Desazón
Mariana miraba por la ventana de su habitación, fuera comenzaban a caer las primeras gotas de una lluvia anunciada en la televisión.
Mientras sus ojos deambulaban sin rumbo por el asfalto mojado su mente iniciaba un paseo por los recuerdos de un amor que había terminado abruptamente hace solo unos meses atrás.
Su historia había sido tierna y especialmente romántica, pero el destino se encargó de separarlos para siempre. Aunque ella deseaba con todas sus fuerzas que todo volviera a ser como antes, no podía cambiar el presente y solo tenía sus recuerdos, recuerdos que atesoraría por el resto de sus días.
Luis había sido su primera pareja, con él sintió sus primeras mariposas en el estómago, dio su primer beso y conoció los placeres carnales de un amor intenso y romántico en todo su esplendor.
Cada día, al despertar, miraba por la ventana rememorando todas esas caricias, todos esos besos y todas esas palabras apasionadas que la hacían estremecerse cada vez que su amado se las susurraba al oído.
El punto era que ahora no estaba y solo le quedan esos recuerdos hermosos y a la vez tristes, ya que el solo hecho de verlo en su mente y no poder volver a tocarlo, a besar esos labios, a acariciar su piel y a oler su perfume la desesperaba. Muchas veces después de perderlo y ver esas imágenes en su mente se sumía en la depresión más profunda, llorando y pegándole a todo lo que tenía en frente mientras gritaba enloquecida.
Cuánto había sufrido todos estos meses, pero al fin comenzaba a superarlo y recordar cada momento que vivió a su lado sin la amargura de su pérdida irreparable.
Cuando despertó en el hospital, en un comienzo, no lograba enfocar las imágenes. Hasta que tras algunos pestañazos dejó de ver manchas negras en un fondo blanco y pudo distinguir claramente que estaba sola en una habitación, a su derecha una bolsa de suero colgaba de un atril y permanecía conectado a su brazo. Levantó su mano libre y vio que en su índice derecho tenía instalado un artefacto blanco; al tocarse la cara con esa misma mano se percató de que unos tubos finos le rodeaban sus mejillas y entraban por sus orificios nasales. ¿Qué era todo eso?, ¿por qué estaba allí? Fueron sus primeras preguntas, las que su propia mente respondió tras la
repentina aparición de imágenes que le recordaron «el accidente».
¿Cómo se encontraría Luis?, saber sobre su estado era su prioridad. Por lo que se quitó todos los artefactos que tenía encima mientras se sentaba sobre la cama. Al intentar pararse sus piernas no le respondieron, por suerte un mueble estaba cerca y consiguió afirmarse de él.
—¡Señorita! —Sintió unas manos rodeándola—.No debe levantarse...
—¡No, suélteme!
Intentó resistirse, pero no tenía fuerzas y fue rápidamente reducida e introducida bajo las mantas de la cama.
—¿Dónde está Luis?... Necesito saber de él... ¿Cómo está?
La enfermera la miró temerosa.
—No estoy autorizada para darle esa información —contestó—.Usted no es familiar cercano y...
—Yo tuve el accidente junto a él y es mi novio.
—No existe ningún papel legal que diga que usted es familiar de aquel joven —repitió.
—¿Cómo está?
—¡Marianita!, ¡hija al fin has despertado! —Su madre entraba al cuarto seguida de su padre—. Estábamos tan preocupados...
—¿Cómo está Luis? —la atajó—. ¿Ha despertado?, ¡quiero verlo!
Sus padres compartieron una mirada de complicidad que era una mezcla de miedo, inseguridad y resignación.
—¿Qué sucede?
—Hija —pronunció su padre con voz seca—, Luis ya no está con nosotros... él pereció en el accidente y sus funerales fueron hace más de dos meses atrás.
—¡¿Qué?!
—Hija —escuchó la voz de su madre a lo lejos—, hija...
Después de esa brutal información no recordaba nada. Fue verdaderamente un lapsus de tiempo en que su mente se perdió y no supo más de la vida hasta que un día despertó acostada sobre un suelo extremadamente blando en un cuarto de cuatro paredes blancas. Allí, al intentar moverse descubrió que sus brazos estaban inmovilizados por una ajustada camisa de fuerza.
Mariana intentó erguirse, pero la camisa estaba tan apretada que no se lo permitió, haciéndola caer sobre su espalda. En ese momento la puerta se abrió dejando ver a una enfermera, la cual traía una bandeja con el desayuno. La profesional la dejó sobre el suelo y procedió a levantar a su paciente, acomodando su espalda en la pared.
—¿Desde cuándo estoy aquí? —le preguntó cuando le acercaba una taza con
boquilla plástica—,¿lo sabe?
—¿Recuerdas cuál es tu nombre? —le preguntó la mujer un tanto sorprendida.
—Mariana Campos.
—¿Tu edad?
—Diez y nueve años.
—Hablaré con el doctor —dijo parándose y saliendo del cuarto a toda
prisa con la bandeja entre sus manos.
Al cabo de un rato, que le pareció eterno, un enfermero fue por ella y la llevaron a una sala donde un siquiatra la interrogó durante horas, al cabo de las cuales fue trasladada a una sala común con otros enfermos y no volvió a
pisar ese cuarto blanco. Aunque habría preferido seguir en él, pues el estado de demencia de sus nuevos compañeros la sobrecogía y en otros casos la asustaba.
Pasados cinco días de haber recuperado la conciencia, recibió la primera visita de sus padres. Verlos esperándola sentados en una banca en el jardín del sanatorio la quebró por un instante, pero logró recomponerse antes de que la vieran.
—Hijita —dijeron al unísono, envolviéndola en un abrazo grupal.
—¡Mamá, papá! —musitó entre aquel abrazo afectuoso—,¿qué sucedió?, ¿por qué estoy aquí?
—Bueno —comenzó su padre—,creo que debemos comenzar por saber qué es lo que recuerdas tú…
—Lo último que recuerdo es cuando me informó de la muerte de Luis —pronunciar ese nombre le hizo sentir un nudo en la garganta—.Después de eso, solo...solo recuerdo que mamá me hablaba y mi mente se desconectaba lentamente.
Sus padres compartieron una mirada de preocupación.
—Detesto cuando se miran así —expresó—.Siempre que lo hacen es un indicio de malas noticias. ¿Qué sucedió después?, ¿pueden decirme?
—No sabemos si podemos hacerlo. —Su padre tragó saliva—.El doctor nos dijo que estabas en proceso de recuperación y que cualquier...
—Al menos díganme cuanto tiempo llevo aquí, ¿puede ser?
—Un mes y dieciséis días —respondió su madre—.En verdad creímos que no volverías, pero nos alegra que hayas vuelto, querida.
—¿Qué hice en el hospital?
—No podemos...
—¡Necesito entender la razón por la que estoy aquí y por qué estaba en una sala acolchonada con una ajustada camisa de fuerza!
—Cálmate, cálmate —le pidió su madre abrazándola—,no te descontroles, por favor.
—¿Tuve un ataque de ira?
—Hija —la llamó su padre tomándole de las manos cuando su madre la dejó en libertad—,me he sentido terrible.
—¿Por qué?
—Porque no tuve tacto para contarte de una manera menos brutal sobre la muerte de Luis.
—Les pediré que no lo mencionen. —Le soltó las manos—. Aún no lo supero y escuchar su nombre. —Se tapó la boca—. Me es insoportable...
—Hijita. —La abrazó nuevamente su madre—. Lo sentimos.
—¿Cómo fue mi ataque de ira?
—Extraño —opinó la mujer—,pues pareció que por unos minutos tu mente se fue, el brillo de tus ojos se opacó y de pronto saltaste de tu cama y comenzaste a pegarle a todo… rompiste no sé cuántos objetos y sacaste una
fuerza descomunal... le pegaste a la enfermera cuando trató de reducirte y tu padre intentó detenerte, pero esa fuerza...
—Finalmente dos encargados de seguridad pudieron contra ti mientras un
enfermero te inyectaba un sedante.
—¿Cómo está esa enfermera?
—Está bien —le informó el hombre.
—Si está bien, ¿por qué estoy aquí?
—Porque era el procedimiento habitual —aseguró su madre—. Además, cuando volviste a despertar mirabas el vacío, no hablabas ni reconocías a nadie.
—Cuando salga de aquí quiero verla y disculparme.
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Comments
Arianna Soto
Empiezo la primera parte, gracias por compartirla 👍🤗
2023-02-23
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