Las puertas del infierno - XI

Capítulo XI - Quienes somos, los celestiales

Mina despertó de su sueño recordando la voz de un hombre, algo que la dejaba intranquila. Se dio cuenta que seguía siendo de noche. Se levantó ya que tenía mucha sed.

–Debemos hablarle a Mina sobre la profecía –dijo Adrián quien se estaba colocando la camisa. Estaba de espaldas a Mina por lo que no se dio cuenta que ella estaba ahí.

Él era un hombre de unos cuarenta años de apariencia cansada con algo de barba. Ella nos e había dado cuenta que estaba en forma ya que siempre llevaba ese saco que lo cubría casi por completo.

–¿La profecía? –preguntó Mina. Había tantas cosas que no sabía aún.

–Si ¿descansaste? –preguntó Rafael mientras que guardaba y esterilizaba todo lo que había usado para curar a Adrián. Cómo ella no le respondió continuó–. Los seres celestiales tenemos diferente tipo de habilidades según nuestra especie.

Era la primera vez que Rafael hablaba sobre los otros ángeles.

–Como habrás leído en los libros que Adrián te dio hay diez especies distintas en mi hogar –dijo Rafael mirándola. Sabía que Adrián se quejaba de que ella no estudiaba.

–Sí, los de primera, segunda y tercera jerarquía –dijo ella y fue hasta la nevera de Rafael y sacó agua para beber. Adrián la miró, pero no dijo nada–. Hay algo que no entiendo de eso, dices que hay diez tipos de seres celestiales, pero en los libros solo aparecen nueve.

Ella había leído que había tres jerarquías distintas. En la primera se encontraban los consejeros divinos. Los más antiguos por así decirlo. Los Serafines criaturas de fuego sin forma. Los Querubines, eran los intelectuales con el poder del conocimiento. Estos poseían cuatro alas y eran de luz pese a tener un cuerpo material. Los Tronos, ruedas pobladas de ojos.

En la segunda jerarquía se encontraban los gobernadores del cielo empezando por las Dominaciones. Según el libro estas tenían forma, aunque no se decía cual y mantenían el control del cielo portando coronas y un cetro o espadas. También estaban las Virtudes encargadas de controlar que la voluntad de los seres superiores se cumpliera, llevando con ellos un libro sagrado. Además de ser quienes advirtieran al resto de algún problema, con sus trompetas capaces de llevar su sonido a todos los rincones de su galaxia. Las Potestades tenían como principal función mantener las puertas del cielo cerradas a los otros dos universos que compartían el eje, y solo permitir pasar a los que tuvieran el permiso de los superiores.

Por último, estaban los de Tercera jerarquía. Los Principados eran los que ven lo que ocurre en todas partes sin siquiera cerrar sus ojos, vigilantes eternos. Después veía Rafael y los suyos, Arcángeles. Se decían que al principio eran muchos pero con el tiempo solo quedaron siete. Al parecer no eran inmortales como Mina creía. La única diferencia que estos tenían era su capacidad de regeneración y alguna virtud, además de resistir el calor del fuego como todos los demás seres divinos. Y por último estaban los ángeles que si bien el libro no hablaba así de ellos, parecían pequeñas hormigas, encargadas de luchar en las batallas. Representaban el ejército divino.

–Los que no aparece en tu libro son los Metatrones porque se extinguieron hace miles de miles de años –dijo Rafael como si fuera algo de lo que no quisiera hablar–. Bueno, entonces entenderás que algunos en mi mundo tienen la capacidad de ver lo que aún no ha ocurrido. Pues eso se trasmite a los demás en profecías. Así podamos intentar impedir que lo malo ocurra.

Rafael, buscaba algo en uno de los cajones de su taller mientras Mina y Adrián lo miraban. Ella notó que el semblante de Adrián había cambiado. Ya no parecía estar tan fatigado. ¿Cuánto abrí dormido ella?

–El problema es que es una labor extremadamente difícil porque nunca se puede saber lo que ocurrirá al intentar impedir que la profecía se cumpla –le explicó Adrián a Mina mientras la miraba con detenimiento–. Dicen que fue así que Lucifer terminó encerrado en el infierno. Un intento fallido de tratar de evitar una profecía de destrucción

masiva.

¿Entonces Lucifer no había sido un traidor? Era algo difícil de procesar. Él había querido evitar algo malo y había terminado siendo prisionero de esos malditos demonios.

–Aquí está –dijo Rafael y llevó una especie de lupa. La apoyó sobre el pergamino que con anterioridad Adrián había puesto en la mesa–. Existe una profecía en la que dice que un híbrido logrará destruir el cielo dejando a los seres celestiales sin hogar. Es por eso que antes de que llegue la luna sangrienta debemos acabar con esos demonios.

–Espera. ¿El demonio de clase tres que destruimos no era un demonio que había poseído a una persona? –preguntó ella sin terminar de entender eso de los híbridos y las posesiones.

–Los demonios de primer hasta el tercer grado son parásitos, por lo que solo pueden unirse a un alma corrompida –aclaró Adrián–. Los más poderosos solo poseen a híbridos.

–¿Qué quiere decir eso? –preguntó Mina.

–Para poseerla, esa persona tiene que tener dentro una parte demoniaca. Por eso son fáciles de poseer –dijo Rafael y puso la lupa en el mapa.

–¿Son hijos de demonios y humanos? ¿Eso es posible? –preguntó ella confundida.

–¿Por qué te sorprende tanto? Tu eres la hija de un ángel y un ser humano. En nuestros reinos, planetas para como lo dirían los seres humanos, hay todo tipo de criaturas. Si bien nosotros no solemos reproducirnos como los animales de este planeta. También lo podemos hacer y es posible que mesclemos nuestra sangre con la de otras especies como lo son los seres humanos. Aunque eso es una infracción grave que cuesta el destierro del cielo o como le decimos nosotros domus angelorum –le explicó Rafael a Mina.

–¿Así le dicen a tu mundo? –preguntó ella mientras miraba por la lupa que él había puesto sobre el mapa.

–Si. Pero los seres humanos lo bautizaron como cielo. Por lo que desde entonces creen que saben todo sobre nosotros –dijo Rafael con ironía.

–La culpa no es de los humanos, sino de ustedes por venir aquí a invadir nuestro espacio –dijo Adrián. Su comentario llevaba un poco de recelo.

Autora: Osaku

Todos los hechos y personajes de esta novela pertenecen a la ficción. Cualquier semejanza con la realidad son pura coincidencia.

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