró quién estaba al lado del Omega y lo tomó del brazo con fuerza que lo hizo soltar un quejido.
—Oye, no lo trates así.
—¡Lo trato como me da la gana porque es mi novio! ¡Camina de una buena vez! ¡¿Qué se supone que haces?!
El Omega no dijo nada, nada más lo quedó viendo unos segundos y vio que estiraba su mano para tomarlo otra vez cuando Ilay lo empujo.
—Lárgate, don cornudo —dijo Alay mientras estaba cruzado de brazos, apoyando su espalda en la pared —. Es para que sepas lo que pasa cuando alguien me molesta. Por idiota, te quedaste solo.
Vio como los dos gemelos estaban al lado del Omega y sintió tanto enojo que únicamente quería golpearlo.
—Perdiste —susurró Alay con una sonrisa llena de burla —. ¿Por qué querría estar contigo cuando nosotros lo hemos hecho sentir mejor en menos de tres semanas?
El Alfa estaba más que furioso. Su pecho subió y bajo y, al ver como uno lo besaba en los labios, fue algo que le desagrado, pero ver que el otro también lo hacía lo hizo casi enloquecer.
Los gemelos lo vieron salir y Alay se encargó de reírse mucho mientras Ilay le decía algunas cosas al Omega para que no se sintiera mal.
Y, al otro día, todos los vieron comiendo juntos y como el Omega era cuidado por ambos y hubo Alfas a quiénes le provocó enojo, pero también hubo Omegas que sintieron celos. Y, de aquella manera, transcurrieron cinco meses donde el Omega tenía todo lo que quería y donde nadie se atrevía a decirle algo.
Entonces, de los besos, las cosas fueron evolucionando a mucho más. Y, cuando el Omega cumplió dieciocho años, dos meses después de que lo habían hecho los gemelos, justo en una tarde de verano, ambos le quisieron dar un premio.
Imaginó que serían más regalos igual que siempre y no pensó en nada más porque estaba perdido en todo. Hace tiempo que sentía las feromonas de Alay que le calentaban todo el cuerpo donde casi podía sentir el ruido del fuego cuando se formaban esas chispas por quemar la madera y las feromonas de Ilay que tenía un intenso olor a mar.
Eran dos olores intensos, abrumadores, que casi lo dejaban sin respirar, pero que lo calentaban y lo refrescaban. Besó a uno y luego a otro, sintió las manos de ambos por su cuerpo, tocando partes que le gustaba y lo hacían estremecer.
Alay lo besaba siempre con ganas y fuerzas y, de la misma manera, lo tocaba, haciéndole saber que era suyo, pero su gemelo no se quedaba atrás. No sabía en quién concentrarse realmente porque era demasiado de todo y ambos lo hacían gemir.
Entonces, mientras él estaba tirado en la cama, vio lo que ambos sacaban de su pantalón y se quedó sin aliento.
—Si ambos te gustamos, tendrás que hacerlo con los dos al mismo tiempo o por turnos —habló Alay mientras sonreía preparándose porque sabía que lo iba a disfrutar.
—Seremos buenos —le aseguró Ilay en su oído mientras comenzaba a besar su cuello.
—Y te haremos sentir bien —agregó el otro mientras besaba sobre sus costillas y las manos de ambos entraron en su ropa interior para tocar lo que el Omega tenía.
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Comments
Super coordinados 😲
2024-06-13
5
Ilay siempre amable y atento 💕
2024-06-13
1
Oye, oye, oye... sí bájale dos rayitas a tu feo trato.
2024-06-13
2