Sus padres continuaron visitándola diariamente por alrededor de dos meses, luego de los cuales le dieron el alta y volvió a su casa. Claro, con tratamiento psiquiátrico diario y medicamentos para el control de sus crisis psicóticas depresivas.
Al entrar a su cuarto vio que las cosas en él habían cambiado. Pues sus padres se encargaron de eliminar toda evidencia de que Luis existió. Ya no estaban las fotos, ni los peluches y ni hablar del mural que ambos habían hecho juntos, pues todo el cuarto estaba pintado de morado.
Este cambio en su entorno preferido, en su refugio, no le molestó. Es más, le produjo un alivio, pues sabía que si todos esos recuerdos hubiesen estado allí cuando llegó lo más probable habría sido que otra vez perdiera la conciencia. Al menos eso creía, aunque no entendía por qué su mente reaccionaba de ese modo ante la perdida de Luis y esa incertidumbre de que en cualquier momento podría perder la noción de su realidad frente a otro hecho traumático le aterraba.
El día en que regresó a su hogar, poco a poco comenzó a inspeccionar su nueva habitación y descubrió que su laptop, diarios de vida y álbumes de fotos no estaban.
—Mamá —salió del cuarto—, ¿dónde están mis cosas?
—¿Qué cosas, cariño? —le preguntó sin perder la concentración en la decoración de la torta que cocinaba.
—¿Dónde está mi laptop, mi celular y mi diario de vida?
—Cariño —musitó dejando el lápiz decorador a un lado del pastel y luego la miró a los ojos—,no es bueno para ti utilizarlos, al menos por unos meses más.
—¡Se supone que tener un diario de vida me haría bien! —levantó el tono de su voz mientras cerraba sus manos en puños—,¡eso dijo el psiquiatra!
—Claro, cariño. —Le sonrió—.Por eso te dejé una agenda nueva sobre tu escritorio, desde hoy puedes comenzar uno nuevo.
—Espero que no los hayan leído…
—No, no lo hicimos. Despreocúpate.
—¿Por qué no puedo usar mi celular?
—Tienes muchos recuerdos de ya sabes quién en él y las redes sociales no te ayudarán mucho en eso, ya sabes por las fotos y esas cosas...
—Ok. —Volteó, aún tenía sus manos en puños—. Hay algo que me inquieta —recordó girando para ver a su madre—:¿Sabes algo de mis amigas?
—¿Tus amigas?
—Ana, Stela y Mariela, ya las conoces... ¿por qué nunca me visitaron?
—No lo sé, querida.
—Supongo que las viste en el funeral. —Su madre rehuyó, enfocando su atención en la torta—.¿Qué sucede?
—Nada.
—Mamá, dime...
—¡Oh, mira la hora! —exclamó mirando su reloj de muñeca—,ya es hora de tu medicina.
—¡Mamá, primero respóndeme!
—Ten, debes tomártelas.
Le entregó un vaso con agua y tres pastillas.
—Las detesto porque siempre me dejan dopada.
—Lo sé, querida. Pero debes seguir el tratamiento.
—Creo que lo haces para cambiar el tema —dijo después de tragarse los medicamentos—.¿Ahora me dirás qué sucede? —Terminada la oración debió sentarse, pues los efectos de las drogas habían comenzado.
—Marianita. —Su madre se sentó frente a ella y le tomó de las manos—.La verdad es que prefería no contestar esa pregunta porque no estás preparada para saber toda la verdad, no todavía.
—Aunque esté a punto de sucumbir por los efectos de estas malditas pastillas quiero que sepas que tengo el derecho de saber qué sucede y no descansaré hasta enterarme de la verdad. Así es que tienes dos opciones: responder a mis preguntas o yo las descubriré luego.
—La verdad es que no fuimos al funeral, por eso no las he visto.
—Pero ellas pudieron comunicarse con ustedes, ¿no lo hicieron? —su madre negó—.Aquí hay gato encerrado, dime lo que sabes...
Su frase se apagó lentamente junto a la noción de la realidad, pues las drogas acababan de tomar posesión de su sistema.
Las siguientes veces que intentó tocar el tema frente a su madre o su padre, ambos optaban por darle sus medicamentos y esperar a que los efectos terminaran por silenciar sus preguntas.
25 de octubre
No confío en la privacidad de este diario, por eso me he limitado a escribir muy poco y hoy no será la excepción. Solo diré que el juego ha comenzado y he comprendido que nada consigo con preguntarles a mis padres sobre mis amigas. Sé que me esconden algo y hoy descubriré qué es.
Ya no me trago el cuento de que no puedo usar mi laptop y celular porque me haría daño ver las fotos que hay en ellos y las que me pueden proporcionar mis redes sociales.
Cerró su diario y lo escondió en el único lugar que sus padres no conocían: el hoyo tras la cómoda, el cual mantenía cubierto por un póster de Beto Cuevas, su cantante preferido.
Estaba segura que aún no descubrían ese nuevo escondite, pues lo había hecho el mismo día en que regresó a casa y descubrió que su intimidad había sido profanada y todos sus escondites descubiertos.
Bajó sigilosamente la escalera, el primer piso estaba desierto. Sin dificultad abrió la puerta que daba al ante jardín. Afuera no estaba su madre, seguro se encontraba en el patio trasero, pero no se quedó para cerciorarse. Solo se limitó a salir lo más rápido de la casa.
6 de Octubre
Sé que esto es extraño, pues ayer dije que haría todo para enterarme de la verdad que mis padres me ocultan, pero hoy desperté en mi cuarto y no sé cómo llegué aquí. Ni siquiera recuerdo qué paso después de salir de la casa y... ¿salí realmente?
Esto es extraño, no recuerdo nada. Mi mente está totalmente en blanco. ¿Habré perdido la conciencia en el camino hacia la verdad? Seguramente sí, porque de otro modo recordaría lo que hice y qué sucedió.
Lo peor es que no puedo preguntarle a mis padres, ya que, seguramente, lo negarán todo y me darán esas malditas pastillas para silenciar mis preguntas.
Debo recordar a dónde fui y qué fue lo que me impactó tanto como para que otra vez haya perdido mi conciencia.... de algún modo recordaré lo que hice antes de sufrir este lapsus, no me la ganará.
7 de octubre
Durante todo el día de ayer leí cada párrafo escrito por mí en este diario y debo reconocer que no me ayudó en lo más mínimo, pues escribo solo lo justo y necesario. No hay detalles que me ayuden a recordar mis planes al salir de esta casa.
Solo agradezco a mi mente el hecho de recordarme la desconfianza que tengo hacia mis padres y lo de las pastillas. Por suerte eso lo conservo y el diario me ayudará a recordarlo si es que se me olvida en algún futuro.
Por otro lado, y ante estos lapsus sin conciencia que suelen atacarme sin previo aviso, ideé un método que me recordará lo que hice, ojalá funcione.
Escuchó un portazo en el primer piso y zapatos pisando duro en cada escalón que conducía al piso donde ella se encontraba. Su reacción fue cerrar su diario y esconderlo en el orificio tras el póster.
—No, por favor. —Escuchó las súplicas de su madre—.Ella no está en condiciones de un interrogatorio.
—Señora —repuso una voz masculina áspera y segura—,ella debe dar su testimonio.
—Pero ella está en tratamiento y…
—Conozco sus antecedentes clínicos —aseguró el hombre.
—¿Entonces por qué la expone a esto?
—Porque, casualmente, ella está en los lugares donde ocurren este tipo de accidentes.
Sacó la grabadora de voz de la gaveta de su mesita de noche y la encendió.
—Un hombre viene a interrogarme —susurró cerca del micrófono—.Por suerte te encontré. Ojalá funciones.
La depositó encendida en el mismo cajón, dejándolo entreabierto para que grabara la conversación.
20 de Octubre
Tuve otra crisis de pérdida de conciencia, y cuando desperté estaba otra vez en ese lúgubre sanatorio mental. Pero esta vez no me encontré en esa sala acolchonada con camisa de fuerza, solo miraba por la ventana hacia el jardín desde primera fila, pues estaba sentada en una cómoda silla.
La verdad no sé qué sucedió, ni cómo, ni cuándo y mucho menos qué fue lo que me causó esta nueva pérdida de conciencia. Lo que sí tengo claro es que esto es sumamente preocupante.
Ya leí lo último que escribí en este diario y con ello me enteré de que ideé un plan para recordar las cosas que haría si esto sucedía, pero no sé cuál era el plan. Así es que estamos igual que al comienzo.
Ayer en la tarde volví a casa. Mis padres me dijeron que estuve casi dos semanas internada y pensaban que esta vez no me recuperarían, pero rezaban para que volviera. Yo no creo en esas cosas religiosas, pero ellos son tan devotos y creyentes.
—Hija. —Su madre golpeaba en la puerta—.Es hora, debemos ir a tu cita con el doctor.
—Querrás decir psiquiatra —le contestó, guardando el diario en su escondite—. Ya voy.
—No me gusta que te encierres, ¿ábreme?
—Ya voy —anunció corriendo el cerrojo y abriéndole.
—¿Qué hacías? —preguntó metiendo su cabeza al cuarto.
—Solo quería un poco de privacidad, ¿ahora no puedo tenerla?
—El doctor dijo...
—Con todo respeto, mamá. Creo que ya es hora de dejar de escudarse en el doctor.
—¿Cómo dices?
—Es suficiente de avalar sus peticiones por medio de la frase «es que el doctor dijo».
—¿Qué te sucede?
—Estoy harta, mamá.
—¿Harta de qué?
—De que cada vez que les pregunto algo me silencien dándome los medicamentos, de que insistan en profanar la poca privacidad que tengo en mi cuarto y que me mantengan incomunicada y presa en esta casa.
—¿Presa?
—¡Por favor! ¡Si ni al patio trasero me dejan sacar la nariz! —Tiró un resoplido—. Solo falta que tapicen la ventana de este cuarto y entonces me tendrán 100 % prisionera.
—¡Hija!
—¿Qué? Sí es cierto... antes que sucediera todo esto mi ventana no estaba enrejada y ahora lo está.
—Es por tu seguridad...
—Vámonos, prefiero respirar un poco de aire fresco de camino al auto. —Salió cerrando la puerta—. ¿Qué
esperas? —Le preguntó, aunque intuía que quería quedarse un rato en el pasillo con el propósito de entrar y hurgar en sus cosas.
—Nada, cariño. —Le sonrió—. Espérame en el living.
—Prefiero esperarte en mi cuarto. —Le contestó devolviéndose—.Me avisas cuando estés lista y yo bajo.
—Mejor bajemos de una vez. —Su progenitora pasó por su lado y comenzó a bajar la escalera—.Vamos.
—Claro.
Al intentar abrir la puerta del comedor se percató de que estaba cerrada con llave.
—Voy por un abrigo —le anunció su madre—. ¿Quieres algo?
—Solo salir de aquí.
—Ya regreso.
Se dejó caer sobre un sofá y prendió la televisión con ayuda del control remoto. Comenzó a ver la parrilla de programación y se decidió por un canal, en el cual estaban pasando videos de gente y animales en situaciones «chistosas».
—¿Cómo pueden reírse de la desgracia ajena? —rezongó y miró el reloj de la pared. Ya habían pasado diez minutos desde que su madre se fue por un «abrigo»—. No me huele bien.
Se levantó y caminó hacia el cuarto de su madre, pero al entrar en él no la encontró.
Miró hacia su espalda y como no vio a nadie, optó por cerrar la puerta tras de sí.
¿Sería el momento ideal para hurgar en sus cosas y encontrar las evidencias que deseaba?
Miró en derredor, todo estaba tal cual lo recordaba. Entonces abrió las puertas del ropero e inició la búsqueda por todos los cajones que pudo abrir, pero no encontró nada.
Colocó una mano sobre su frente y tiró un resoplido. Ya estaba cansada y no tenía claro qué buscaba exactamente.
—Un momento. —Miró hacia el único cajón que no abrió—.Falta uno.
Colocó una silla y subió en ella. Ganó la altura que le faltaba para alcanzarlo, pero no pudo abrirlo, pues estaba cerrado con doble llave.
—Secretos, ¿eh? —Bajó de la silla—.Veremos qué hay aquí.
Por suerte recordaba dónde guardaban las llaves de ese cajón, el punto era que ahora permanecía cerrado y antes siempre estaba abierto.
Se arrodilló y metió sus brazos bajo la cama. Ellos también tenían su escondite bajo la tabla suelta del piso. La corrió y sacó un cofre, el cual salió acompañado de una grabadora de audio.
—Mi grabadora —musitó—.¿Qué hace aquí?
La escondió rápidamente en el bolsillo interno de su capucha, y procedió a sacar las llaves del cofre.
—¡Excelente! —susurró para sí, mientras se subía a la silla—.Esta oportunidad no creo que se repita, ojalá encuentre algo.
Con dedos torpes introdujo la llave en la cerradora y tras dos vueltas se abrió. Ansiosa introdujo sus manos y una se topó con un artefacto duro, el cual al tacto le era familiar. Mientras que la otra tocaba cuadernos.
Sacó sus manos: en la izquierda mantenía su celular y en la otra uno de sus diarios de vida, casualmente era el último que escribió antes de que todo esto sucediera.
Estos hallazgos le produjeron euforia y a la vez miedo. Aun con esa mezcla de emociones quiso seguir con la búsqueda de la verdad y los guardó en sus bolsillos internos.
Luego sacó sus otros diarios, pero no podía llevárselos, pues de seguro sus padres revisaban ese cajón y descubrirían que alguien los sacó, además no tenía dónde ocultarlos hasta llegar a su pieza. Así es que le pasó el seguro, al cajón, con doble llave y cerró el armario, luego la dejó en el cofre y este bajo la tabla del piso.
Ahora quedaba descubrir dónde se encontraba su madre.
Salió del cuarto y sigilosamente subió la escalera que daba al segundo piso. Cuando estaba a punto de alcanzar el pomo de su puerta, escuchó un portazo proveniente del interior de la misma y el piso se estremeció.
Entonces abrió la puerta y entró. Estaba algo sobresaltada y respiraba de manera agitada. Le pasó el cerrojo y comenzó a mirar cada rincón del cuarto hasta que sus ojos se detuvieron en el póster, este estaba suelto. Al acercarse vio que en la cinta adhesiva quedaban residuos de la pintura de uñas que su madre usaba.
Definitivamente había estado allí, pero por dónde entró y cómo salió, le intrigaba. Estaba segura que la puerta que escuchó cerrarse estaba por algún lado de esta habitación y debía descubrir dónde.
—Marianita, querida. —Escuchó el llamado de su madre proveniente de la escalera—.¿Estás en tu cuarto?
—¡Sí! —le gritó y abrió la puerta—. Me aburrí de esperarte y subí —dijo, mientras bajaba a toda prisa la escalera—.¿Vamos?
—Claro.
Su madre abrió la puerta del comedor y salieron al patio delantero.
—Marianita, camina —le pidió—. No te quedes atrás.
—Déjame respirar un poco.
Mariana irguió su espalda, estirando sus brazos por sobre su cabeza, mientras respiraba profundamente.
Al abrir sus ojos se dio cuenta de que su madre la observaba desde el interior del automóvil con esa mirada que
a ella le producía incomodidad.
—Mariana, sube de una vez —le ordenó con su cara de malas pulgas—.Ya vamos atrasadas.
—Eso no es mi culpa —dijo aproximándose al vehículo—.Tú te fuiste no sé a dónde...
—Solo súbete.
—¡Ash!, que malas pulgas andas hoy.
Se subió en la parte trasera del automóvil y su madre tuvo que estirarse para cerrar la puerta del copiloto, pues la había abierto para que su hija se subiera.
Durante todo el viaje ninguna se dirigió la palabra. Eso a Mariana no le molestaba, ya que solo deseaba sentir el aire golpeándole el rostro. Ese sueño lo realizó durante todo el trayecto hacia su cita con el psiquiatra; y, por otro
lado, no tenía ganas de hablar.
El aire golpeándole el rostro le producía placer y sosiego. La hacía sentirse viva y libre. Aunque tenía claro que, en realidad, su vida era un absoluto cautiverio desde que despertó después del accidente. Recordar eso le produjo amargura y unas imágenes aparecieron en su mente.
Estaba con Luis en su casa. Él le sostenía el rostro y la miraba preocupado. Ella se sentía mareada y un sopor helado le recorría cada rincón de su cuerpo.
—Sácame de aquí —le pedía casi sin voz—.Me siento mal.
—Mariana, Mariana —escuchaba la preocupada voz de Luis y veía como sus labios se movían—. Mariana...
—¡Mariana, ya despierta! —Su madre la zarandeaba en el asiento desde el exterior del auto con la puerta, junto a ella, abierta. La aludida miró su entorno, dándose cuenta de que estaban en el estacionamiento del sanatorio—: Sal del auto ahora.
—¿Qué te sucede?
—Nada... es solo que me… no me hagas caso.
—Entonces me quedo en el auto —bromeó.
—No te pases de lista —refunfuñó entre dientes— y bájate de una vez.
—Ok.
Salió del auto mientras su madre cerraba la puerta y le ponía la alarma contra robos al mismo.
La chica, luego, le siguió los pasos hacia el hospital. Aunque se sabía el camino, prefería seguir a su madre, pues si iba tras ella podía darse el lujo de caminar más lento y disfrutar del calor que le proporcionaba el sol, y sentir la brisa cálida del viento primaveral.
—Buenos días, señora Verónica —la saludaba la secretaria tras el mueble de recepción—, viene un poco atrasada a su cita.
—Sí, lo siento mucho.
—El doctor Opazo se fue hace quince minutos.
—¡Oh, qué mal!
—Pero el doctor Ramírez puede atenderla.
—No, no —negó Verónica—,mejor deme la hora de atención más próxima que tenga …
—El doctor Ramírez estará reemplazándolo por alrededor de un mes, puesto que el doctor Opazo tuvo un viaje imprevisto a Holanda y la hora más cercana con él podría ser el quince de diciembre —le informó, revisando en su computador—.Es mucha espera para su hija.
—Prefiero esperar...
—Mamá, no me molesta que otro doctor me atienda —la atajó Mariana—. Total, todos son iguales.
—Bien, pues iré a avisarle al doctor —dijo, saliendo del mostrador—.No tardo.
—¿Por qué me miras así? —la interpeló, pues su cara de escandalizada la incomodaba—.Das miedo, ¿te lo han dicho?
—Es que el doctor Opazo te ha tratado desde tu ingreso al sanatorio y un cambio tan repentino podría causarte más inestabilidad, inseguridad y desconfianza...
—No te ofendas, pero quien, en estos momentos, me está causando desconfianza eres tú.
—¿Yo?
—Sí, primero con los repentinos cambios de humor que has experimentado hoy y segundo con esta forma rara de reaccionar al enterarte de que no me atenderá ese doctor. Cualquiera pensaría que ocultas algo.
—¿Yo? … qué locuras dices, Marianita...
—Seré entonces una loca paranoica —bromeó—, pero juraría que tienes miedo.
—Ay, hija. —Hizo un ademán con sus manos—. Que historias te inventas...
—El doctor Ramírez te espera, Mariana.
—Espere. —Las detuvo Verónica—. Quisiera hablar con el doctor antes que Marianita entre para explicarle...
—El doctor ya leyó su ficha clínica, no se preocupe.
—Pero, yo...
—Mariana, mucho gusto. Ven, entra.
El doctor acababa de abrir la puerta de su oficina y la invitaba a entrar con un ademán amigable acompañado de con una sonrisa sincera y cálida. Lo que a la chica le provocó, de inmediato, confianza.
Era un tipo de estatura promedio, tes blanca, iris café y cabello castaño levantado en un jopo. Una capa blanca le cubría hasta las rodillas y su perfume era mentolado.
—¿Cómo te sientes hoy? —le preguntó besándole una mejilla—. Adelante.
—Doctor. —Se inmiscuyó Verónica entre los dos—.Quisiera hablar con usted antes que comience con esta sesión...
—Tranquilícese. —Le sonrió carismático—.Su hija está en buenas manos.
—Pero es que...
—Mamá, no te preocupes estaré bien. —Miró al doctor—.Él me da más confianza que el doctor Opazo.
—¡Eso está muy bien! —enfatizó con optimismo—. Hemos comenzado con el pie derecho entonces. ¿Ve, señora Verónica? No tiene de qué preocuparse, estará bien su hija. —Miró a Mariana—.Comencemos, pues. —El doctor Ramírez cerró la puerta sin más—. Bien, toma asiento. —La invitó con un ademán—. ¿Cómo te has sentido estos días?
—¿Si le digo la verdad usted se lo dirá a mis padres?
—Existe algo llamado secreto profesional.
—El otro doctor le contaba todo a mis padres después de cada cesión.
—Nosotros estamos autorizados a romper el secreto profesional si la vida de nuestro paciente está en riesgo.
—Usted me da confianza, pero quisiera que me prometiera que no le contará a mis padres.
—Te prometo que lo que digas en esta sala y durante nuestras cesiones no lo divulgaré al mundo, eso incluye a tus padre, a menos que el no hacerlo te ponga en peligro —prometió con su palma derecha levantada y una amplia sonrisa iluminándole el rostro—.Es una promesa.
—¿Qué es para usted, exactamente, algo que me ponga en peligro?
—Depende del contexto —contestó sentándose en un sillón, frente a ella—.Pero resumiéndolo serían pensamientos que atenten contra tu integridad física y vida.
—¿Se refiere a heridas autoinfligidas? —él asintió—.Despreocúpese, eso no ha ocurrido y no ocurrirá.
El tomó entre sus manos la ficha clínica y la hojeó.
—Dime, ¿cómo te has sentido con tus medicamentos?
—Dopada.
Ramírez rio por lo bajo.
—Entiendo. —Tragó saliva—. Son los efectos en un principio, pero ya llevas casi dos meses y eso debe ir disminuyendo.
—Pues eso no ha cambiado, aunque puede ser porque me dan todas las pastillas juntas.
—¿Te las dan todas de una vez?
—Sí.
—Mm... —exclamó mirando los papeles—. Tu tratamiento consta de una Cymbalta de 60 mg y una Seroquel de 150 mg cada doce horas.
—Sí, esas dos, pero falta una.
—¿Una?
—Sí, mis padres me dan tres pastillas.
—¿Cuál es el nombre del medicamento que no nombré?
—No lo sé —contestó—, el envase es una botellita plástica de color blanco.
—¿Qué color tienen?
—No lo sé, porque son capsulas.
—Capsulas, ¿eh?
—Sí.
—¿Y esa pastilla te la dan cada doce horas?
—En general, cada vez que hago demasiadas preguntas.
—¿O sea que no regularmente?
—No. —Se irguió en su silla—.Ahora que lo pienso, eso es bastante raro.
—Tal vez sea un medicamento que el doctor te recetó en casos especiales.
—¿Cómo para cuáles?
—Si te la suministran cada vez que haces muchas preguntas debe ser para controlar tu ira en casos especiales.
—Puede ser.
—El doctor debió olvidar escribirla aquí. —Sacó la cabeza de los papeles—. Le pediré a Claudia que la verifique en el sistema. —Se levantó y apretó un botón en el teléfono—.Claudia.
—¿Sí, doctor? —se escuchó la voz de la secretaria saliendo del artefacto.
—Busca en el sistema todos los medicamentos prescritos a Mariana, por favor.
—Están todos especificados en la ficha que le entregué.
—Creo que el doctor olvidó uno, por favor, busca.
—Lo haré, pero estoy segura que están todos en la ficha que le entregué.
—Mariana —dijo acercándosele—,¿puedes recordar el nombre de esa pastilla?
—Ya le dije, en el envase no sale nombre.
—¿Y tus padres nunca te han dicho su nombre?
—No, de hecho, no me han dicho el de ninguna. Sé los nombres de las otras porque los he leído de sus cajas —él asintió.
—Doctor. —Se escuchó, nuevamente, la voz de Claudia saliendo del altavoz—.Ya busqué y, como le dije antes, aparecen dos medicamentos: Cymbalta de 60 mg y Seroquel de 150 mg que deben ser suministradas cada doce horas.
—Haciendo memoria —recordó Mariana—, ayer escuché a mi madre decirle a mi padre que quedaban pocas «Escopolaminas», tal vez se referían a esas pastillas, ¿podrías ser?
—Hagamos algo. —Su cara de preocupación cambió drásticamente a una sonrisa sincera—: Le diré a Claudia que te dé una hora para mañana para que me traigas una de esas pastillas de «Escopolamina», ¿lo harías?
—Por supuesto.
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Comments
Arianna Soto
Desde luego es intrigante. El hecho de que los padres estén drogando a su propia hija (si es que lo son) es inquietante. Imagino que algo quieren sacar de ella... 🤔
2023-02-24
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