He venido por ti.

Pov Mikha'el.

Mi nombre es Mikha'el, soy el ángel de la muerte, uno que se viste de compasión y da muerte digna a aquellos que lo merecen, pero cuando la hora de un ser despreciable llega, me encargo de hacer más agónico el momento, puedo ser diez mil veces más cruel que el mismo demonio, y esta noche saldré de paseo, voy de casería.

— ¡No... por favor, mamá está a punto de llegar... esta noche no! — Grita aquella joven aterrada mientras su padrastro toca su cuerpo y rompe sus prendas.

— ¡No finjas, sé lo mucho que disfrutas! — Lo observo detenidamente esperando el momento adecuado. Y es justo cuando levanta la mirada que se encuentra conmigo. Sus ojos parecen querer saltar de sus cuencas y su cuerpo se paraliza. La chica, para quien no soy visible, aprovecha el momento y sale corriendo de la habitación.

— ¿Quién? ¿Quién eres tú? — Me señala preso del miedo.

— Lo miro y sonrío, pero mis ojos no muestran ninguna emoción. — Ve... vete de mi casa. — Camino al lado de él y solo me basta con decir un par de palabras para que el miserable se orine.

— Sígueme. — Aunque su mente se niega, su cuerpo me obedece.

— Tú... tú eres...

— Sí y he venido por ti.

— No... por favor... dame una oportunidad.

— ¿Cómo te gustaría morir? Puedo usar a mi perro, hace un par de días que no le doy de comer; puedo dejarte encerrado en un lugar sin oxígeno, esa idea no me emociona mucho; también conozco a un psicópata que le gusta deshollejar a personas aun vivas mientras estas sueltan gritos desgarradores en medio de un bosque, o puedo buscar a cuatro cerdos iguales que tú para que te abusen y golpeen hasta que mueras. Así como tú lo hiciste hace unas noches. — Le hablo siempre de espalda a él, mientras lo obligó a seguirme hacia el exterior.

— Señor, me está confundiendo... yo no he hecho eso; sí me contrataron para hacerlo; pero la chica nunca llegó a la fiesta en donde la abordaríamos. — Habla mientras llora.

— Puede que tú no lo hayas vivido, pero yo fui fiel testigo. Permíteme decirte que te equivocaste al lastimarla precisamente a ella, y para tu mala suerte; tu momento de acompañarme estaba cerca.

Lo llevo a un sitio apartado y oscuro donde solamente yo podré disfrutar de la sinfonía de sus gritos de dolor, luego le silbo a mi fiel perro, es un silbido agudo y muy bajo, casi imperceptible; él de inmediato acude a mi llamado y se para a mi lado esperando la orden de su amo.

El hombre súplica sin cesar y continuo silbando al ritmo de una canción de cuna. No entiendo por qué los sentidos de los humanos son tan susceptibles a los estímulos.

Me siento en una gran roca, me coloco la capucha que hasta el momento colgaba en mi espalda, la túnica me hace ver aterrador, pero también profesional. Sin más preámbulo doy la orden.

— Ve y aliméntate amigo. — Los filosos dientes de mi hermoso perro se muestran y sus ojos en un tono rojo, que son capaces de asustar hasta el más valiente y audaz de los seres humanos, se fijan en su presa. — Ahora, una sonrisa siniestra cruza por mi rostro mientras miro fijo a los ojos de esa escoria, y sé que en este momento mientras me mira solo visualiza una carabela que silva mientras el perro de la misma muerte se lanza sobre él. El primer grito de dolor inunda mis oídos. Me dedico a observar y seguir silbando. Los gritos aumentan su intensidad, alrededor de una hora, es lo que tarda mi perro en acabar con su agonía. Después de eso, únicamente quedan despojos de lo que fue un cuerpo y mi perro que lame los huesos. Aquí concluye mi trabajo.

No soy un asesino, es mi trabajo ocuparme de que cada quien se marche de este mundo el día y la hora en que ha sido destinado. Pocas veces intervengo en la forma, pero cuando decido hacerlo soy implacable y olvido la palabra clemencia.

Una vez terminada mi labor me pierdo entre las sombras junto a mi mascota luego de acariciarla y teniendo en mente que dentro de poco volveré una vez más al mundo de los vivos.

Pov Ángela.

Pasé toda la tarde junto a Camilo y hoy me encuentro con él desayunando frente al jardín de la mansión.

— Amor, pensé que irías a la fiesta de Sam. — Dejo de comer en cuanto escucho su comentario.

— ¿Por qué lo pensaste? Nunca dije que lo haría. — Lo observo detenidamente para ver si hay algo en su expresión que lo delate, pero no es así.

— No lo sé, tal vez solo lo supuse ¿Qué hiciste el domingo?

— Nada importante, solo salí a dar una vuelta en horas de la mañana y luego me quedé en casa.

— ¿Estás segura de que no hiciste nada importante?

— Lo estoy, ¿por qué la pregunta?

— Es solo curiosidad. — Toma mi mano y me sonríe.

— Mi amada princesa. — Saluda mi padre quien se une a nosotros en la mesa. — Camilo, ¿cómo estás, muchacho?

— No podría estar mejor. — Contesta mirándome con la devoción que siempre lo ha hecho.

— Camilo, necesito un reporte detallado de lo que encontraste en la sede de Cali.

— Por su puesto, esta misma tarde se lo hago llegar.

— Papá, Camilo... Hay algo que quería informarles.

— Dinos princesa. — Responde papá y Camilo me mira expectante.

— Quiero hacer un viaje antes de la boda.

— Ángela, creo que lo pertinente es que la luna de miel sea después y no antes de la boda. — Dice papá en modo de broma y Camilo ríe ante tal comentario.

— A decir verdad, hablo de viajar sola. — Papá eleva las cejas y la sonrisa de Camilo se borra por completo.

— Amor, no me habías hablado de esto.

— No, sé que no lo hice, pero también sé que me comprenderás, quiero ver a mis amigas de la universidad en Canadá y tener tiempo para mí antes de casarnos.

— Pues, creo que debiste consultarlo, ya que por lo que veo solamente me lo estás informando, se supone que dentro de poco serás mi esposa.

— Camilo, no te alarmes; mi hija únicamente quiere un tiempo para ella y no veo el inconveniente, considero... — Interviene papá, pero su celular suena. — Lo siento debo contestar. — Se disculpa y se retira dejándonos solos.

— ¿Por lo menos viajarás con Magdalena?

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