Capítulo 8

Después del paseo y de conocer la casa, me siento cansada, hemos caminado mucho. Me siento en uno de los bancos de la hermosa veranda frontal y me quito las botas, ya que, al ser una hacienda, se me recomendó usarlas siempre para no ser sorprendida por algún animalillo indeseado.

Ciri fue a buscar una bebida refrescante para nosotras.

Entonces estiro las piernas y reclino la cabeza hacia atrás, sintiendo la brisa suave de esa mañana tocando mi rostro con delicadeza.

Casi llego a dormitar.

- ¿De dónde saliste\, muchacha?

La pregunta me toma por sorpresa, así que abro los ojos y ahí está Sebastián, parado frente a mí con esa mirada intimidante que tanto me molesta.

Tardo un poco en ubicarme; entonces lo miro desde abajo sin dejarme intimidar.

- De Valedouro\, en el norte del país\, la ciudad natal de tu padre. ¿No te lo contó ayer?

- Quiero saber cómo llegaste aquí y qué pretendes. Porque enamorada de mi padre sé que no estás y con la edad que tienes solo me viene una cosa a la cabeza:

Eres una interesada y aprovechada. Pero yo no te dejaré dominar los espacios, de eso puedes estar segura.

- ¿Y quién te ha dicho a ti que quiero dominar espacios? Solo soy su mujer y eso es todo. ¿Acaso no puedes creer que tu padre pueda ser feliz incluso con una chica como yo?

- ¿Feliz? ¿Crees que eso es lo que él quiere? Creo que tiene otros intereses que no incluyen felicidad. Los placeres de un cuerpo joven y caliente en su cama\, quizás...

Él se burla.

- Y si es así\, ¿qué te importa a ti?

Nuestro diálogo es gélido, aunque el calor que siento subir por mi cuerpo cuando lo encaro es intenso y lleno de indefiniciones.

Sebastián se sienta frente a mí, en una de las sillas de descanso y cruza las piernas de manera elegante, inclinándose hacia atrás. Así, con la luz del día puedo analizarlo mejor.

Hermoso en la definición más plena de la palabra. A pesar de la arrogancia que aplaca sus rasgos perfectos.

Tiene un cabello sedoso, largo hasta los hombros, hebras lisas y sueltas. El rostro angular, con mandíbulas potentes y labios delgados, de color rosado, y dientes alineados, sin imperfecciones y muy blancos. Alto y esbelto, pero con brazos fuertes que se aprietan contra la camisa blanca de lazo abierto, dejando ver su pecho definido. Incluso con el abrigo se puede constatar su definición. Los pantalones ajustados con botas de caña alta, aunque no quisiera, es imposible no notar el bulto en sus pantalones. Hombres como él disfrutan exhibiendo y marcando bien su virilidad.

Igual que las mujeres con sus pechos.

Las manos grandes que gesticulan mientras habla, y la piel de un tono claro pero no demasiado pálido, lo que indica que pasa mucho tiempo al sol. La voz grave y con un timbre firme, y esa mirada que parece querer aplastarte de verdad. Barba por hacer, y esos ojos azules infinitos que me observan. Si pudiera, me sumergiría en ellos...

Tiene una actitud de rebelde sin causa, provocador y sensual al mismo tiempo. Siempre que termina una frase, veo su lengua rosa recorrer sus labios.

No sonríe mucho, pero si sonriera, estoy segura de que ahí habría un hoyuelo.

No suelo fijarme en los detalles masculinos, porque no es propio de una dama, como mi madre me enseñó, pero su tipo es de esos que nunca, nunca pasa desapercibido.

Observo discretamente sus muslos fuertes comprimidos en el pantalón. Parece que sigue mi mirada.

Y rápidamente cambia el tema de la conversación.

- ¿Te gusta lo que ves\, señora Montanese?

Su mirada atenta me toma de nuevo por sorpresa.

- ¿De qué habla\, señor Sebastián? - le miro a la cara\, porque sé que mi rostro está sonrojado por mi breve análisis de sus atributos.

Simula una risa, pero no abre la boca. Solo coloca su mano sobre los pantalones y se toca frente a mí. Ese gesto tan masculino que hace que las mujeres se abaniquen con un abanico. Si tuviera uno de los míos, seguro que me estaría abanicando ahora.

- ¿De tu análisis de mi cuerpo\, crees que no me di cuenta? ¿Estás haciendo una comparativa entre mi padre y yo? Si es así\, ya tienes tu respuesta: soy el Montanese más viril. Y en experiencia no le cedo nada\, a pesar de que él es... digamos... más... senil.

Suspiro ruidosamente. ¡Qué atrevimiento!

Cierro la expresión.

- Sepa que está equivocado. No hice ningún análisis y si lo hiciera\, sin duda usted saldría perdiendo porque\, a pesar de ser senil\, como dice\, su padre es bastante viril y en "atributos"\, como los llama\, no me deja nada que desear.

Se ríe por primera vez. La cara más desvergonzada y descarada que jamás he visto.

- ¿Viril\, mi padre? Ay\, señora Adelaide. No me haga reír. No sé qué te llevó a casarte con él\, pero seguro que no fue su jovialidad. Sí\, quizás tenga algo de experiencia\, pero una chica joven\, sexy y ardiente como tú\, no es cualquier hombre el que puede satisfacerla... y él seguramente no lo hará. Si necesitas el Montanese más joven estará aquí. Soy de los que dan la talla\, varias veces si lo deseas. Y en una sola noche.

Qué descaro, habla de manera sensual y sin ningún pudor, ¿insinuándose a la mujer de su padre sin apenas conocerla? Qué falta de respeto. Creo que lo que realmente quiere es provocar porque sabe que seguro comentaré con el señor Otto.

Le miro de manera incisiva al muchacho burlón.

- Seguramente no necesitaré y si un día considerara esa idea\, usted sería el último hombre en la tierra con quien me acostaría. Arrogante y precipitado como es\, la única certeza que tengo es que... fallaría conmigo\, cosa que con su padre y te lo digo con presteza\, no sucede.

Si quiere pelea, la tendrá. Soy una buena chica, pero si me provocan no me quedo quieta, sobre todo cuando veo a un hijo tan malcriado. No voy a dejar que humille así a su padre. Y menos que me hable de manera tan indecente.

Se levanta y se pone de pie justo frente a mí, miro hacia arriba porque si mirara hacia abajo seguramente tendría que enfrentar su volumen en los pantalones.

Creo que eso es lo que quiere. Sebastián parece ser del tipo libertino en el más alto grado de la palabra y disfruta exhibiéndose. ¿Realmente piensa que va a alterarme con ese juego sucio y tratando de rozarse descaradamente en mi cara?

- Ven conmigo a la habitación y te mostraré quién es el impotente aquí.

Nuestra conversación ha tomado un rumbo muy personal y ahora ofensivo. ¿Qué tipo de hombre es capaz de decir esas palabras tan íntimas y vulgares a la nueva madrastra a la que acaba de conocer?

También me pongo de pie para enfrentarlo mejor. Soy pequeña frente a su alta estatura. Pero no aparto la mirada.

- Gracias\, pero no tengo ganas de decepcionarme hoy\, y... tu padre ya cumplió su papel esta noche.

Le sonrío victoriosamente cuando me doy cuenta de que lo he desarmado.

Ciri llega con la bebida y yo agarro un vaso.

Él extiende la mano frente a mí.

- ¿Ves esta mano? Aún vas a comer aquí - toca la palma con el dedo - lamer los labios y pedir más. No conozco a ninguna que no quisiera. ¿Piensas que porque eres "su mujer" vas a ser la excepción?

Ya basta. Mi rabia sube. Vierto la bebida entera sobre él, dejándolo empapado y con esa cara de prepotencia enfurecida.

Sebastián no se mueve, pero veo su mirada fulminante que quiere devorarme por la actitud inesperada y atrevida.

- Para apagar tu fuego\, señor Sebastián\, con permiso\, mi marido\, viril y apetecible\, acaba de llegar.

Salgo para encontrar al señor Otto que, de hecho, acaba de llegar. Y siento el resoplido enojado detrás de mí, y Ciri se ríe disimuladamente de la escena, pues astuta como es, ya debió haber captado la temperatura acalorada de nuestra discusión.

¿Quién se cree ese pretencioso imbécil?

Cuando baja del caballo, mi esposo nota mi gesto cariñoso. Habíamos acordado no tener toques ni gestos íntimos entre nosotros. Pero disfrutaría ver la furia en la mirada del hijo al ver a su joven y bonita esposa besando sus labios con pasión ahora.

Él se ríe sin entender del todo, pero creo que le gustó mi actitud.

Estoy descalza y el señor Otto, al notar mis delicados pies protegidos solo por una media tocando la fría hierba, me levanta en brazos.

- No debes caminar así aquí\, no me perdonaría si un animal atrevido te lastimara.

Me lleva hasta la cima de la escalera de seis escalones y ve a Sebastián empapado, con las manos en la cintura mirándome.

- Aunque sé que hay bestias mucho más peligrosas justo aquí.

Lo dice con doble sentido. Probablemente ya conoce la desvergüenza de su hijo y eso fue para mostrar que sabe que su presa ya está siendo observada por otro. Y que la dificultad del acceso ya le ha molestado.

- Gracias\, esposo\, tu gentileza me encanta.

Sebastián se seca los ojos con la manga de la chaqueta y se dirige a su habitación.

Esto va a ser más difícil de lo que imaginaba. La adorable señora Adelaide Montanese no tiene nada de tonta, y provocarla va a ser como un disparo en el pie, o el que sale por la culata. Si quiere molestar a su padre a través de ella, tendrá que cambiar de táctica, y rápido.

Sebastián entra en casa pisando fuerte y ya gritando llama a su sirviente personal, dejando alborotados a todos los demás. Pocas cosas lo alteran tanto. Y saben que cuando esto sucede, alguien tendrá que pagar.

- ¿Frederico\, dónde estás?

- Aquí estoy\, señor.

El muchacho llega sin aliento.

- Prepárame un baño\, inmediatamente.

- Sí\, señor.

Sale rápidamente para llamar a los sirvientes con el agua. El patrón está enfadado y eso no es buena señal.

Sebastián da vueltas en la habitación como un animal enfurecido.

- Qué muchachita atrevida esa tal Adelaide...

También yo la provoqué. Pero solo quería saber hasta dónde llegaría. Porque vi la forma en que me analizó. Conozco bien las miradas de las mujeres y aquella quería ver mucho más allá de mi ropa, seguro. Si se casó con mi padre por interés, se lo demostraré a él, o mejor aún, se lo restregaré en la cara. Si piensa que traer a esta chica aquí le permitirá mandar en todo, está muy equivocado, yo la pondré en su lugar.

Se sacude la cabeza, tratando de contener su ira. Ha estado así mucho últimamente. Todo lo perturba. Y provocar a su padre es solo una forma de escape. Sabe que él tuvo la culpa de lo que pasó y castigarlo parece aliviar el peso de ese hecho. Y alguien tiene que pagar. Ya que a Beni no le afectan sus provocaciones, desestabilizar a Otto parece la mejor opción. Después de todo, él también tuvo culpa en lo que pasó, en gran parte, pero la tuvo.

Fue la bala que lo alcanzó.

Se tira en la cama, suspirando para calmarse.

- Esa chica me pagará. ¿Quién se cree? Apenas ha dejado los pañales y ya piensa que tiene experiencia en la cama con hombres. Casada solo desde hace una semana\, ¿cree realmente que el sexo es lo que el viejo Otto piensa que hace con ella? Haré que se trague sus palabras\, y sí\, comerá de mi mano y\, de paso\, me vengaré de él por haber sido el catalizador de la huida de Luise.

Ya perturbé muchos matrimonios por ahí y el de él no será diferente.

No sé cuál es su verdadero plan, pero si piensa que con traer a esta chica me hará irme, está muy equivocado. Ahora es cuando no me iré. Me quedaré aquí y haré que la vida de estos dos sea un pequeño infierno.

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Comments

Mari carmen Castillo Benítez

Mari carmen Castillo Benítez

Me está encantando está historia /Drool/

2024-04-30

0

Graciela Peralta

Graciela Peralta

que haran los hijos ahora contra ella

2024-04-17

0

Luz Maria Rodriguez Felix

Luz Maria Rodriguez Felix

Muy bien Adelaide no te dejes del machito que sólo quiere fastidiar a su padre, que bueno que te defendistr de él no se lo esperaba por eso está furioso 😂😂😂😂

2024-04-14

0

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