Sus descansos los pasaba con Tavo. Ambos tenían otros amigos, tal vez Gustavo más que él, pero de una u otra manera siempre eran ellos dos y luego el resto, esto había sido así desde que comenzaron a estudiar juntos desde primero de primaria, y Alejandro no tenía ninguna intención de cambiarlo, ni siquiera un poco. No había nadie mejor que Gustavo.
Gustavo era de cabellos oscuros y piel canela, tenía rasgos varoniles muy marcados que contrastaban con su personalidad juguetona y algo infantil. Gustavo era alto, incluso más que él y eso que Alejandro estaba por encima del promedio. Además también, Gustavo era un gran deportista, era de esos afortunados que podía hacer con su cuerpo casi cualquier cosa, era bueno en futbol, atletismo, baloncesto, y un gran sinnúmero de deportes, aunque el que más le encantaba era el taekwondo, Gustavo era cinta negra.
Por su parte Alejandro era de cabello castaño claro, ojos color avellana, y piel dorada —muy parecido a su padre—, no destacaba en casi nada, ni académicamente y ni en el ámbito deportivo, lo único a su favor era que la pubertad le había pegado bien y desde los catorce comenzó a llamar la atención de las chicas, lo que le subió unos puntos de popularidad, que no le hacían falta pero que tampoco le sobraban. Alejandro era flojo, le gustaba gastar bromas pesadas, además era petulante, impulsivo, pero eso sí, muy buen amigo.
—¿Y serás bueno con él? —preguntó Gustavo aún sin creerse la escena de celos que su amigo le había montado a su padre.
—Mi padre me dijo que si no lo era me quitaría el celular, así que sí, seré bueno con él. Me sigue cayendo mal —Alejandro aclaró—, pero le daré una oportunidad, además tienes razón, creo que estoy exagerando un... ¿¡Qué mierdas te hiciste en las cejas!? —Alejandro cambió de tema cuando Gustavo movió su gorra dejando ver un par de cejas perfectamente arregladas y una de esta con un pequeño corte hecho con mucha precisión.
—Ayer me fui a cortar el pelo y aproveché para hacérmelas.
—¿Pero… por qué?
—Está de moda, es cool —Gustavo respondió con algo de duda en su voz, y Alejandro lo miró fijamente y en su cara, estalló en risa—. ¿Por qué eres tan malo conmigo? —Gustavo se quejó sonrojándose ligeramente y con una floja sonrisa renegó son su cabeza.
—¡Pero si no he dicho nada!
—Te conozco.
—Hoy las cejas… ¿mañana las uñas? —dijo Alejandro en tono burlón y el moreno no midió fuerzas para acertarle un manotazo en la frente—. ¡Eso dolió! —se quejó dramatizando el momento, aunque sin perder su enorme sonrisa.
—Te lo mereces.
—Solo bromeaba.
—Ajá, como digas —Gustavo se le adelantó dando grandes zancadas, y él se vio obligado a acelerar sus pasos para poder seguirle el ritmo.
—¿A dónde vas?
—Al baño, voy a acomodarme la gorra.
—¿Por qué? Te ves bien así —Alejandro se acercó aún más a él abrazándole fuerte por la espalda, deteniendo sus pasos, reteniéndolo—. Solo estaba bromeando contigo, lo sabes ¿no?
—Lo sé.
—Por cierto, necesito que me acompañes a la peluquería, también quiero un cambio de look, seré completamente rubio.
—Pero castaño estás bien. —Gustavo se giró sobre su cuerpo quedando ambos a escasa distancia, y luego de dibujar en su rostro una dulce sonrisa, sacudió los cabellos de Alejandro—. No pintes tu cabello, vas a dañarlo.
—Tú deberías apoyarme en este tipo de decisiones.
—¿Para qué soy tu mejor amigo? ¿Para apoyarte sin aconsejarte?
—Para estar conmigo en las buenas y en las malas.
Gustavo suspiró resignado, aunque luego soltó una traviesa risilla. —Tu padre va a matarte.
Santiago no dejaba de sentirse incómodo por lo sucedido con Alejandro, y en realidad no estaba de ánimos para aguantarse los malos ratos del mocoso, pero Fernando había sido tan bueno e insistente que él no pudo negarse, así que al día siguiente Santiago estaba frente a la puerta del castaño apretando tímidamente el timbre, él lo ponía nervioso.
—Hola Santi. —Fernando abrió y le invitó a pasar pero no le dedicó demasiada atención, él estaba más preocupado en su celular que en cualquier otra cosa, y en completo silencio el moreno caminó hasta la cocina bajando la alta llama de la estufa, era poco lo que sabía del tema, pero no era tan estúpido como para dejar quemar el arroz, menos cuando Fernando se veía tan atareado.
—Pareces algo ocupado —dijo Santiago tras verle colgar la llamada.
—Alejandro ya debería estar aquí. Me llamó hace unas horas y me pidió que no fuera a recogerlo, que haría algo antes, pero está demorando demasiado.
—¿Estás preocupado? —Santiago se sentó en el comedor, cerca de él.
—Bastante.
—Está en su edad rebelde, tal vez solo esté con sus amigos
—Llamé a su mejor amigo y tampoco me contesta.
—¿Tienes el número de su mejor amigo? —Santiago no pudo evitar sonreír tiernamente mientras recargaba su codo en la mesa y su mentón en la palma de su mano—. Sin lugar a dudas eres un gran padre.
—Pero no sé qué estoy haciendo mal últimamente. —Cansado, Fernando dejó el celular en la mesa y haciendo notar su agotamiento comenzó a acariciar sus sienes—. Sé que está creciendo pero, no sé, todo es muy repentino.
Sin decir nada, Santiago caminó hasta quedar tras de él y comenzó a acariciar sus hombros, Fernando se negó y le pidió que no lo hiciera, pero Santiago insistió tanto, que al final el castaño no tuvo otra opción más que recibir el reconfortante masaje.
—Estás muy tenso.
—Tengo un hijo adolescente.
—¿A qué edad lo tuviste?
—A los 16.
—Eras muy joven. —Fernando asintió cerrando sus ojos—. ¿Y La madre?, espera, ¿no te incomodan estas preguntas?
—No, para nada —respondió Fernando aun sin abrir sus ojos, pero comenzando a sonreír gratificantemente, Santiago se estaba esforzando mucho en relajar muy bien su cuerpo—. Su mamá se fue cuando él tenía un año. No es fácil tener un bebé, no es fácil criar un hijo.
Santiago se acercó a su oído, lo hizo más de la cuenta y lo hizo a consciencia.
—Has hecho un buen trabajo —susurró en un suave y tenue tono de voz, y se quedó así de cerca contemplando las lindas facciones del mayor mientras este aún tenía sus ojos cerrados. Él era hermoso, lo era en demasía. Era su tipo de hombre, tenía todo lo que le gustaba, hasta un poquito más. La forma de sus ojos, su masculino a la vez que inocente perfil, y sus labios, sus rosados y regordetes labios, cuántas ganas tenía de besarlo, pero no podía hacerlo, por supuesto que no, pero por lo menos podía mirarlo, tocarlo un poco, deleitarse con su presencia, ¿qué de malo podía haber en ello?
le respondió su conciencia cuando al alzar ligeramente su mirada se encontró con los furiosos ojos de Alejandro sobre él.
—¿Puedo saber qué están haciendo?
—Alejandro, ¿dónde estab...? —Fernando se paró de un brinco y su rostro se tornó sorprendido, indignado, exaltado—. ¿Qué le hiciste a tu pelo?
—Me decoloré —respondió Alejandro mientras relajado, acariciaba sus ahora rubios cabellos—. Pero aquí el de las preguntas soy yo.
—Alejandro, ¿qué está pasando contigo?
—Eso debería decirlo yo, ¿qué es eso de estar recibiendo masajitos de tu protegido?, ¿después qué vendrá?
—Alejandro ¿qué estás insinuando?
A todas esas, Santiago se mantuvo al margen de la discusión, se sentía culpable, lo era, él no debió haberse ofrecido a hacerle el masaje, como tampoco debió haberse acercado tanto a su rostro. Santiago sabía muy bien que por lo menos en esa ocasión Alejandro no estaba exagerando.
—¡Santiago solo es un niño! ¿Tú de verdad crees que yo tendría ese tipo de intenciones con él? ¿En qué concepto me tienes Alejo? Soy tu padre, no un desconocido. Por favor, tenme un poco de respeto.
—Procura guardar distancias con él —Alejandro habló mirando fijamente los ojos de un confundido y apenado Santiago, quien seguía sin atreverse a mover sus labios—. Él no es como tú.
—Alejandro Valencia, ve a tu habitación, tenemos que volver a hablar.
—Santi —Alejandro le llamó siendo irónico, satírico, ignorando por completo a su padre quien se había plantado ante el moreno, para "protegerlo" del ataque de su rebelde hijo—. Mantén tus sucias manos lejos de mi padre.
—¡Alejandro, ya ha sido suficiente!
—¿Quieres que me vaya a mi habitación? —El menor alzó sus manos y enarcó sus cejas, su pésima actitud resaltaba a la vista, lo borde de su comportamiento destilaba de su cuerpo—. Me iré a mi habitación. ¿Te quieres quedar a solas con él?
—Un comentario más y le quito la puerta a tu habitación ahora mismo —Fernando apretó sus dientes respirando furioso, pero al tiempo, tratando de controlarse—. ¿Tan egoísta eres para no poder compartir un poco de lo que la vida te dio con alguien que lo necesita?
—Yo no soy un necesitado —reprochó Santiago escurriéndose de sus espaldas, luego le brindó una tímida sonrisa, y sin esperar más, salió disparado en dirección a la puerta.
—Santiago, lo siento —Fernando le alcanzó justo antes de que llegara a la misma—. De verdad lo siento, no quise decir eso.
—Creo que lo mejor es que me vaya —comentó Santiago tras soltar un fuerte y pesado suspiro, y Fernando no dijo nada, pero su mirada lo decía todo, él también pensaba lo mismo. El castaño se veía realmente apenado, y motivos le sobraban, así que para bajarle pesadez al ambiente, Santiago curvó sus labios mostrando una preciosa sonrisa. —Gracias Nandito.
—¿Nandito? —El mayor también sonrió, aunque algo incrédulo—. ¿Dónde quedó el respeto?
—Lo siento.
—No. —susurró Fernando, y volvió a sacudir sus cabellos, tal cual lo hizo mientras estuvieron en el hospital, solo que esta vez esas mismas caricias se sintieron cien mil veces mejor—. Yo lo siento, por favor perdona a Alejito, está en su edad difícil.
—Lo entiendo. Si tuviera a mi lado a alguien como tú, tampoco dejaría que cualquiera se le acercara así de repente.
—No lo justifiques.
—No seas duro con él, por favor.
—Tengo que ser duro con él.
—Por favor —rogó Santiago con voz aniñada, y este gesto arrebató una divertida sonrisa de los labios del castaño.
—Está bien, lo perdonaré solo porque tú lo has hecho, pero hablaré seriamente con él.
—Gracias.
—Santi —Fernando soltó un fuerte suspiro—. No le prestes mucha atención a lo que Alejandro ha dicho.
—Tranquilo —Santiago suspiró profundo, le jodía un poco escuchar eso, pero lo entendía, comprendía muy bien cómo eran las cosas entre ellos—. Sé que no eres esa clase de persona.
—Gracias por comprenderlo.
—¿Ahora se van a dar un beso de despedida? —El menor gritó desde el comedor y en ese mismo instante Fernando cerró sus ojos sin poder contener su ira, y Santiago rio divertido, porque entre otras cosas, a él no le parecía tan mala idea.
Santiago tragó en seco y espabilando se deshizo de su cara de idiota. No quería ser tan obvio ante Fernando, menos cuando su hijo ya se había dado cuenta de la forma en que él lo miraba, y no, no lo veía como una figura paterna precisamente. Ese hombre le gustaba.
—Adiós Fernando. —Santiago dio sus primeros pasos fuera de la casa—. Y no olvides, no seas duro con Alejandro —sonrió por última vez antes de despedirse con un dulce gesto.
¿Por qué defendía al maldito mocoso? Santiago no se entendía, porque y pese a todo Alejandro merecía una buena reprimenda. Si no fuera por el respeto que le tenía a Fernando, y porque sinceramente le daba la razón en todo lo que dijo, Santiago hubiese respondido a sus palabras, a sus berrinches, pero prefirió guardar la compostura, prefirió proteger su buena imagen ante Fernando.
—Maldito mocoso de mierda —resopló molesto cuando llegó a la casa donde provisionalmente se estaba quedando ya que una amiga de su madre le había ofrecido alojamiento mientras él encontraba un lugar dónde quedarse.
Santiago era nuevo en la ciudad, sus clases aún no comenzaban, y las personas que conocía podía contarlas con una mano, entre ellos claro está, su lindo, guapo y castaño vecino, y por supuesto, su tosco, amargado y estúpido hijo.
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Comments
Patricia Contreras
Yo creo que también el amigo de Alejandro lo quiere, pero más allá de la amistad.
2024-08-25
1
Elizabeth Moreno
alejandro celiso de su padre
2024-07-31
1
Diana Quintero
Alejandro, esta buscando hacerle la vida imposible a Santiago 😔😔
2024-01-19
8