8.

—Puedes ir, pero con mis hombres. No confío en ti —dijo Jaehan mientras se ponía su corbata. Era algo que no le gustaba en lo más mínimo porque el nudo le provocaba estrés.

El Omega se quedó pensando en eso porque era algo que no deseaba y menos cuando tenía a cinco Alfas que siempre andaban rondando la casa. El estar con ellos solo era algo que no quería ni en sus más locos sueños. Tragó saliva y hasta pensó en negarse en salir, pero recordó que los otros cinco eran Betas.

Le dio una breve mirada al Alfa como estaba bebiendo café y luego miró por la ventana.

—Bien, pero que sea con los que son Betas.

—No, ellos se quedan en casa siempre —habló mientras tomaba el maletín para marcharse.

Pasó por su lado viéndolo medio nervioso y le dio una breve mirada.

—Es que los otros me caen mal.

—Entonces, simplemente no vas o compra las cosas por internet y luego yo las paso a retirar y ya.

Desvió la mirada molesto porque no deseaba eso. No quería desperdiciar la única oportunidad que iba a tener para poder salir de la casa y comprarse todo lo que quisiera, pero el salir con los cinco Alfas detrás de él era un rotundo no. Rascó su nuca y jugó con sus manos en un intento de darle una excusa buena para que pudiera ceder. Se quedó pensativo unos segundos y terminó diciendo:

—Pues, si no son los Betas, entonces no te acompaño a ningún lugar. Decide tú —habló cruzándose de brazos y viéndose totalmente decidido.

Jaehan lo quedó mirando porque no le encontraba el sentido a algo tan tonto como eso. Pensó que tal vez estaba considerando el hecho de que con los que eran Betas iba a tener mayores posibilidades de escapar, pero era un error porque ellos tampoco le iban a dejar el camino libre. Sin embargo, al verlo con aquella postura de: aquí se hace lo que yo diga, supo que no iba a ser nada de fácil.

—Por último, ve con tres Betas y los otros dos Alfas.

—¿Cuáles Alfas? —inquirió medio dudoso porque eso no le disgustaba tanto.

—Diego y Rex, el que a veces entra a la casa.

—No —dijo de forma inmediata al entender que era aquel Alfa que lo había mirado extraño aquel día que había salido para encontrarse con esa sirvienta —. Quiero ir con los que son Betas o nada. ¿Acaso no quieres que vean que soy un buen chico? Entonces, debo comprarme lindas cosas para que vean que tuviste la mejor suerte de todos por encontrarme a mí. Voy con los Betas o nada.

El pobre Alfa que ya estaba a nada de terminar volviéndose loco, soltó un suspiro.

—Bien, ve con los cinco Betas, pero si haces algo olvídate de que te pueda dar algo nuevamente.

—Claro —respondió Saije con una sonrisa más que satisfecho al ver que todo había salido como había planeado.

Jaehan salió para llamar a sus hombres que no tardaron en acercarse los diez que siempre andaban rondando toda la casa. Saije observó todo desde la puerta de la casa contando los minutos para poder estar en el centro comercial. Vio como los Betas asentían varias veces seguidas mientras él les explicaba algunas cosas y que no debían despegarle la mirada al Omega ni un solo segundo.

Cada uno entendió más que bien que no debían ni siquiera ir al baño.

Luego, vio al Alfa hablando con quien había llamado Rex. No supo lo que estaban conversando, pero cuando él le dio una breve mirada, un escalofrío le recorrió la espalda. No le gustaba para nada la mirada que tenía aquel tipo. Si Jaehan podía tener una mirada intensa y aterradora, entonces la de ese Alfa era mil veces peor y no por el hecho de imponer respeto, lo de él era para imponer miedo y desconfianza a mil por ciento y Saije se sintió lleno de eso. Fue tanto que desvió la mirada para cerrar la puerta.

Sus manos comenzaron a sudar y tragó saliva con dificultad. Cuando la puerta se abrió, dio un respingo y se alejó creyendo que algo malo podía suceder. Jaehan lo vio con un rostro pálido y lleno de miedo.

—¿Qué te pasa? —inquirió porque hasta pensó en que se podía desmayar.

—Nada —farfulló Saije desviando la mirada y tratando de actuar con normalidad.

El Alfa no le creyó mucho, pero nada más lo ignoró.

—Bien, ya hablé con ellos. Te van a llevar cuando tú quieras. No hagas alguna tontería —advirtió.

—¿Qué hablaste con ese tipo? ¿Le dijiste que nos siga? —preguntó dándole una breve mirada.

Jaehan se quedó en silencio por unos segundos. No entendió el por qué de aquella pregunta, pero su miedo era evidente. Sabía que Rex solía provocar miedo en algunas personas, por eso lo tenía de guardaespaldas hace muchos años, pero lo que estaba mostrando el Omega era algo diferente.

—No, les di otras órdenes sobre vigilar detrás de la casa. Ya me voy.

Lo escuchó salir de la casa cerrando la puerta y no pudo evitar ponerle seguro a la puerta porque odiaba cuando ese Alfa entraba a pasearse como si fuera suya donde incluso pasaba al baño, a abrir el refrigerador o beber agua.

Sintió casi pánico, pero cerró sus ojos para calmarse. Al irse a su habitación, se duchó sintiéndose feliz de que iba a poder tomar aire fresco. Se vistió en su habitación y le dio una breve mirada al ramo de flores. Estaba en el mismo lugar y pensó en que eran demasiado lindas para que se secaran por no tener agua.

Velozmente, fue abajo para buscar un jarrón y lo llenó con agua. Dejó las flores dentro ordenadas y sonrió. Siempre pensaba que su habitación era horrible, pero que con las flores no se veía tan mal. Tocó sus pétalos de todas viendo los diferentes colores, tamaños y formas. Olió sus aromas y quiso que estuvieran vivas para siempre. Cuando estuvo listo, bajó para abrir la puerta. Vio que no había ningún hombre y se dio cuenta de que no conocía el nombre de ninguno de ellos y que no sabía como poder llamarlos. Miró a todos lados cuando vio al Alfa que se acercaba.

—¿Qué desea?

—¿De ti? Nada, déjame en paz —exigió y miró a todos lados esperando ver a los otros.

—Los chicos están haciendo una ronda por detrás —habló el Alfa mientras lo miraba de pies a cabeza de forma atenta.

—Bien, voy para allá entonces.

—Lo acompañó.

—¡No quiero que me acompañes! ¡Déjame en paz, dije!

Avanzó con rapidez porque podía sentir como lo miraba demasiado. Miró sobre su hombro para verlo aún ahí parado y quiso apresurar sus pasos. Al doblar en una esquina, choco con alguien que lo sostuvo por los brazos para evitar que se caiga al suelo.

—Disculpe, no vi por donde iba —habló el chico rubio.

Saije alzó la mirada para ver uno de los chicos que eran Betas y se tranquilizó.

—¿Está listo? El jefe dijo que deseaba ir al centro de la ciudad.

—Sí, ya podemos irnos.

—De acuerdo —habló el rubio que llevaba su mano a su oído para decir—: El esposo del jefe ya está listo, vengan rápido. Iré a buscar el auto a la cochera y regreso.

—No, yo voy contigo —habló rápido casi pegándose a su lado.

—Claro, como desee.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamo Michael —contestó el Beta mientras miraba como Saije estaba a su lado todo el tiempo como intentando buscar protección de algo.

—Bien, tú me caes bien.

Cuando todos estuvieron listos, simplemente se fueron al centro de la ciudad.

Fueron a donde Saije les indicó y de los cinco, tres se bajaron con él. Caminó yendo a todos lados y, en menos de cinco minutos los Betas estaban llenos de bolsas. Él solo iba pidiendo y pidiendo mientras pasaba la tarjeta sin cesar. Pasó a una tienda de ropa, de zapatos y de telefonía para poder comprarse un teléfono porque, en aquel embargue, había perdido hasta su teléfono y no había podido obtener otro.

No compró uno muy caro, según él, porque nada más le importaba tener ropa.

Los hombres ya estaban cansados, pero el Omega estaba recién empezando. Pasó a las tiendas más caras y a las perfumerías que más le gustaban para poder comprarse todos los perfumes que deseaba. Cuando el hambre le comenzó, se fue al patio de comida del centro comercial.

—¿Tienen hambre? —preguntó con una sonrisa.

Todos dijeron que no aunque era mentira porque lo único que deseaban era comer, sentarse, ir al baño y beber agua porque estaban sedientos de tanto ajetreo, pero Saije ignoró esa respuesta negativa y pidió comida para todos sin importarle el gastar más dinero y que la tarjeta estuviera por explotar. Uno se encargó de tomar todas las bolsas hasta por las orejas y los otros se encargaron de tomar las bandejas mientras el Omega caminaba para buscar un lugar libre hasta que encontró una mesa.

Los hizo sentarse aunque se negaran y él comenzó a comer. Los tres se rehusaron a probar bocado, pero terminaron rompiendo el protocolo y solo comenzando a comer. Saije había pedido helados de tres sabores para todos con salsa de frambuesa y chispas de chocolates, así que pensaron que había valido la pena el estar cargados de bolsas como verdaderos burros de carga. Terminaron riendo, hablando y dándose cuenta de que lo habían visto y oído siendo un insoportable, pero que tenía mucha amabilidad encubierta en su pequeño cuerpo.

Creyeron que solamente era eso y nada más, que ya era suficiente de compras y cosas así, pero se equivocaron. Al salir del patio de comida, Saije se fue directo a otra tienda de más ropa. Ellos no entendían el por qué de comprar tanta ropa cuando ellos tenían una para cada día y ya.

—Lo siento, no tiene más saldo en su tarjeta —dijo la señorita mientras le devolvía la tarjeta.

—¿Qué? Eso no puede ser posible. Si nada más he comprado unas cuatro cosas sencillas.

La mujer que estaba atendiendo en la caja no le vio lo poco cuando los hombres no sabían por donde más sostener bolsas.

—Ha excedido el monto, lo siento mucho.

—Debe ser un error— habló Saije sin poder creerlo —. ¿Cuánto era el máximo?

La mujer se tomó unos segundos para revisar el máximo de saldo.

—Cinco millones.

—¿Qué? Pero si eso es una verdadera miseria. ¿Qué pensaba ese idiota?

—Creo que compró mucho —susurró Michael a su lado.

—Pero si todas las cosas eran baratas —comentó Saije.

—Le recuerdo que se compró un teléfono de un millón y medio de pesos —le recordó el Beta que estaba a su derecha.

El Omega levantó sus hombros restándole importancia.

—Es un teléfono que se dobla, debía tenerlo para estar a la moda —habló.

—Bien, si no va a llevar esto, entonces, por favor, salga de la fila.

—¡Por supuesto que me lo voy a llevar! —exclamó Saije y miró a Michael para decirle—: Llama a tu jefe ahora mismo y dile que me venga a pagar esto.

—Joven, por favor, no haga problemas...

—¡¿Problemas?! ¡Soy el esposo de Jaehan Brennan! ¡Él me puede comprar esto y más! ¡Es el más poderoso y adinerado de todos!

La mujer lo quedó mirando unos segundos. No era muy afanada a las noticias ni a chismear sobre la vida de los demás, pero sabía muy bien quién era ese hombre y lo poderoso que podía ser.

Jaehan sintió que le ardía la oreja derecha. Su abuela muchas veces le decía que si le ardía la oreja izquierda era porque estaban hablando mal de él, pero si le ardía la oreja derecha era porque estaban hablando bien de él. No le tomó mucho importancia porque estaba en medio de una reunión de vital importancia para firmar un contrato con un país externo. Estaba atento escuchando lo que decía un hombre mientras leía unos papeles cuando la puerta se abrió haciendo que todos miren hacia ella.

—Jefe —habló Magdalena —, hay un problema.

De tan solo oír la palabra problema, pensó en Saije.

—¿Qué sucede?

—Su esposo está en una tienda y no quiere marcharse hasta que usted vaya.

Jaehan se puso de pie tan rápido que los hombres ni siquiera lo vieron salir y algunos papeles se levantaron por su rapidez. Los hombres de la reunión lo tomaron como que estaba demasiado enamorado, pero Jaehan salió corriendo pensando lo peor.

Cuando el auto se detuvo en medio de la calle, el Alfa solo se bajó y el chofer se encargó de dar la vuelta a la cuadra siguiendo las indicaciones de su jefe dando por hecho que era llegar e irse, mas no fue así. Vio a sus hombres cargados de bolsas a más no poder y sintió lástima por ellos. Luego, miró a todos lados e intentó seguir esa voz que siempre lo irritaba hasta que lo vio. A su lado habían guardias que intentaban sacarlos, pero Saije los amenazaba de dejarlos estéril si le tocaban uno solo de tus cabellos.

—¡No me voy a ir de aquí hasta que mi esposo llegue a comprarme esto! ¡Lo quiero y no me voy a ir sin el!

Los hombres intentaron tomarlo de nuevo cuando las mujeres, una a una, se fueron fijando en quién se acercaba y fueron quedando con la boca abierta a más no poder porque, sin duda alguna, era el Alfa Jaehan Brennan.

Cuando un hombre quiso tomar a Saije del brazo para sacarlo de una buena vez, Jaehan tomó el brazo del hombre primero para alejarlo con brusquedad.

—¡¿Ven?! ¡Es él! —exclamó Saije mientras lo señalaba con una sonrisa.

—Te dije que no hicieras este tipo de cosas —le susurró el Alfa dándose cuenta de que todos los estaban mirando y comenzaban a fotografiar y grabar.

—Quiero este abrigo —susurró él poniendo un rostro de cachorrito regañado —, ¿me lo vas a comprar?

Lo vio con un rostro que nunca antes le había visto. Se veía como un verdadero angelito dulce, apapachable y con ganas de comprarle lo que él le pidiera.

—¿Qué hiciste con el dinero de la tarjeta?

—Era muy poco —respondió bajando la mirada.

Jaehan vio más que bien que eso era manipulación pura. Intentó pensar en qué había gastado cinco millones de pesos, pero cuando vio que el abrigo costaba sesenta mil pesos, lo entendió todo. Quiso salir luego de ahí, así que solo pasó su tarjeta.

—¡Esto también! —anunció tomando como cinco prendas más y soltando una sonrisa dulce.

Asintió y la mujer comenzó a guardar las cosas.

—Y también esta corbata que a mi esposo le va a quedar más que bien.

Notó que la corbata con suerte costaba tres mil pesos que se podía categorizar como simple basura en el idioma monetario de Saije.

El salir fue un caos. Cualquiera iba a estar curioso de verlos y los reporteros no tardaron en llegar. Saije posó para las fotos sin problema alguno cuando Jaehan estaba que se pegaba un tiro. Cuando llegó a casa, su teléfono comenzó a sonar por llamadas de sus padres y periodistas. Si la situación antes estaba mala, ahora estaba mil veces peor.

Vio a Saije feliz con las cientos de bolsas y rogó para que, debido a todo eso, no le diera problemas por un mes más como mínimo. Cerró sus ojos por unos segundos para verlo con un pijama de gato que se estaba probando encima de su ropa. Era un entero y tenía un cierre por delante. Le vio la cola larga y las orejas. Pestañeó varias veces mientras lo observaba porque nunca pensó que un pijama de gato le iba a quedar tan bien a alguien.

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Comments

Angie Cruz Salinas

Angie Cruz Salinas

lo quise imaginar Todo LINDO, pero solo lo imagine como un demonio intentando aferrarse al beta ,como diciendo tu no TE VAS sin mi😂🤣🤣

2023-12-26

96

Zulim

Zulim

Que no sea lo que estoy pensando 😫

2024-05-08

1

Fabii Martinez

Fabii Martinez

Ya caíste mi rey

2024-04-23

1

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