4 de agosto, 2014
El primer martes de clases de mi segundo año llegó en un parpadeo. A diferencia del año pasado esta ocasión estoy recargada de energía y ansiosa. Hoy sí quiero ir y sobre todo estoy más emocionada que el primero porque deseo encontrarme con Alex, Matías y Jabel. El día de ayer solo pude ver a Alex, ni siquiera habíamos tenido clases, así que los otros dos no se habían molestado en aparecer, ni siquiera para inscribirse a su equipo. Que fácil es tener tu lugar asegurado.
Hoy todo será diferente. Todos nos hemos quedamos de ver en la estatua del primer patio, la que está dedicada a la deportista que le dio nombre a nuestra escuela: Soraya Jiménez. La primer atleta mexicana en darle una medalla de oro al país. Toda una leyenda. Esa estatua es un punto muy común para toda la comunidad estudiantil, la plazoleta es tan grande que nunca se ve concurrido. Sigue luciendo como un punto de transición.
Los cuatro queremos llegar al salón juntos y encontrar un lugar en los laboratorios del segundo piso que casualmente son puestos para cuatro, es perfecto. Me aliso el vestido antes de acercarme a Jabel que espera caminando al rededor de la estatua.
—Jab, cariño. —Me aviento a su espalda abrazándolo con fuerza. —Te extrañé tanto.
Ambos nos reímos y escuchamos como Matías grita desde la entrada y choca con nosotros. Se aferra a nuestros cuerpos con sus largos brazos en un abrazo que no quisiera soltar.
—¿Dónde está Navarro? —Qué extraño me parece que todos le digan así.
—Debe estar en entrenamiento. —Digo convencida y después para tranquilizarlos suelto con simpleza: —No ha de tardar nada.
Como si lo hubiéramos invocado, Alex llega trotando. Me levanta en un abrazo y hace que mi vestido se levante un poco. Suelto un grito intentado jalar la falda sin éxito. Escucho como los otros dos chicos se sorprenden y se colocan delante de mí para que nadie vea nada. Alex me suelta rápido y yo me acomodo con vergüenza la ropa. Suelto una risa nerviosa al ver cómo intenta mirar para otro lado menos hacia mí.
—Vámonos antes de que todos le veamos a Leilei algo más que su uniforme de voleibol. —Y de verdad habla de todos en la prepa.
Me sonrojo ante las palabras de Mat, me acaba de dar a entender que mi vestido sí dejó ver más de lo que debía. Por suerte siempre uso mi uniforme debajo de no ser así me habría puesto roja de pies a cabeza.
—¿Por qué rayos usas tu uniforme si ni siquiera vienes a los entrenamientos?
—Para no perder la costumbre, supongo. —Me encojo de hombros. En realidad no sé porque lo sigo usando.
Tal vez Alex tiene razón. Este año no planeo estar en el equipo, tal vez solo tomar clases avanzadas y llenar mi cerebro de información. Estoy cansada de nunca jugar y matarme en los entrenamientos.
Entramos al salón que sigue vacío y nos sentamos en la tercera mesa del lado derecho pegada a la pared. Ese siempre ha sido mi lugar y ahora tendrá que ser el de los cuatro. Por costumbre me acomodo al fondo pegada a la pared. A mi lado se sienta Jabel, después Matías y al final Alex. A los pocos segundos el laboratorio se llena y la clase da inicio. La clase de matemáticas se desarrolla en el pizarrón cuando Jab llama mi atención en un suave susurro.
—Oye Leinanita hazme un favor. —Asiento con una sonrisa conmovida por la modificación a mi nombre que nunca nadie me había dicho y dándole a entender que escucho mientras sigo anotando lo que la profesora dice. El dominio y rango de una ecuación pasan a segundo plano cuando él se queda callado esperando que lo mire. —Pregúntale su nombre a esa niña.
—¿Por qué? Hazlo tú, no seas un cobarde. —Le susurro con suavidad y le acaricio la mano para que no se tome a mal mis palabras. —¿Qué tiene de especial ella?
No quiero sonar celosa, aunque el monstruo de los celos aparezca diciéndome que los tres son míos. No en un sentido amoroso por supuesto, es algo más en un sentido de amistad. Es difícil de explicar y muy fácil de sentir cuando quieres mucho a un amigo.
—Es que se parece a una niña que estaba conmigo en el kínder, si no es ella será vergonzoso, si es ella y no me recuerda será más vergonzoso, ¿quieres verme hacer el ridículo? —Jab pone una mano en el pecho de forma dramática haciéndome reír muy bajo para que no nos digan nada.
—Me gustaría bastante. —Me mira con reproche y yo le sonrío traviesa. Él se revuelve incómodo en su lugar llamando la atención de los otros dos chicos y de la profesora que solo levanta una ceja sobre sus lentes. —Cuando termine la clase, lo haré bebé.
Que detestable me parece hablarle así a alguien, pero con Jab me es imposible no hacerlo. Es tan dulce conmigo que toda la ternura que no sabía que existía en mi cuerpo simplemente sale, es alguien muy fácil de tratar y siempre intenta hacerme reír. Hablarle así es mi manera de retribuirle el cariño que él siempre me demuestra. Quiero que sepa que también lo aprecio. Quiero que los tres chicos sepan eso.
Alex desde la orilla me mira con los ojos muy fijos en mi rostro intentando preguntar si todo está bien. Me suelto una sonrisa que me hace arrugar la nariz, eso tranquiliza y regresa a anotar las cuarenta ecuaciones que parecieron surgir de la nada en la pizarra de enfrente.
Así como le dije a Jab en el segundo que termina la clase y todos estamos fuera del salón me acerco a la chica del cabello azabache con lentes que antes me había señalado el chico de cabello rizado. Está acompañada de una castaña preciosa y que aparenta ser toda ternura y abrazos. Es extraño interrumpirlas porque ambas parecen muy calladas, incluso estando juntas me hacen creer que no tienen mucho tiempo interactuando entre ellas, pero están tan cerca la una de la otra que siento que estoy invadiendo su privacidad. Asiento con la cabeza dándome ánimos y termino de acercarme.
Me paro frente a ellas unos segundos y sonrío soltando el aire. Parece una buena manera de romper el hielo porque ellas también me sonríen aliviadas de que mi presencia interrumpa su silencio.
—Holaaaaaa ¿cómo están? —Por instinto hablo como si las conociera de toda la vida. Ni siquiera las dejo contestar a mi pregunta. —Soy Leilani.
Escucho en mi espalda una risa disimulada en una tos. Claro que es Alex escuchando lo que acabo de soltar, de hecho, sería extraño que no lo hubieran escuchado en otra galaxia porque prácticamente les he gritado a las chicas. A ellas parece no molestarles mi energía. Sin girar sé a dónde ira Alex. Me concentro en una larga conversación trivial con las chicas en donde lo primero que obtengo es sus nombre.
Me giro con satisfacción de haber logrado mi cometido, entonces me doy cuenta de que he olvidado el nombre de la chica del cabello negro. No hay nada en mi cabeza por más que intente buscarlo. Solo se repite un nombre: Agnes.
Agnes es la chica morena y tal vez lo recuerdo porque me ha comentado que no se me ocurra relacionarlo con Mi villano favorito. Resulta que Agnes es todo lo contrario, ella no habla a menos que sea necesario y por lo mismo no es muy expresiva. De hecho, todo el tiempo que conversamos su rostro no mostró ni un cambio.
No quiero fallarle a Jabel, por mi mente pasa la posibilidad de regresar a preguntarle el nombre a la chica una vez más. A lo lejos veo a Jab y Matías caminando en dirección a la cafetería, seguro van a comprar algunos dulces ¿cómo es que son tan delgados si se la pasan comiendo? La maldita magia del metabolismo con la que yo no había sido bendecida y las horas que pasan haciendo deporte. El portero y el defensa estrella de la prepa.
Ya me está ganando el mal humor, mi cara lo dice todo así que no creo que sea una buena idea regresar. Ruedo los ojos y gruño frustrada. Odio que mi memoria me falle así, es algo que me pasa muy pocas veces. A mitad de mi indecisión mi mirada se encuentra a Alex que me espera con paciencia en el descanso de las escaleras desde donde me vio hablar con las chicas y hacer mi pequeño berrinche.
Toda el tiempo que hablé con las chicas estuve consciente de que él estaba prestando atención a mis reacciones. Lo sabía por cómo había elegido específicamente ese lugar para esperarme y por cómo se había parado ahí. Lo sabía porque sentía su mirada en mi espalda. Lo sabía porque siempre lo sé, soy consciente de cómo se mueve y a donde, es por el tiempo que pasamos juntos y por los deportes que hacemos. Es una costumbre.
Suspiro viéndolo. Al menos él nunca me falla. Le hago un suave puchero con los labios al ver esos ojos cafés canela brillantes que iluminan la cara de burla que tiene justo ahora. Su sonrisa se agranda en cuanto nuestras miradas chocan. Extiende sus brazos hacia mi ofreciéndome un abrazo que siempre será bien recibido por mí. Lo abrazo por la cintura y resoplo sobre su cuello provocando su risa. Él deja un beso en mi frente.
—No recuerdo su nombre Alex. —Su mano me acaricia la espalda dándome confort. —No es justo, ¿qué le diré a Jab?
—No te preocupes, ya habrá otra oportunidad.
Asiento con pesar y tomo su mano dejando que me dirija a las banquitas de siempre y ahí unos minutos después Jab y Matías llegan. Les cuento rápido lo que sucede, con vergüenza de no haber cumplido el favor que quería mi amigo. A él no parece importarle.
—Tal vez debiste preguntarle su cumpleaños. Eso no se te habría olvidado.
—Ya sé, deja de burlarte Matías. —Lo miro demostrándole que estoy molesta. —Me agradabas más cuando no hablabas.
—No es cierto, tú me amas. —Dice mientras todos ríen.
—Como si tuviera otra alternativa. —Frunzo los labios después de mi respuesta, él se hace el ofendido. —No es cierto, claro que te amo, imbecilito.
Alex y yo pasamos las horas libres sentados en las banquitas de concreto, Mat y Jab acaban de ir a su entrenamiento y nosotros debemos esperar a que la siguiente clase que es educación física de inicio. A veces es agotador que al final de cada día nos toque una clase de esas a pesar de que dedicamos horas a nuestro deporte. Ahora que no iré a entrenar esto podría salvarme de todas las galletas que como.
Nuestros horarios son complicados, están tan llenos de huecos para que podamos acomodar nuestros deportes entre ellos, lo malo es que cuando tú equipo entrena en la mañana como en el caso de Alex son horas libres. Eso también es bueno porque pasamos mucho tiempo hablando entre nosotros y riéndonos, conociéndonos más. Creo que son estas horas las que nos han hecho tan unidos. Y ahora que no estoy en el equipo creo que es mucho mejor.
Las siguientes horas pasan rápido, la noche cae sobre nosotros y con ella llega nuestra última clase en la que espero finalmente coincidir con Agnes y su amiga para pregúntale su nombre una vez más. No sé si estoy siendo terca o solo hay algo en ellas que me llama.
Me voy a cambiar a los vestidores y de nuevo busco entre todas a las dos chicas que había tenido la esperanza de encontrar durante todo el día. Creo que ya es más un reto personal que el favor que quiero hacerle a mi amigo así que salgo de ahí un poco más decidida y pensando que tal vez ellas ya están en la duela. Diviso de manera instantánea a Alex, Matías y Jab que seguro llevan 40 vueltas en la cancha, corro para ponerme a su lado. No sé cómo es que no se agotan.
—¿Pueden ir más lento? Tontos deportistas. —Intento acoplar mi paso al suyo pero me resulta muy complicado.
—Tú también eres deportista.
—Oh Jab, hace mucho tiempo que no hago ni media sentadilla. Y no he dejado de comer como loca.
—No creo que eso sea suficiente para acabar con tu resistencia. —Suelta Mat. Y tal vez es cierto, pero también noto que bajan un poco su paso.
Al menos eso creo. Seguimos dando vueltas hasta que calculo que todos han salido de los vestidores.
—Oye Jab ¿puedes mostrarme de nuevo a la chica? Es que no la encuentro.
—Por favor Leilei ¿sigues con eso? —Matías suelta el aire con técnica para que no le falte al momento de correr. Casi estoy comenzando a reconsiderar asistir a los entrenamientos de voleibol. —Ya déjalo. Jabel ya dijo que no estuvo con ella en la escuela, solo fue uno de sus pensamientos locos.
—Sí, confundí los hechos y las opiniones. —Jabel se encoge de hombros y hace una mueca incómoda. —De hecho, ni siquiera se parecen.
Alex se burla de lo que está escuchando con esa risita que siempre me hace sonreír. No voy a ceder. Ni ante su sonrisa, ni ante las súplicas de que lo deje en paz.
—Solo dile quien es la chica Jabel, creo que esto ya va mas allá de hacerte el favor.
—Alex tiene razón, quiero que sea mi amiga. —Los tres suspiran con gran coordinación y Jabel me señala a la chica, sin pensarlo dos veces salgo corriendo en su dirección.
—Holaaaa. —Suelto alegre. Sus lentes morados se mueven un poco con la sonrisa que me da y que me contagia. —¿Te molesta si pregunto una vez más tu nombre? Lo siento mucho, es que no puedo recordarlo.
—Azahara, pero puedes decirme Aza si es más fácil para ti. Creo que es más fácil de recordar. —Todo es mucho más sencillo después de eso, Aza es un nombre más fácil y corto, tal como ella había dicho. —De hecho, se me hizo muy extraño que no me lo preguntaras tres veces antes, es algo que todos hacen.
Se encoge de hombros dándome a entender que está acostumbrada y que no le molesta. Suspiro aliviada y me enredo en una conversación con ella. Aza es tan fan de One Direction como yo. Hablar con ella me hace sentir en mi zona lo puedo sentir por cómo me habla, por cómo los temas surgen sin parar. Seguimos corriendo al mismo ritmo, parece que ella no es deportista y correr a su ritmo me es más fácil.
—Aza juro que son las estrellas y los planetas las que están conspirando para que nosotras nos conozcamos.
Ella se ríe, creo que he puesto esa cara de loca que intenta explicar algo con desesperación.
—Me gusta tu energía. Seguro a Agni también. —Le hace señales a la chica para que se acerque. —Ahí viene.
Recuerdo que los chicos están esperando por mi regreso. Me giro consciente de que están detrás de mí y les hago un guiño que los tres comprenden y me regresan con los pulgares levantados.
—¿Tú y el chico alto? ¿Son novios? —Pregunta Aza.
—¿Alex y yo? —Ella asiente. —Oh no, no salimos.
—¿Pero se gustan? —Pregunta ella en un tono que es más bien una afirmación.
—Somos amigos, nada más.
—Okey.
Aza se encoge de hombros y comienza una conversación trivial, pero que resulta ser el núcleo de esta nueva amistad. Aza habla de Harry Styles sin pelos en la lengua, Niall no abandona mis pensamientos y cuando Agnes llega y habla, Liam Payne es también parte de la conversación.
No me equivoqué al ser insistente en conocerlas y le agradezco a la niña del kínder de Jab y su mala memoria por hacerme llegar a ellas dos. Al final de la clase y ya después de salir de los vestidores con las dos chicas a mi lado me acerco a los tres hombres que esperaban en la salida del gimnasio para presentarlos. Es como hacer magia, los seis nos hablamos con fluidez y la pena de las chicas desaparece de manera instantánea.
—¿Ya te dijo Leilei que eres idéntica a la niña que estudio conmigo en el kínder? —Matías, Alex y yo rodamos los ojos.
—Dijiste que no era cierto. —Le reclamo y él le resta importancia a mis palabras con un movimiento de mano.
Así, con una simple charla de la niña del kínder de Jab y la risa de todos sincronizados un grupo de cuatro pasa a ser de seis. En la mirada de Alex y su lenguaje no verbal me dice que debemos comenzamos a maquinar como adaptar las rutinas de todos para convivir el mayor tiempo posible. Es lindo tener nuevos amigos.
Siempre he sido fiel creyente del destino y el universo. Y nuestra amistad me comprueba que sigue conspirando a mi favor. Una parte de mí resiente lo que Alex había mencionado el domingo. Las cosas están cambiando.
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