21 de Octubre
Ayer tuve mi primera sesión con un doctor que me dio mucha confianza, su nombre es Alejandro Ramírez, él no debe tener más de treinta y cinco años, y en cuanto lo vi me sentí segura y cómoda... no sé por qué, pero me recordó en parte a Luis. Tal vez tenga relación con su forma de ser y de tratarme.
En fin, de lo único que hablamos fue de los medicamentos que me dan mis padres, y me enteré que tengo solo dos prescritos oficialmente y legalmente. Algo me dice que esta pastilla que tengo en mi mano, la cual, por cierto, fingí tomármela ayer después de una buena actuación de ira descontrolada. Es la causante de mis pérdidas de conciencia.
*Te diré que al tomarme solo las otras dos pastillas y no esta, ese efecto de adormecimiento nunca me atacó, pero debí fingirlo, pues mis padres comenzaron a mirarme raro.
Hoy tengo hora con el doctor, aunque mi mamá no quería que me dieran otra hora con él, igual me la dio Claudia, pues yo me impuse y eso fue suficiente para que ella consiguiera su propósito.*
—¿Dónde puedo esconderte? —susurró al cerrar su diario—. ¡Ya sé! —Saltó de su cama y se encaramó en el ropero de pared, hasta llegar a la separación más alta y cercana al techo—. Eres mi último recurso —murmuró, mientras introducía la punta de una filosa cuchilla en la pared de poligip del fondo, hasta hacer la forma de un rectángulo—. Bien. —Introdujo casi a la fuerza los cuadernos y tapó el orificio con el mismo pedazo de poligip—. Perfecto. —Bajó con cuidado—. Ahora a la segunda parte de mi plan.
Tomó otra agenda de tapa roja, similar a la que acababa de esconder, y salió del cuarto.
A bajo se metió en la cocina y con ayuda de unos fósforos prendió el fogón más grande y en él comenzó a tirar las
hojas que arrancaba del cuaderno, hasta que no quedó ni una sola.
—¡Hija! —Verónica le gritó desde algún lugar, pues el humo era tan denso que no podía ver—. ¿Qué haces?
Sintió que le quitaban las tapas del cuaderno.
—Quemé el diario, pues ya no quiero escribir nada más sobre mi vida.
—¡Pudiste quemar la casa! —escuchó el abrir de una puerta.
—Pero no lo hice —dijo—.¿A qué hora nos vamos?
—¿A dónde piensas ir?
—A mi cita con el doctor.
—No creo que vayamos.
—¿Por qué?
—Tengo cosas que hacer.
El humo era menos denso, por lo que podía ver dónde estaba su madre.
—¿Qué cosas tienes que hacer?
—Unos trámites —le sonrió—,tu abuela Alberta vendrá a cuidarte, no quedarás sola.
—Pero ella me puede llevar.
—¡Estás loca!
—Y vuelves a repetírmelo, sabes que sí. Por algo tengo terapia con el psiquiatra.
—Lo siento, chiquita.
—No importa —aseguró saliendo de la cocina.
Su abuela llegó a eso de las dos de la tarde, justo cuando su madre servía
el almuerzo.
—Vero. —La abrazó, luego se dirigió a su nieta—. Preciosa mía. —La asfixió entre sus senos enormes, al apretarla con sus brazos—. Lo siento tanto, en serio.
—Mamá, ya siéntese —le ordenó irritada.
—Sí, hijita.
—¿Cómo te sientes, Marianita?
—Dentro de este cautiverio, bien.
—¿Y cómo llevas lo de Luis?
—¡Mamá! —intervino Verónica—. ¡No le preguntes eso!
—Pero es que las chicas quieren saber cómo está...
—¿Las chica? —repitió Mariana—. ¿Te refieres a mis amigas?
—Sí —confirmó—. Ellas quieren verte, creo que ya es tiempo de que vuelvas a verlas.
—¡Mamá, cierre su boca!
—¿Por qué la tratas así? —interpeló a Verónica—. ¡Es tu madre!
—Es que es un tema sensible para ti...
—En verdad quiero verlas, abue, tiene razón, ya ha pasado mucho tiempo y no me vendría mal volver a verlas....
Sintió que una mano le sobaba su antebrazo derecho. Al mirar en esa
dirección, vio que su madre le acariciaba el brazo.
—Hija, sé lo que es bueno para ti y volver a verlas no es lo correcto.
Mariana despertó sobre su cama, aun estaba claro y al erguirse un repentino mareo la atacó, pero aun así se levantó, alcanzando su diario comenzó a escribir.
¡Mi dios, qué dolor de cabeza! Nunca pensé que volvería a usar esa expresión tan religiosa, pero no sé cómo expresar esto... ¿Qué día es hoy?.... Lo último que recuerdo es que almorzábamos con mi abuela y mi madre la hacía callar a cada palabra que decía. En verdad, no recordaba que antes la tratara de ese modo... para qué estoy con cosas si ni siquiera recuerdo con exactitud mi vida antes del accidente, pues hay muchas partes que están borradas o bloqueadas.
Acabo de escuchar la voz de mi abuela en la primera planta y... ¡no puede ser!, esa se parece mucho a la voz de Stela. Iré a ver qué sucede.
—Hija entiende, Mariana tiene derecho a saber la verdad.
—¡No es justo que la mantenga apartada e incomunicada del mundo!
Escuchaba la discusión mientras bajaba la escalera intentando que los escalones no crujieran con su peso. Por ello, bajaba sin zapatos.
—Mariana ya ha sufrido bastante —aseguraba su abuela—,ella debe enterarse de que Luis...
—¡Cállate! —gritó encolerizada—. Ustedes, se van. —Comenzó a empujarlas—.Se van, lárguense.
—Parece que se le olvida que el responsable legal de Mariana no es usted...
—Yo soy su madre, por tanto, soy legalmente quien puede tomar las decisiones respecto a su bienestar.
—No, señora... —Stela luchaba por soltarse, mientras era empujada fuera de la casa—.Luis es el responsable legal desde que se casaron, no se haga la desentendida....
—Ese muchacho no es nada de ella.
—Luis es el marido de Mariana y desde que se casaron él pasó a ser quien debería velar por su bienestar.
—¡Ese moco está muerto!
—¿Cómo es eso de que me casé con Luis? —Su boca se movió sin que ella se lo ordenara—.¿Qué me perdí?
—¡Mariana! —Stela la observó atónita y a la vez emocionada—. ¡Mariana!
Verónica aprovechó que Stela bajó la guardia para echarla definitivamente de la casa y cerrarle la puerta en la cara.
—Hija.
—¡Ya basta! —Tenía sus manos en puños—.¡Quiero que me digas toda la verdad!
—Ya sabes toda la verdad. —Verónica se le acercaba despacio—.Luis murió en el accidente.
—¡Accidente que apenas recuerdo! —gritó—. Solo veo imágenes de un choque en su auto que ni siquiera sé si en verdad pasó.
—Marianita, cálmate. —Sacaba de su delantal la botella blanca y vertía un montón de pastillas en su mano izquierda—.Toma tu medicina.
—¡No quiero nada! —graznó, pegándole un manotazo a las manos de Verónica. Con eso consiguió botar todas las pastillas al suelo—. ¡No tomaré ninguna otra maldita pastilla que ustedes me den! —Caminó amenazante en su dirección—. Dime qué sucede...
—Mariana, cálmate....
—Me calmaré cuando comiences a decirme toda la verdad... ¿Cuándo me casé con
Luis?, ¿por qué no lo recuerdo?, ¿por qué casi todos mis recuerdos anteriores
al accidente están bloqueados? ¡Responde!
Sintió un brazo que le inmovilizaba los suyos, y una
mano que le tapaba la nariz y la boca. Entre su lucha por soltarse, aspiró y
tragó el polvo que aquella mano tenía. Con ello, poco a poco su fuerza
disminuyó, hasta que perdió el conocimiento.
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